Suele afirmarse que toda banda con una mínima esperanza de continuidad afronta su examen más crítico con la publicación del segundo disco. Si uno reflexiona al respecto, la tesis es muy lógica y defendible. Tras consumarse el sueño del debut, si éste alcanza un mínimo de notoriedad es difícil, en ocasiones, discernir los halagos sinceros y auténticos de la inflamada adulación de los cazadores de tendencias, siempre ávidos de descubrir nuevos talentos y colgarse medallas. La existencia de un grupo, que ya queda refrendada definitivamente por ese primer álbum, implica, normalmente, proyectos y giras que ponen a prueba la convivencia interna de los músicos, además de la capacidad de gestión de sus talentos, ambiciones y miras artísticas, a menudo desiguales, incluso divergentes. Ese caldo de cultivo, tan alejado de la inocencia y frescura iniciales de quien aún no es nadie y nada tiene que ratificar, ha enrarecido, cuando no liquidado, infinidad de trayectorias.
Bourbon, la banda gaditana que nos ocupa, se ha encontrado hasta hace muy poco en esa delicada tesitura, y nos tenía a todos aquellos incondicionales de Fango, su fantástica ópera prima, un tanto inquietos. Aquel disco, de 2013, encerraba un arduo trabajo de muchos años, y con formato de cuarteto. La salida del guitarrista Pitu Gonzálvez al poco tiempo de publicarse alteró, inevitablemente, el rumbo de la formación. Con ocasionales ayudas de otros guitarristas, sortearon con mucho estilo el percance sobre los escenarios, donde llegaron a batirse el cobre en el Azkena Rock 2014, entre otros grandes recintos. Pero existía una lógica incertidumbre, y más en estas circunstancias, sobre el segundo disco, sobre la temida reválida.
Hubiera sido una pena, y ahora más que nunca, habernos tenido que conformar con unos Bourbon deslucidos y a medio gas. En este país, seamos claros, y aunque tampoco señalaremos, la inmensa mayoría de grandes iconos están alejados de su mejor nivel. Existen bandas recientes e imprescindibles como Manel o León Benavente que aún no conocen un paso en falso, pero se echaba en falta una formación que reivindique con autoridad el rock más atemporal. Y, sobre todo, se echaba en falta la sangre en el ojo, el carácter. Todo lo que representaba Bourbon y, afortunadamente, lo que seguirá representando. Una simple escucha de Devastación, su flamante segunda publicación, lo confirma. Si el oyente insiste, además, se regodea con la evidencia: no hay bajón, sino inspiración permanente, insobornable actitud. Tampoco estancamiento creativo; más bien amplitud de miras, majestuoso salto hacia delante.
Más allá de la permanente reverencia al rock clásico y la definida y reconocible personalidad de su líder Raúl Guerrero (cantante, guitarrista y compositor principal) como hilos conductores que, inevitablemente, los emparentan, existen muchísimos detalles que diferencian Fango de Devastación. El primero hay que buscarlo en lo más profundo de sus raíces, en el concepto. Conviene recordar que el debut era un disco muy rico, variado y sutil, pero a la vez gobernado claramente por los riffs. Era fácil intuir que el proceso compositivo partía, muy habitualmente, del despliegue de un poderoso riff, que servía para cimentar y articular todo lo demás. No es el caso de Devastación. Por lo menos no tan claramente. Aquí existe una sensación de mayor equilibrio e integración entre los iracundos guitarrazos, que ahí siguen, con las melodías vocales, los acordes y la expresividad de las letras, que continúan igual de crípticas y desesperanzadas, pero dan la sensación de tener más intencionalidad, mayor vocación de autor. Bourbon ha ganado matices, sutilezas, riqueza tonal, capacidad de sugerencia.
Esta nueva perspectiva incide, naturalmente, en lo verdaderamente importante, la culminación de canciones. En Fango, una obra más de género, más académica en el mejor sentido de la palabra, resultaba tan fácil emocionarse como rastrear influencias (Black Sabbath, Lynyrd Skynyrd, Corrosion Of Conformity…) al escuchar canciones del calibre de La Charca Del Diablo o Algo Me Dice Que No. Con Devastación, en cambio, Álvaro Guerrero a la batería y Juanma Gonzálvez al bajo, además del citado Raúl Guerrero, suavizan esas deudas, lo ponen más difícil. Todo es menos directo e inmediato, pero más exquisito, más laborioso, más reflexivo y, de alguna manera, más hipnótico. Incluso a la hora de recalcar canciones, aumenta el desafío. En Fango, entre otras que no se quedaban lejos, sobresalía imperialmente Solo, una pieza tan conmovedora como llena de maestría. Con su continuación, sin desmerecer ninguna, aquí el relleno y el piloto automático brillan por su ausencia, existen numerosas tentaciones, diversas candidatas a grabarse en lo más profundo del corazón y la memoria. Tras un sugerente inicio con ¿Quién Eres Tú?, cuya cadencia y oscuridad podrían remitir ligeramente a Alice In Chains, no tardan en llegar dos cumbres, desde ya, no sólo del disco, sino directamente de la música actual: Contra El Cristal y Escrito En La Pared. La primera, elegida como primer single con buen criterio, concilia impecablemente dramatismo con eficacia y tiene un solo memorable. La segunda, tal vez la mejor del lote, es una exhibición de melodías vocales, deliciosas guitarras, elegantes requiebros y entrañas a destajo. Posee un aroma UFO muy edificante, además.
No mucho después, y después de Sol, solvente tema de espíritu muy Fango, emerge otra canción de altos vuelos, y muy representativa de este viraje a lo sombrío, a lo íntimo: Te Esperaré, emocionantísima, tocada con admirable finura. El siguiente golpe de gracia, tras la acústica Confesiones, lo encontramos con un auténtico ciclón llamado Una Cuestión Personal, otra demostración de virtudes y de creatividad en su estructura, aquí con especial vigor y temperatura. Su tempo, su clima, de alguna manera, recuerda a los Screaming Trees más viscerales. Con Inseparables se vuelve a la senda de temas eficaces y al grano del estilo de la citada Sol; con Hipnus, más compleja, retorcida y febril, se enfila la recta final y con el tema homónimo, que cierra la obra, asistimos a otra canción ineludible, a una nueva catedral. Trufada de ramalazos muy 90’s, desde Jane’s Addiction hasta Smashing Pumpkins, sostenida por una magnética melodía de guitarra y distinguida por la letra más confesional, impúdica y estremecedora que seguramente haya escrito nunca el menor de los hermanos Guerrero, la canción que da nombre a esta nueva hazaña de Bourbon se desboca hacia el final, entre una tormenta de electricidad y quejumbrosos alaridos.
Las colaboraciones de Asier y Jony, de Soulbreaker Company, y de Txus, de Arenna, encajan a la perfección en este demoledor epílogo. La intervención en el álbum de Jose Manuel ‘Poti’ (Viaje A 800, Atavismo) con diversos instrumentos es también digna de elogio. Así como la producción de Curro Ureba, maravillosamente orgánica y natural. En fin, bendita la hora de poderlo comunicar: Bourbon han vuelto para quedarse. Pronto los tendremos, además, en los escenarios de Jerez (11 de diciembre, La Guarida Del Ángel), Madrid (19 de diciembre, Wurlitzer Ballroom) y Barcelona (13 de febrero, Rocksound). Apetece, sin duda, comprobar las prestaciones en directo de una banda como Bourbon, tan engrasada, tan imaginativa, tan resistente al desmayo.