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MANEL – ATLETES, BAIXIN DE L’ESCENARI

Atletes
“Atletes, baixin de l’escenari”, insistía una y otra vez el ya desaparecido Constantino Romero a través de la megafonía, pero aun así la fiesta continuó sobre el podio del Estadi Olímpic Lluís Companys. Corría el año 1992, y el futuro se nos aparecía en colores (cinco en concreto, cada uno con su anilla olímpica propia).

“Atletes, baixin de l’escenari”, se oye veintiún años más tarde, y en un ambiente más gris en general, Guillem, Martí, Roger y Arnau se quedan solos. Solos, ellos cuatro, de nuevo, con los instrumentos y la mesa de grabación. Tras la resaca de dos discos (y sus respectivas giras) inconmensurables, con un reconocimiento de público prácticamente incondicional y con la prensa volcada en ellos (sobre todo en este rincón mediterráneo regado por el Ebro, el Ter y el Llobregat, que no ceja de encumbrar a propios y extraños, innecesariamente, a indiscutibles iconos nacionales), se desprenden de aditivos y colorantes, de ukeleles, vientos y cuerdas.

¿Un paso adelante, una ruptura, un gesto de credibilidad de cara a la galería? Más bien no: parece que los cuatro amigos se miraron entre ellos, miraron los instrumentos, las hojas y los pentagramas en blanco, al futuro aún por escribir, se arremangaron y se dijeron: “Va, vinga, anem a fer unes cançonetes més, com feiem abans. I un, dos, tres, quatre…”.

Atletes, baixin de l’escenari (Warner Music/Discmedi, 2013) no es un disco redondo (disculpad la chanza absurda), pero precisamente en la imperfección radica su grandeza, pues es evidencia de este trabajo de cursante de la música: artesanía, orfebrería, cariño, esmero y naturalidad en un producto alejado de las boutades pretenciosas en las que otros caen buscando el cambio de rumbo.

Si Atletes tiene una virtud destacada, esta es la lírica, que profundiza en el rasgo más notable y característico de Manel. Claros heredero de la tradición de cantautores catalanes y su peculiar imaginario, como Riba, Sisa y Serrat, pero también aplicados alumnos de Jarvis Cocker y Bob Dylan, estas trece historias manejan un costumbrismo nostrat y a la vez universal, potenciadas por la austeridad del sonido. No tan sólo eso: son capaces de  atreverse con una elegía como Mort d’un heroi romàntic, solemne, cruda y sin estribillo, quizá la composición más destacada por cuanto tiene de atrevido y rompedor.

En las antípodas tenemos ese primer sencillo, Teresa Rampell, con ese groove tan terrenal que ilustra una historia inusualmente alegre y optimista en el repertorio de los barceloneses. Y no es que sean unos modernos lánguidos, sino que en esas pinceladas de escenas cotidianas las historias felices no acostumbran ser interesantes sino más bien banales. Aquí, sin embargo, el ambiente, la cotidianidad y la voluptuosidad más funky consiguen firmar un sencillo brillante.

Sin embargo, en ciertos tramos se desprende una desasosegante impresión de sequedad, casi de vulgaridad, como si les faltase precisamente esos elementos exóticos que les daban cierta pátina de originalidad. Quizá en ese aspecto se hayan dado de bruces con sus límites. Y es que si la canción no destaca por temática o por originalidad en la melodía nos podemos encontrar con barrizales creativos como Ja era fort, Despareixíem lentament y, si me apuráis, el último sencillo, Quin día feia, amics. O incluso algún himno incomprensible (vale, el título apela a la crítica social, pero el contenido es, cuanto menos, desconcertante) como Un directiu em va acomiadar. Una rara avis que deja de lado el retrato para incorporar unos cuantos tópicos que acaban como en el gran teatro del mundo de Calderón.

Pero entre ambos extremos, debajo de esa electrificación que algunos medios destacaban a tres columnas (a estas alturas, los medios son capaces de alabar cualquier chominada de sus fetiches) como la mayor revolución después de la sopa de ajo, relucen joyas que, como en Els millors professors europeus (Discmedi, 2008) y 10 milles per veure una bona armadura (Warner/Discmedi, 2011), cantan a una cotidianidad muy cercana y muy íntima con la familiaridad de quien sabe observar y tiene el talento de narrar para toda una generación que deambula por ese mundo estrellándose en muros y amores. Sírvase este ejemplo de Deixar-te un día, una de las canciones más reposadas: “Ya se intuía en el horizonte la costa virgen de un nombre nuevo/ya me desplazaba más ligero, libre del peso de tu amor/(…) ¿Sabéis mi futuro?/Me he disparado con munición de plata apuntando directamente al corazón”. Si afilan ese instrumento, la pluma, es posible que su obra cumbre aún esté por llegar. Y manteniendo en todo momento esa imagen de gent normal.

PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 7/10

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