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King Krule – The OOZ

Recientemente un músico me comentaba lo importante y meritorio que le resulta el que haya discos que representasen de forma casi pictórica un momento y un lugar concreto. Archy Marshall, fumador empedernido, crío prodigio pelirrojo y enclenque de Londres, daba la campanada hace ya cuatro años con su debut 6 Feet Beneath The Moon. Sin recibir misma aclamación de la prensa que del público, pero labrándose un respeto y un caché bastante intensos para sus 19 años, el británico se inmiscuiría entonces en los discos de Mount Kimbie, lanzaba un gran LP de hip hop experimental con la colaboración de su hermano en 2015… Dejando un tanto de lado el proyecto alma mater de su carrera. No sería hasta el 2016, tras sus idas y venidas con una misteriosa amante catalana, cuando Marshall decidiría recuperar King Krule, para componer este The OOZ, que ahora comentamos.
Volviendo a la primera línea, este The OOZ es precisamente eso, un álbum sucio y roñoso, oscuro y sin embargo sugerente, en el que Archy Marshall repasa con más fidelidad que nunca la experiencia solitaria del desamor en una zona específica de su ciudad: fría, lluviosa y maloliente. Es por esto que el segundo disco del compositor londinense no es sólo sobriedad y calma, sino que contiene constantes desencuentros ebrios y un tanto esquizofrénicos, dirigidos directamente a favorecer el mood en toda su forma. El trío de canciones que lo abren son de un corte directo, breve y muy, muy divertido. Lo culmina el soberbio single (en mi opinión una de las canciones del año) Dum Surfer, con su salvaje ritmo encendido, Marshall frenético y árido, y hasta un sucísimo saxofón como colofón.
The OOZ está conformado por constantes subidas y bajadas, unas casi accesibles o hermosas, otras más soporíferas o paranoides, que van y vuelven por las calles meadas y los tugurios más inaccesibles de los suburbios de Londres. El hilo conductor viene anexionado por el poema que aparece en dos de los interludios Bermondsey Bosom (Left) y Bermondsey Bosom (Right), en castellano e inglés respectivamente. En el primer caso funciona como una contextualización introductoria y en el segundo como un encuentro redentor con el recuerdo de lo que fue esta relación para Archy Marshall.
Con una duración ligeramente excesiva, The OOZ busca encerrar al oyente en su propio universo. Es posible que con un par de canciones menos, o con elementos con mayor gancho en ellas, resultase ser disco aún más destacable de lo que ya es. Puede resultar fácil perder la atención poco antes del otro -fantástico- single Czech One, que; como terreno reconocible y corte más comedido, conciso, y templado, marca el eje central del álbum. Pero King Krule no tiene reparos, su inspiración se vuelca en una escritura vehemente para bien y para mal, dando lugar a un disco especialmente humano a la vez que entretenido, aunque de escucha enrevesada.
El británico repasa así con un filtro de grunge y de punk experimental sus principales influencias de blues, tonteando en esta ocasión de forma atrevida –Biscuit Town– pero por lo general más imperceptible con el hip hop. A partir de la segunda lectura del poema, el disco comienza una fase no repleta de redención, pero sí de recuperación de cierta energía positiva. Con ella poco a poco las canciones se vuelven a pesar de ser igualmente experimentales –The Cadet Leaps– o desgarradas –The OOZ– más arregladas, melódicas y bellas. Los tres cortes finales, al igual que los tres iniciales, son de los que más fácilmente hacen referencia al sonido clásico de Marshall (La Lune es una canción antigua), con un blues emocional y cercano.
Cierra de este modo King Krule The OOZ, otro disco carne fácil para su target, deseoso de escuchar música medianamente accesible a la par que con una sonoridad añeja. Esta vez lo hace demostrando una enorme capacidad para narrar y ambientar, contextualizar y reflotar sentimientos e imágenes propias con gran fidelidad, además de hacerlo sobre melodías bastante redondas en la mayor parte de las ocasiones. Siguiendo esta línea creciente no veo razón alguna para que Archy Marshall no se convierta de aquí a unos años en una de las voces representativas de su generación, equilibrando además la adulación de sus oyentes con las de la prensa especializada.

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