The choice is mine for making
a better road ahead
the road that I’ve been taking
heading for a dead end
But it’s not too late to turn around
Una vez más, a Mr. E le rompieron el corazón y, una vez más, el barbudo sólo supo recomponer los pedazos componiendo canciones. Las tiritas, para él, sólo son musicales, y nosotros disfrutamos de sus desgracias (metafóricamente, claro). Porque esta nueva colección de Eels, The Cautionary Tales of Mark Oliver Everett, tiene tantos componentes personales que casi asusta pensar que, como verdaderos fisgones, estamos buceando casi sin preguntar en la vida de este singular creador.
Cuenta el propio Everett que estas canciones surgieron antes de su último trabajo, Wonderful, Glorious, pero que al grabarlas sintió que aún no captaban el espíritu que las había creado. “Si no estoy incómodo, no es suficientemente real. Necesitaba cavar un poco más profundo”. Llamémosle perfeccionista, o tal vez masoca, pero Mr. E tenía claro que es lo que quería trazar en este disco: un autorretrato psicológico, un viaje terapéutico extraordinariamente íntimo y estructurado en tres actos, a saber, dónde estoy, de dónde vengo, a dónde voy.
Los vientos de Where I’m at marcan el inicio de un álbum que en su sonido es apacible, sosegado, comparable a los momentos más tranquilos y melancólicos de Daisies of the galaxy (2000) o End times (2010). Es decir, no habrá arrebatos lo-fi ni desgarros rock a lo Prizefighter o Souljacker.
El derroche emocional puede llegar a sobrecoger. De la incomprensión de Parallels, con una envidiable melodía folk-pop, a la desesperación de Lockdown hurricane, uno de los mejores momentos de la voz de Everett, como en el grito de “Don’t you see it? We’are goddamn fools…”. Después llega el turno de poner nombre y apellidos a la culpable de todo esto. Agatha Chang es, sin regates, una canción maravillosa sobre el peso de la ausencia, sobre el lastre de los recuerdos, en la que Everett se basta con una guitarra acústica (y unos sencillos arreglos de cuerdas) para alcanzar un elevado lirismo.
Las coordenadas sonoras del disco están bien acotadas y se mueven entre el folk y el pop más reflexivo, con constantes y cuidados remates orquestales. Es probable que Eels pudiera vender a buen precio Kindred spirit y A swallow in the sun a The tallest mano on Earth, y que Josh Rouse pujara con entusiasmo por la liviana y divertida Where I’m from. Como curiosidad, el lamento casi siniestro de Dead reckoning, que quizá habría bordado Lou Reed.
Y al borde del final, aparece no sólo la joya del disco sino una de las mejores canciones de lo que llevamos de año. Mistakes of my youth es la culminación del viaje de Everett, quien por muchas vueltas que le dé a qué falló, por mucho que eche la vista atrás y trate de cambiar las cosas, sabe que volvería a repetir una y otra vez los mismos errores. Su sereno fracaso es la moraleja final, su primer paso quizá para salir adelante, pero de momento, y con eso basta, es la base de un disco hermoso, muy hermoso.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 8.5/10