Cuando Mumford & Sons viraron el rumbo hace tres años con Wilder Mind, la jugada se entendió como un claro intento de evolución, de evitar el anquilosamiento y expandir la marca a niveles estratosféricos. Venían de convertirse en un fenómeno de masas gracias a Sigh No More (2009) y Babel (2012), sus dos primeros álbumes, con los que cambiaron la manera de entender el folk de raíces.
La influencia de los londinenses en una multitud de grupos que siguieron su estela, fue incuestionable en el momento. El propósito de desenchufarse y sonar árido, campestre y (¿por qué no intentarlo?) auténtico, puede que, con la perspectiva de los años, quedara en poco más que un acertado y efectivo juego de estilo. Pero lo cierto es que, en su día, esos sonidos acústicos que acercaban el folk a las nuevas generaciones y coqueteaban con el rock de estadio, fueron toda una revelación.
Con Wilder Mind, Mumford & Sons quisieron estar más cerca del indie rock de grandes audiencias y la jugada no salió como quizás esperaban. El irregular disco no cumplió las expectativas creadas por sus predecesores. Es por eso que, con la publicación de Delta, la intención de desandar lo andado y volver a la senda que les hizo ser una de las bandas más importantes del mundo, sea la conclusión más clara que se saque al escucharlo por completo.
Delta mantiene algunas intenciones de expansión de horizontes que tenía su último trabajo hasta la fecha, pero también reconecta con sus inicios, con lo que la banda siempre había sido y que les reportó el mayor reconocimiento. Parece que Marcus Mumford y los suyos han encontrado el punto medio entre la personalidad de sus comienzos y la querencia contemporánea de su etapa más reciente.
Buenas intenciones
El arranque de Delta es fantástico en intenciones. 42 prepara al oyente a lo que está por venir, ambienta el momento, a modo de calentamiento previo, donde los juegos vocales se suceden en una suerte de opening ciertamente sugerente. Con Guiding Light reconocemos a los Mumford & Sons más genuinos. Los creadores de himnos acústicos fácilmente coreables han regresado, con todo el poderío de sus antiguos hits y una brizna de solemnidad.
Lo que parece que va a enganchar desde el principio por su variedad e intenciones, cae en el tedio según avanzan los cortes, haciendo que se pierda el interés o, al menos, la atención constante. El número de canciones (14) que componen Delta, no ayudan en este caso a que el disco sea redondo, sino que despista y, como decíamos, se desinfla poco a poco. Existe cierta sensación de desgana, que solo se rompe con detalles como los que encontramos en Woman y su cercanía la música negra, con Marcus esforzándose en encontrar registros aún más cálidos en su voz.
The Wild busca la intimidad, casi el susurro, con una cercanía realmente emocionante, mientras que Darkness Visible transporta a sugerentes paisajes con sus coros y arreglos, casi cercanos a lo progresivo. Wild Heart se muestra como una canción que coquetea con el universo interpretativo de Damien Rice, con ese desgarro y cadencia propia del cantautor irlandés.
A pesar de los altibajos, Delta no es un mal disco, ni mucho menos, pero no es un álbum redondo. Quizás haya más intenciones que resultados y la duración del conjunto no ayuda a mejorarlo, ya que se percibe cierto relleno en él. Demasiados bandazos para una banda que, a principios de la década parecía tener un lenguaje y un objetivo claros.