Deerhunter se han ganado durante la última década el título de una de las mejores bandas a nivel mundial del panorama underground (sí, hay cierta contradicción). Cada vez que Bradford Cox se pone con un nuevo álbum, el resultado que nos llega es de una forma u otra satisfactorio, y esto viene sucediendo de forma indiscutible desde Cryptograms en 2007, incluyendo además su proyecto Atlas Sound. El último antecedente, Monomania, fue el trabajo más sucio, sencillo y desengañado de la banda americana hasta la fecha (2013), pero aunque en la progresión de aquel sonido a la claridad y limpieza de este nuevo uno puede acabar desconcertado, esto no implica una falta de continuidad en la escritura y en ciertas costumbres de Cox, que ha realizado su disco más “accesible” hasta la fecha junto a Deerhunter.
Con sólo 9 canciones y 36 “tristes” minutos, Fading Frontier puede parecer a primera vista el álbum más vago de Deerhunter, y dedicándole un par de escuchas el prejuicio puede incluso resultar más latente, pues es melódico, psicodélico, entretenido, sencillo y poco pretencioso. Pero precisamente todas estas cosas son las que nos llevan a volver a escucharlo una y otra vez, comprendiendo poco a poco por qué es uno de los largos más importantes de los de Atlanta, y es que este “back to the basics” –que en realidad no lo es, porque nunca ha habido nada de básico en su sonido- es la forma más bella que tiene Cox de mostrar su anulación de juicio ante toda la desgracia que siempre ha rodeado sus letras. Un estado de recogimiento inédito en el vocalista, que aunque sigue resaltando la dureza y el desencanto en todo lo que compone, esta vez lo hace de forma bastante más tranquila, abandonando el nerviosismo y el estado de intranquilidad que caracterizaba Monomania, como si lo negativo ya no debiera predominar por el mero hecho de estar presente en su vida.
A pesar de lo comentado anteriormente, el inicio es mísero, monótono y funesto, en All The Same podemos escuchar un penoso teclado sobre la rutinaria guitarra, mientras Cox nos habla de que cualquier acción realizada o cualquier forma de la realidad son la misma cosa. Un pensamiento que por un lado puede ser negativo, pero que entraña cierta belleza por la conexión que todo alberga, y que el propio cantante resalta en Living My Life (una de las canciones más bonitas del álbum), gozando sobre una hermosa melodía del mismísimo sufrimiento, y lanzando como ya ha hecho muchas veces al aire un grito de socorro hacia el tiempo perdido. Además, los minimalistas detalles y variaciones rítmicas van haciendo por sí mismos de esta canción una de las mejores del disco, con ese parado estribillo, tremendamente altruista lírica y musicalmente. Breaker, una de las más sencillas, tiene mucho aire a Halycon Digest y es una de las más espaciales y “acuáticas” con muchísimo de Atlas Sound a pesar de ser una colaboración, y además con unos toques de dream pop que se repetirán más veces a lo largo del resto del trabajo. Como por ejemplo en su consecutiva, Duplex Planet, con gran marca de agua del sello 4AD, y que a pesar de su comienzo más rock acaba evolucionando entre capas de sintetizadores hacia un lugar al que no termina de llegar, pero repleta indudablemente del espíritu Deerhunter, con reminiscencias de Helycopter y de los momentos más limpios de los norteamericanos.
Se echa de menos un desarrollo más prolongado de las canciones, por mero egoísmo, pues todas y cada una resultan verdaderamente positivas por separado, pero siempre dejan con ganas de un poco más (dicen que lo breve y bueno dos veces bueno). Así lo sentimos en Take Care, centro del álbum, psicodélico, con el giro a estribillo instrumental, y un pequeño acompañamiento al final de una factura también excelente, que da paso a la canción más parada y reflexiva de Fading Frontier. Leather and Wood, con cierto toque surrealista, que aunque inicialmente choca y desconcierta en cuanto al ritmo natural, funciona para calmarnos y sensibilizarnos en su fina composición, de cara a un gran final que entre con mayor facilidad. Así llega la aún más desconcertante pero pegadiza Snakeskin, una de las canciones más contagiosas de Deerhunter hasta la fecha, como un tema pop de los ochenta con una simple distorsión en la voz de Cox. La positividad implícita en todos los elementos choca de forma extrema con lo oscuro y triste del mensaje sobre el sufrimiento y la soledad del vocalista, que se acentúa de forma más acertada en los minutos instrumentales.
Entramos en la despedida con la delicada, espléndida y (por vez primera) pretenciosa Ad Astra, una canción que nos recuerda que, a fin de cuentas, Deerhunter ni se han relajado ni están en horas bajas, seguramente la más intensa del disco (y la más larga, claro) nos pone en órbita con los mejores momentos de la banda, y añade en su cierre un fragmento de la genial A Mole In The Ground de Bascom Lamar Lunsford, a la que hacen referencia también en el cierre, Carrion, con Cox repitiendo que le gustaría ser un topo escondido en el suelo, alejado de todo y de todos, la única canción por cierto en la que pierde un poco los nervios y comienza a gritar, como desesperado después de todo el camino, consciente del mismo pero igualmente desarraigado.
Tenemos con nosotros el enésimo gran álbum de Deerhunter, que a pesar de reducir de forma drástica gran parte de sus armas, han sido capaces de volver a realizar un disco sentido, sincero, entretenido, con historia y bello. Si además con esto admitimos que es el que más fácilmente podemos poner para introducir a la banda, tenemos con nosotros uno de sus mejores trabajos.
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