Después de publicar en 1994 aquel apocalíptico e insuperable álbum que fue The Holy Bible, el entonces cuarteto de Gales, que era una de las firmes promesas de la música británica gracias a himnos como Motorcycle Emptiness, por fin se convirtió en una gran realidad gracias a un álbum que combinaba la ferocidad y la furia de la música punk con esas increíbles, crípticas y duras letras de Richey James Edwards. Los Manic Street Preachers se convirtieron en una de las bandas preferidas de la crítica (no tanto del público) por hacer una música de gran calidad que estaba tan alejada del brit-pop que tanto dominaba la escena de aquel momento, y por tener en sus filas al carismático Richey James Edwards, que debido a su carácter destructivo y a sus extraordinarias letras, era visto como el auténtico líder de la banda.
Y fue justo un año después de aquello cuando misteriosamente desapareció Richey sin dejar rastro alguno, y todo el mundo se preguntaba que sería de los Manic sin un personaje tan carismático como él. Y la respuesta fue el álbum Everything Must Go, lanzado en 1996 ya como trío, y en el que James Dean Bradfield y Sean Moore se hicieron cargo de la música y Nicky Wire de las letras (aunque cinco de las canciones del álbum fueron compuestas con letras que Richey dejó antes de desaparecer). Cabe decir que el título del álbum fue tomado de una obra escrita por el hermano de Wire, Patrick Jones.
El primer adelanto del álbum fue una de las mejores canciones de los 90, A Design For Life, una canción que se convirtió en un éxito crítico y comercial (llegó al número 2 en Inglaterra), y aunque sus letras hablaban de la identidad de la clase obrera, fue confundida por muchos como una oda a la juventud. Y en esa canción se veían ya las armas que iban a utilizar los Manic en su nuevo disco: búsqueda de melodías perfectas, el uso de armonías vocales, un tono más optimista y épico, arreglos de cuerdas y mayor instrumentación en las canciones y un sonido más accesible y más limpio, a medio camino entre el pop y el rock comercial. Y todo ello sumado a la voz de un James Dean Bradfield en estado de gracia.
En definitiva, un total cambio de estilo sobre su anterior disco, que además de darles otra vez el éxito de crítica (incluso el premio Brit al mejor álbum británico en 1997), les llevó al éxito comercial (vendieron alrededor de un millón de copias).
El álbum, además de la ya mencionada A Design For Life, contenía más joyas como los otros singles del álbum, Kevin Carter, Everything Must Go y Australia. Otros temas a destacar son la muy pop Enola/Alone, el ritmo funk de The Girl Who Wanted To Be God o ese himno power-pop que es Further Away. El disco se cierra con No Surface All Feeling, una canción que se acerca por momentos a la épica de los U2 de los 80.
Con este álbum, los Manic consiguieron algo que muchos grupos de rock intentan pero muy pocos consiguen: conquistar el mainstream a base de grandes canciones en las que el grupo no renuncia a su personalidad. Y ya sólo por eso, este álbum merece ser admirado y respetado como uno de los más grandes que se han hecho en el rock.
Lo único que se echa de menos en este álbum son esas incendiarias letras que Richey puso en The Holy Bible, pero llegar a ese nivel de letras es algo que muy pocos han conseguido a lo largo de la historia de la música.
Desde luego, siempre es bueno escuchar este disco porque te hace recordar la época en la que los Manic eran adorados por todos, y no como ahora, en la que a pesar de seguir sacando grandes álbumes perfectos para sonar en radios comerciales, pocas radios (por no decir ninguna) son las que ahora mismo apuestan por ellos (no sé si será por cuestión de modas o qué otra razón, pero es la triste realidad).
No habrán conseguido convertirse en un grupo de rock asiduo a las radios comerciales como Coldplay o U2, pero si hay una cosa que han conseguido los Manic con álbumes como éste, convertirse en una de las bandas más indispensables de los últimos 20 años.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 9.5/10