METZ – II

Hoy tengo el placer de comentar el regreso de la banda canadiense de hardcore punk Metz. Su segundo álbum se llama II (el primero era homónimo), tiene diez canciones y una energía que muy pocas bandas son capaces de transmitir en el género hoy en día.
Tras el arrollador éxito de su debut hace ya 3 años, los de Toronto han tardado largo y tendido en traernos esta brevísima continuación que no llega a los 30 minutos y que sabe a nada en el paladar, con esa entrega y esa intensidad que tienen en el estudio que es tan apabullante y convincente. Si bien podríamos decir que artística o genéricamente la evolución roza lo nulo, lo que sí que han logrado (que muy pocas bandas son capaces) es darle un aire nuevo a sus temas, y que no peque de monótono su sonido a pesar de la similitud estructural entre todas sus creaciones. Siempre moviéndose en unos acordes similares, los canadienses logran contagiarnos de ese estado de destrucción y arrastre total, de esas ganas de golpearse con objetos o personas en medio de un directo, sin mucho trabajo lírico ni sorpresa alguna porque, ¿para qué? Suenan tan convincentes como si el tiempo no hubiera pasado por ellos, convirtiendo efectivamente este disco en METZ 2.
Si tuviera que utilizar una palabra para describir la sensación general en el álbum, sería «adrenalina», como un chute de cafeína. La activación es inmediata desde Acetate, con la que uno no sabe dónde meterse porque se pone a tope durante media hora, infectado por el sonido grunge noventero que le llena como a un líquido en estado de ebullición. No podría decir el momento o el lugar perfectos o ideales para escuchar este álbum aparte del propio concierto o un local de metal, pues el juego de agresividad es arrollador. Recuerda en la forma de vivirlo al Here and Nowhere Else de Cloud Nothings de 2014, aunque resulta más implacable, como el álbum de White Lung (también de 2014, que duraba 23 minutos). Como canciones individuales, al igual que pasaba con su predecesor, es difícil resaltar alguna porque todas se parecen, tienen madera de hit en su campo y un rollo arrebatador, pero personalmente la desarrollada Kicking a Can of Worms me parece que brilla con luz propia por ese toque de post punk que potencia la oscuridad del sonido de Metz, convirtiéndose en una ruidosa bomba que acaba de forma climática, a diferencia de las monótonas estructuras de sus compañeras y predecesoras. Destacar que el sonido del álbum, conforme avanza, se va haciendo más espeso, culminando en la anteriormente mencionada, cada vez más lento y destructivo, menos histérico y más desolador.
Aunque he destacado todos los factores que un álbum de punk necesita como contenido, en II sí que debo ser fiel a mi exigencia y decir que esperamos (que no quiere decir «esperábamos para esta ocasión») más de ellos. Me explico. Tras el gran debut y una más que notable segunda parte, lo mínimo que podemos exigir o suponer es que si hay una tercera sea la definitiva, con un sonido que se prolongue, que varíe más y con un disco que alcance unos 40 minutos convincentes que no nos dejen vacíos tan rápido, pero sí con esa sensación de falta de aire, como si acabásemos de entrenar, casi sudando, con los ojos muy abiertos y las sienes muy hinchadas.
La conclusión ya está especificada en el anterior párrafo. Un paso delante de Metz, que esperamos que si nos hacen aguantar otros 3 años más con 29 minutos de música sea para traernos algo más gordo y, sobre todo, memorable, aunque este trabajo brilla ya con luz propia en la casa del hardcore-punk.
 
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