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JANELLE MONÁE – THE ELECTRIC LADY

La revolución nacerá en la pista de baile, y Cindi Mayweather será quien lidere la lucha por la libertad y la unidad de razas y especies, humanas, clónicas y robóticas, de toda clase, color y condición. El arma invencible que esgrimirá será, como no podía ser de otra forma, el amor. Pero, al igual que a todo héroe, la resolución de Mayweather flaqueará, atormentada por las dudas y las inevitables renuncias, por el dolor común y por el particular, producto de los sinsabores que le depara el camino y que la apartará del amor. Ni siquiera una androide como ella, en un año tan significativo como el 2719, podrá eludir el pathos del héroe.

La premisa argumental de The Electric Lady (Bad Boy, 2013) puede parecer a primera vista un pastiche indigerible, pero semejante amalgama de influencias artísticas y populares responde al carácter artístico ambicioso y multidisciplinar del alter ego de Mayweather, la joven que, cuando visita el Saturday Night Live o sacude las calles de Nueva York mediante una actuación relámpago y guerrillera, atiende al nombre de Janelle Monáe. Un jovencísimo talento capaz de mezclar a Fritz Lang, Karel Čapek, Philip K. Dick, Isaac Asimov, la Motown, los Jackson, el jazz, el soul y Prince; empeñada en reivindicar la esencia de la música negra, la cultura queer, la diversidad, todo esto junto en un segundo largo (las entregas cuarta y quinta de la epopeya futurística de Mayweather, en realidad), y salir bastante más que airosa: nada hay más adictivo (y todo un antídoto a la apatía y el aburrimiento) que empezar la revolución a ritmo de Dance Apocalyptic, una canción adictiva, primigenio y lujuriosa, que puentea toda la razón y colapsa todos los sistemas. Restart. Reboot. Volvamos a los orígenes…

Y esa vuelta a los orígenes, a una mayor apego a la herencia de la Motown, es la que impregna el The Electric Lady y lo diferencia del más ecléctico The ArchAndroid (Bad Boy, 2010). Una maniobra no exenta de peligro, puesto que hoy en día es fácil caer en el territorio común (y desolador) del Adult Oriented Radio tipo Los 40 Principales. Monáe se desenvuelve con desparpajo y seguridad, arropada por el talento del equipo artístico Wondaland, amén del propio, y es capaz de firmar colaboraciones de marcada orientación comercial, como los duetos con Miguel (Primetime) y Solange (The Electric Lady), y demostrar que las baladas R&B no tienen por qué ser ni banales ni carentes de alma.

Por otra parte, la unidad argumental le confiere otra artística que hace de The Electric Lady una obra estimulante, repleta de espacios (no siempre bien aprovechados; ojo a esa Suite V) en los que desarrollar estructuras sutiles, complejas y cargadas de referentes. Monáe acude al imaginario de la ciencia ficción no en vano, pues igual que esta, The Electric Lady comparte una de las temáticas más queridas por los autores que hicieron evolucionar el género de la Edad de Oro al new wave: los paradigmas de la sociedad en evolución. Philip K. Dick, Theodore Sturgeon, John Brunner, Ursula K. Le Guin Robert Zelazny, por nombrar a unos pocos, extrapolaron en sus obras los peligros a los que se enfrentaba la sociedad en su evolución, una sociedade en la que las desigualdades son el motor del conflicto. Y si bien The Electric Lady no analiza a fondo como en las obras de dichos autores (pues lo de Monáe es, no lo olvidemos,  un medio muy distinto), queda claro que la imaginería no es baladí, sino muy intencionada.

La exploración de este espacio de conflicto y algunas de sus múltiples facetas forma el esqueleto de The Electric Lady, aunque con una actitud optimista dentro de la toma de partido: la reivindicación de la singularidad y por su aceptación impregna canciones combativaspero sin olvidar, por otra parte, el espíritu comunal y atávico. En otras palabras, no por luchar vamos a dejar de bailar. Sin embargo, a lo largo del arco argumental, la Mayweather de The ArchAndroid tropezará con el amor. Esta primera incursión en el tema más «sobado» en la música moderna arroja un saldo agridulce: Monáe es capaz de conmover a las piedras con la voz prístina y angelical de Primetime, pero se encalla en las estructuras más típicas y tópicas del R&B como We Were Rock & Roll Can’t Live Without Your Love.

No sabemos si por marcarse un reto, por acercarse más al canon o, como ha llegado a insinuarse en algunos medios, por algún revés sentimental (aunque las letras no dejan de usar lugares comunes; parece que a la gente le sobra tiempo…), la verdad es que sorprende ver a Janelle Monáe encorsetada en algunos tramos de esta obra, zozobrando en versos ramplones y ritmos pesados, mientras en otros el terremoto de Kansas derrocha talento e imaginación a espuertas, tal como nos tiene acostumbrados. The Electric Lady contiene momentos memorables, como la guitarra y la voz de un Prince en estado de gracia, en ese blues eléctrico con que abre el disco (Give ‘Em What They Want); la banda, haciendo gala de un músculo envidiable a lo largo de todo el disco; Erika Bidu y Janelle Monáe recitando un rap en Q.U.E.E.N., Esperanza Spalding tamizando la voz de Monáe con su jazz… En definitiva, un disco de mayor unidad temática y estética, de logros brillantísimos pero con altibajos importantes, valiente, audaz y comprometido. Y muy disfutable.

Y mientras esperamos que Cindi Mayweather recupere la fuerza archandróica que la caracteriza, calcémonos las zapatillas de la revolución.

PUNTUACIÓN CRAZYMINDS – 6,5/10

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