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BRANDON FLOWERS – THE DESIRED EFFECT

Como cuando aprobabas decías “he aprobado” y, sin embargo, cuando suspendías decías “me han suspendido”, es un hecho comprobado que si sale un buen disco se suele decir que es de The Killers y si sale uno malo que simplemente es de Brandon Flowers. Bromas malísimas aparte, sirva para presentar la poca objetividad que se puede tener con este hombre, y por tanto la dificultad de una reseña. Porque algo tiene Brandon Flowers que no puedes decirle que no por muchas decepciones que te dé. Tiene que ser amor verdadero. Este segundo trabajo en solitario da una buena serie de razones para justificar esa conducta de loco enamorado que, confieso, yo también sufro, pero también puede dar una serie de remordimientos. El caso es que The Desired Effect está lleno de temazos (temazos ochenteros, que es una forma más avanzada de llegar al temazo), pero a la vez hay momentos en los que no te sientes bien disfrutando de ello.

Quizá es injusto relacionarlo con The Killers, pero es necesario pues es prácticamente lo único que tiene que ver este nuevo álbum con su debut en solitario. Igual que aquel Flamingo provenía del sonido de entonces del grupo pero estaba procesado, más mal que bien, a la manera solitaria del cantante, The Desired Effect arranca de la nostalgia ochentera del último álbum de los estadounidenses pero vista desde otro prisma. Algo así como la nostalgia por el rock de estadio de Battle Born pasada al bando de los escarceos electrónicos. Aunque va a estar presente en todo el álbum, es en canciones como Can’t Deny My Love o Still Want You donde más se nota ese gusto ochentero. Y como todo lo ochentero, este The Desired Effect va a estar lleno de horteradas, como las canciones ya mencionadas, pero eso no quiere decir algo malo. Al revés, son canciones que se disfrutan si te dejas llevar un mínimo y te olvidas de prejuicios. Son cosas como los coros, esos efectos y el estribillo tan pegadizo en sí de Can’t Deny My Love, ese sentimiento dance que se va encendiendo poco a poco junto con los teclados en I Can Change o la alegría pop y de nuevo los coros y el estribillo pegadizo de Still Want You, a las que no se le puede decir que no.

Lo más interesante es que, detrás de esa fachada de superficialidad que te golpea la primera vez que escuchas el álbum, hay un intento de transmitir y llegar a algo más. Y si no lo quieres coger, no hay problema, porque de primeras puedes escuchar el álbum con un simple sentimiento de disfrute. El caso es que, a veces, para hacer algo mínimamente relevante solo hay que pasarlo bien, y eso Flowers lo ha demostrado. Sin embargo, son canciones como Lonely Town (sin lugar a dudas LA canción del disco) o Dreams Come True, con esa sombra de Bruce Springsteen (sobre todo en esta última) escondida tras los sintetizadores, las que transmiten algo sincero más allá de su festividad. Aunque sea una alegría sincera, que se echa de menos en estos tiempos. Lo mismo ocurre con Between Me And You, de la que, pese a cumplir todos los requisitos para típica balada ochentera de película de Patrick Swayze, tienes que terminar por creerte hasta la última palabra, ya sea por la forma de cantar, por la fina melodía que gasta o por la elegancia de los arreglos. Tampoco descarto que, una vez más, sea amor ciego.

Es en la recta final del álbum donde la fórmula empieza a agotarse un poco y la dirección vira ligeramente. Nos encontramos con dos canciones, Diggin’ Up The Heart (que crece con las escuchas) y Never Get You Right (que al contrario parece ir desinflándose) con las que, sin abandonar las sonoridades del resto del álbum, se puede trazar una línea más semejante a la banda de Nevada, una más cercana a Sam’s Town y otra al último Battle Born. Aún sin buscarles referencias son más que buenas canciones que, no obstante, palidecen un poco en un disco tan exageradamente poblado de búsquedas del single perfecto. Por otro lado están Untangled Love, que pese a ser una buena canción puede resultar agotadora por la misma razón que acabo de exponer, y The Way It’s Always Been, el cierre perfecto en forma de sencilla balada crepuscular. Se agradece aquí la cercanía de la voz de Flowers en un álbum tan dependiente de la producción.

The Desired Effect es un disco que, en un principio, puede crear sentimientos encontrados, pero que si se escucha sin ningún tipo de prejuicio o expectativa en particular deja mucho más que una sensación agradable. Porque, como decíamos, se deja disfrutar, pero también se deja sentir. Puede gustar más o menos el estilo por el que ha elegido tirar en esta ocasión el cantante, pero es un hecho totalmente objetivo que es un buen trabajo (sea el tipo de trabajo que sea), y sobre todo que se encuentra a años luz de su primer álbum en solitario. Esa sensación de cansancio, falta de cohesión y poca inspiración de Flamingo está totalmente ausente en The Desired Effect, donde escuchamos a un Brandon Flowers confiado, que sabe lo que quiere y va a por ello. Lejos de aquel mejunje de descartes de The Killers, aquí el objetivo es un sonido en concreto y totalmente independiente, y eso es lo que le da la cohesión y la originalidad. Es verdad que ese sobrecargamiento de producción pop llega a agotar en ocasiones, y si no llega a ser un disco redondo es por esa búsqueda obsesiva del temazo perfecto de la que el conjunto de canciones acaba sufriendo. Aunque al final lo único seguro es que faltan horteradas con este sentimiento tan único. También que mientras que no las necesitemos vamos bien.

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