No es tarea fácil reseñar el nuevo material de estudio de un grande de la música, pues las comparaciones con los días de vino y rosas acaban siendo inevitables. Si el artista en cuestión es David Byrne y el disco supone su primer trabajo en solitario en catorce años, la cosa se pone aún más interesante, aunque aquí hemos venido a mojarnos con un álbum que se antojaba ineludible en la lista de lanzamientos de este año.
A estas alturas, poco queda por escribir sobre la mente inquieta al frente de ese coloso que era Talking Heads, por lo que aquellos que no estén familiarizados con la vida y obra del escocés tienen trabajo pendiente. Una discografía a la altura de los grandes o una presencia y un discurso que lo hacen digno de aparecer en una película de David Lynch son reclamos suficientes para atraer a nuevos fieles a su causa.
A diferencia de sus últimos lanzamientos discográficos, firmados a medias con artistas de la talla de Brian Eno o St. Vincent, en esta ocasión no había partenaire con quien compartir la responsabilidad del éxito o el fracaso, con lo cual las expectativas estaban por todo lo alto en torno al lanzamiento de American Utopia (Nonesuch/Todo Mundo, 2018).
Estamos ante un buen disco, aunque no podemos darle estatus de obra maestra. Tal vez será que Byrne nos tiene malacostumbrados, pero en el cómputo global el álbum peca de convencional y autocondescendiente. Teniendo en cuenta que la gira que llevará a cabo en los próximos meses ha sido anunciada como uno de sus espectáculos más ambiciosos, era de esperar otro tipo de material, quizá más grandilocuente y menos crepuscular. O a lo mejor se trata de una cura de humildad pensada adrede para los que esperaban un retorno por la puerta grande con fuegos artificiales, quién sabe.
Musicalmente hablando, el álbum está repleto de medios tiempos melódicos donde de vez en cuando interrumpen beats machacones como en I Dance Like This, músicas del mundo como en Gasoline and Dirty Sheets o la incorporación de toques de música coral y tropical en temas como Every Day is a Miracle o Everybody’s Coming To My House. La aportación de colaboradores como Brian Eno, Oneothrix Point Never, Sampha o Jack Peñate ha sido muy acertada de cara al resultado final, aportando un toque de color muy particular dentro del caleidoscopio personal del artista.
Precisamente ese es el punto fuerte del álbum, la facilidad que tiene el artista para conseguir que en un disco de canciones a priori heterogéneas se acabe imponiendo un discurso y todo vaya por un camino marcado. Según el propio artista, el álbum va sobre cuestionarse el mundo en el que vivimos, sobre preguntarnos si todo lo que nos rodea no podría ser de otra manera y al menos en ese aspecto parece que Byrne es honesto y transfiere su perplejidad a la música. A pesar de estar de vuelta de todo, se aprecia una cierta candidez en las letras a medio camino entre el niño impresionable y el genio adulto, entre lo naïf y lo sarcástico.
Se ha dicho que una anécdota que ha podido tener su peso en la gestación del álbum tiene que ver con el hecho de que el escocés lleve muchos años viviendo en Estados Unidos pero hasta hace poco no haya podido participar en la votación. Ahora que por fin ha podido participar en el proceso democrático como un estadounidense más, el diablo ha salido de la urna. Parece sacado de una de sus canciones, pero a veces la realidad supera con creces a la ficción.