En Love Interruption, primer single de Blunderbuss, Jack White repetía una y otra vez aquel estribillo. “I want love to change my friends to enemies and show how it’s all my fault”. La canción, de aspecto inocente, mostraba a un White inédito hasta la fecha, navegando por las aguas calmadas del soul y el folk. Nadie en su sano juicio podía encontrar bajo aquellas notas cálidas un rastro de autocompasión. Tampoco el anuncio de un White más airado y cortante que de costumbre. Al fin y al cabo, Blunderbuss no dejaba de ser el debut en solitario del rey midas del rock actual. Una carta de presentación destinada a mostrar las habilidades de un músico capaz de pisar todos los charcos y salir airoso de cualquier tempestad. Al menos hasta ahora.
En estos dos últimos años el de Detroit ha conseguido lo que en casi una década de carrera junto a The White Stripes había sido incapaz: granjearse más detractores que defensores. Los amigos fieles, claro, siguen ahí. Sólo así se explica que, a cada nueva pirueta del artista, aparezcan nuevos fans dispuestos a seguir el credo rockero y guitarrero del norteamericano. Sin embargo, en estos últimos dieciocho meses le han surgido a White unos cuantos adversarios. Empezando por su ex-mujer, Karen Elson, que terminó encontrándose con el músico en los juzgados a cuenta de sus hijos. A ella y al resto de mujeres de su vida parece ir destinada Three Women, adaptación de un viejo blues de Blind Willie McTell que abre su nueva colección. El sonido de las guitarras impulsa la melodía hacia arriba, pero White sigue cantando triste y atormentado. La herida es profunda.
Y es que el azul del blues parece haber teñido algo más que la vestimenta del rockero. Atrás queda esa famosa dualidad rojo-negro, convertida en imagen de marca por The White Stripes. En su nuevo disco White vaga solitario, asediado por la mirada trágica de aquellas figuras de mármol de la portada. Él, mientras tanto, posa desafiante, esperando a su presa. Ni siquiera aquel fiddle de Temporary Ground consigue amansar a la fiera. En Lazaretto White canta cabreado, dolido por la perdida, detrás de una reja y un portón de madera. El disco, no obstante, ha sido compuesto y grabado durante el transcurso de una gira que, según palabras del propio artista, ha terminado dejándole un regusto amargo. El público, siempre a la espera de los éxitos de White Stripes, no ha terminado de comprender aquel experimento caprichoso que White ideó en su momento y que consistía en llevar a dos bandas de gira (una completamente masculina, la otra dominada por el componente femenino) y no decidir hasta el último momento cuál de ellas emplear en el concierto de esa noche.
La respuesta no se ha hecho esperar. Si Blunderbuss parecía representar aquella lucha de sexos con su mezcla de canciones afiladas (Sixteen Saltines) y melodías calmadas (Blunderbuss), Lazaretto parece romper la dicotomía. Basta escuchar el tema que da título al álbum para encontrarnos a un White marinando en una misma composición todas las piezas del rompecabezas. Desde el funk-soul inflamado a lo Prince, hasta las guitarras fuzz ‘marca de la casa’, pasando por ese fiddle somnoliento y rural, capaz de frenar en seco a toda la manada. El experimento, aunque atrevido, termina atragantándose. Parece que White ha coincido en planteamiento con el último disco de los Black Keys (el dúo de Ohio se encuentra también en la lista de damnificados por los ataques de ira del artista) y ha dibujado un itinerario de noches frías, canciones angulosas y poso largo. Una rodaja ambiciosa y difícil de captar al primer giro.
Al menos eso parece escuchando cortes como Would You Fight For My Love? (impagable esa interpretación en la que White canta tocado, pero no hundido; dolido, pero con fuerza para reclamar su trono) o The Black Bat Licore (aquí el laboratorio sonoro del artista parece trasladarse al sur de la frontera norteamericana). Sin embargo, White, acaso incapaz de tirar la toalla, termina dando con la tecla correcta en High Ball Stepper. Otro collage en el que las guitarras abrasadas y esas notas desperdigadas por el tugurio más sucio del jazz marcan uno de los puntos álgidos de la colección. Por no necesitar, el artista no necesita ni añadir texto a esta pieza que muchos esperábamos como apertura del disco, pero que termina haciendo las veces de puente entre esa primera parte del disco áspera y un final más amable, al menos en las formas.
La tregua comienza con Just One Drink, canción de whisky y bar de carretera que bien podría haber encajado en el repertorio de The White Stripes. Más luminosa asoma Alone In My Home, la demostración de que se puede hacer una canción de pop pluscuamperfecto con una letra sombría. “All alone in my home nobody can touch me / I’m becoming a ghost so nobody can know me” canta un White en pleno retiro, buscando el equilibrio tras el golpe. Y sí, la dulzura también termina venciendo en este White atormentado. Entitlement (su canción de espuelas y sombrero de ala ancha, su balada a lo Gram Parsons, su homenaje a su nueva ciudad de residencia, Nashville) y Want And Able (el artista cerrando la colección a solas con su acústica y su piano) imploran el perdón, el final de una guerra sin vencedores ni vencidos. Al menos para el oyente, que termina ondeando la bandera blanca ante un White abandonado a su suerte, luchando en mitad de la tempestad por encontrar un puerto en el que atracar.
No así para el propio autor que, lejos de firmar el tratado de paz, señala con sin compasión con el dedo acusador. “I think I found the culprit” canta un White vengativo, rindiendo cuentas entre aullidos y riffs convertidos en mantras. Al final, claro, la ira tenía que salir por un algún lado. A pesar de que White se haya empeñado en marcar distancias con sus composiciones. Ni siquiera aquella historia inventada por el artista, que asegura que las letras de Lazaretto nacieron de unos papeles que el de Detroit encontró en su trastero y que datan de cuando el rockero apenas rozaba los 19 años, le salvan del juicio. Su segundo álbum en solitario suena a ajuste de cuentas, a vendetta personal. También a reivindicación de una manera de hacer las cosas que, aunque pueda haber ganado algunos detractores por el camino (para los más escépticos siempre quedará en el aire la duda de si la marca Jack White cotiza al alza en el mercado por su capacidad para convertir cada uno de sus lanzamientos en un circo o simple y llanamente por la calidad de sus composiciones), siempre deja un guiño de complicidad para los fieles. Puede que a White se la haya quedado obsoleto el traje de último defensor de la noble causa del rock de guitarras, sin embargo, a su lado, el pasado y el presente del rock se encuentran en buenas manos.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 8/10
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