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FRANK OCEAN – BLONDE

Hace cuatro años Frank Ocean hizo saltar la banca con su álbum debut Channel Orange, que vino tan sólo un curso más tarde que su extraordinario mixtape Nostalgia, ULTRA (2011). Desde el mismo momento de su salida, el primer disco del cantante afroamericano se convirtió en un referente indiscutible del R&B actual, un eje entorno al cual se mueven muchos otros artistas y agrupaciones, a pesar de ser la única referencia oficial de Breaux. Pero no sólo resultó un hito a nivel técnico -con exquisiteces como Pyramids o Pink Matter y colaboraciones desde Pharrell Williams hasta Andrè 3000– sino que además en la faceta lírica Frank Ocean se desbancó como un escritor de gran talento, capaz de narrar con sumo detalle y atractivo relatos de lo más exóticos, interesantes y profundos. No es de extrañar pues que después de tres años, su público, desde los fans más acérrimos hasta los simples escépticos se desviviesen por escuchar su segundo largo.
Pero Frank Ocean no se ha dejado amedrentar ni un poco por el hype que estaba generando, es más; no contento con ello avisó con un año de antelación de la salida de Boy’s Dont Cry (la revista, el álbum, el álbum visual o lo que quiera dios que fuera). Este reto a la paciencia y los nervios de sus seguidores es ya primeramente una de las grandes ideas que acompañan la llegada de los dos nuevos álbumes ¿Por qué? Porque en la década en la que la música vive poseída por la inmediatez de la propia melodía y del lanzamiento de singles –si no vean el trap, en el que algunos compañeros generacionales de Ocean lanzan cuatro mixtapes al año- era estrictamente necesario que un músico del circuito le diese una cocción lenta a la impotencia de miles de consumidores sedientos, que acabaron resentidos. Así el cantante originario de Nueva Orleans, como en el vídeo de su streaming, construía con parsimonia las piezas que iban a componer su segundo y esperadísimo álbum; Blonde y además las de Endless, del que ahora pasamos a hablar.
Es complicado considerar Endless como un largo en sí, repleto de interludios, con una cover, una canción de techno, y un concepto más difuso, abierto y experimental -acompaña eso sí de forma sensacional la espera para la llegada de Blonde-. Como si de una sala de espera se tratase, en Endless tomamos contacto con las pulsaciones de Frank Ocean, con su sensibilidad, y entramos de forma lívida en algunos de los conceptos que más tarde nos va a presentar. En este espacio vamos calentando para formar parte del subconsciente de Ocean, introduciéndonos en una narración que en frío requriría de varias escuchas para ser interpretada. At Your Best, la cover de los Isley Brothers (Johnny Greenwood en los arreglos orquestales, James Blake en el teclado) se lleva la palma emocional, con un tono y una rectitud pasmosos, que transmiten una ternura enorme. Otra cosa que nos presenta Ocean en este disco y que sigue aplicando en el siguiente son las colaboraciones diminutas. Entre ellas encontramos el interludio realizado por Arca, que autores de dos de los discos del año aparezcan como meros de músicos de banda, la anecdótica aparición de Sampha, o la de Michael Uzowuru en la producción (Vince Staples, Vic Mensa). Pero como anécdota número uno para nuestro país queda obviamente el sample del tema Toxicosmos de Los Planetas, el cual nos morimos de ganas de saber cómo ha acabado llegando al álbum.
Como un apéndice, la existencia de Endless parece ligada a la de Blonde, pero no al revés, y en cuanto uno se sumerge en la verdadera continuación de Channel Orange comprende el alcance real de la idea al completo.
Blonde abre con Nikes (vean el videoclip)y Breaux que no espera ni un segundo para empezar a hablar del ciego deseo hedonista, económico y egoísta del que vive rodeado, mientras de forma muy sugerente introduce que él también quiere hacernos disfrutar, pero de una forma más real y carnal. La base pomposa se detiene con el pitcheo de su voz, dejando más limpia la esperadísima entrada del ídolo, que sigue hablando de un amor actual, abierto y sin ataduras, pero vivo y doloroso. Con esta dulzura y esta serenidad, Frank Ocean comienza sesenta minutos en los que nos regala la posibilidad de inmiscuirnos en lo que han sido estos cuatro años, nos habla de sus inquietudes existenciales, nos habla más lasciva y secamente que nunca de sus deseos sexuales, de su consumo de drogas de su inigualable amor por los coches… No hay forma correcta de comparar o igualar Blonde a su predecesor, con un concepto y un objetivo totalmente diferentes.
En este recorrido por la maduración del cantante las ideas se vuelven más básicas y vastas, encontramos muchos temas sin base rítmica, baladas, y sobre todo una sensación de intimidad inmensa y constante. Si siempre resultaba sorprendente la delicadeza de la música de Frank Ocean, en Blonde esto se multiplica, alcanzando a veces un nivel extremo de emocionalidad en detrimento de la melodía. En el apartado de las colaboraciones, como he comentado antes, Ocean no deja mucho espacio para nadie. En la sofisticada Pink+White, Beyoncè hace unos coros, en Skyline To Kendrick Lamar hace más de lo mismo, y en la personal balada de guitarra Self Control el trapero sueco Yung Lean canta el segundo estribillo. Es formidable como en varios cortes se recupera el concepto de la colaboración guitarra-voz como única y esencial estructura  de una canción moderna, aquí se vuelve a denotar este toque añejo que Ocean trata de impregnarle a Blonde. A pesar de ello gracias al acertado autotune y la irremediable vanguardia que cuelga de él, el álbum suena tan atemporal como actual.
Tras la canción más a la orden del día; Nights (pitcheo, base de trap en el segundo movimiento) comienza la sección de interludios que primeramente parecen sacarlo a uno de quicio, pero que dentro de la escucha acaban tomando una forma esencial. Como la vida misma de Breaux, en Blonde hay momentos más y menos lúcidos y agradables. En ellos escuchamos mensajes cariñosos pero ignorantes de su madre (como de cualquiera de nuestras personas mayores), el rabioso interludio sobre la soledad de Andre 3000 en solitario -como hiciera Beyoncè con James Blake, muchos conceptos mezclados-, o el de Pretty Sweet, desconcertante y descompensado, ruidoso, como de una noche larga y complicada, con varias voces de Ocean entre un amasijo de melodías de canciones previas. El interludio sobre Facebook es la referencia más explícita que el artista hace a la masiva digitalización de lo social que ha invadido nuestras vidas, de nuevo con el piano del fragmento de su madre, reflexiona un día cualquiera acerca de algo que le inquieta, con nosotros como testigos directos. Y el ciclo termina con Close To You, quedando latente a su colaboración con James Blake, y que representa obviamente parte de la gran cantidad de tiempo que ha pasado con el cantante británico durante el último año.
Así llegamos a la parte final del álbum, la más melancólica si cabe, en la que Breaux se debate entre recuerdos, ensoñaciones y tal emotividad que resulta rompedora de escuchar una vez se ha interiorizado el resto del largo. Primero White Ferrari, comienza como una balada retro de sintetizadores infinitos, pero  acaba en un acústico con coros armónicos prácticamente inéditos en la discografía del norteamericano. Después Seigfried se presenta como la canción más insegura del largo, con un Ocean desconfiado y seguramente la letra más afligida del trabajo, “Im not brave…”, avanza desde la indecisión del compromiso a la repetición constante y rutinaria dela vida. Finalmente en un sobrio spokenword referencia de nuevo el nirvana y el ácido, dando a entender que sus complejos tienen raíz en la debilidad de un mal viaje psicodélico, quedando en carne viva de cara a los dos últimos temas. El penúltimo, Gospeed; él mismo lo ha descrito como una recuerdo de su infancia, época que recuerda como la más feliz de su vida. Con un solemne órgano y la voz de Ocean por fin arriesgando, adivinamos una de las referencias más interesantes del disco, y es que esta canción aparece sampleada varias veces en Always, penúltimo corte de The Colour In Anything de James Blake (Qué salió en mayo). El cierre, con cierta épica y un tono trascendental, habla sobre lo agradecido que Ocean está por dedicarse a hacer música, y viene acompañado de una entrevista que su hermano le realizó años atrás.
Blonde por fortuna tiene poco que ver con lo que pudiéramos desear de él. Frank Ocean ha lanzado un álbum tan íntimo y personal que da respeto y reparo tratar de hablar de él con la pretensión de hacer llegar todo lo que significará para el artista (no creo que sea ni remotamente posible). Pero es un disco tan humano y tan bello, tan puro en su franqueza que da gusto escucharlo, y que corre el peligro de convertirse en una nueva referencia del género. Ocean vuelve a demostrar que tiene una sensibilidad inédita, y sobre todo una capacidad excepcional de plasmar esos tenues estímulos en forma de música.
«How far is a lightyear?»

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