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BILL CALLAHAN – APOCALYPSE

Los caminos del señor son inescrutables, como diría aquel. Quince años bajo el alias de Smog le sirvieron a Bill Callahan para hacerse un hueco y ganarse el respeto de los circuitos independientes del otro lado del Atlántico. Sin embargo, afincado en esa segunda división, en esa zona media en la que sentirse lo suficientemente libre para hacer lo que se quiera y lo suficientemente capaz como para enlazar doce álbumes en década y media, Callahan decidió dar un paso más. En 2007 se quitó la máscara y editó su primer álbum bajo el nombre de Bill Callahan. Un hombre cualquiera en la escena underground norteamericana.

Extrañamente, una vez a pecho descubierto, el compositor comenzó a enlazar una trilogía de álbumes que concluye con este Apocalypse, quizás su disco más compacto y que más ampollas levantará. Con el ritmo trotón de Drove nos abre las puertas Bill Callahan a este nuevo trabajo. Un disco cargado de country polvoriento, de folk de aromas lo-fi que raspa como la lija. Un cancionero oscuro que nos lleva por la otra América, no la mítica de los westerns ni la cosmopolita de las series de televisión, sino la América de la clase media.

Con su guitarra a cuestas, esta especie de dark crooner se sumerge en un sueño surrealista en el que el mismísimo Johnny Cash se convierte en sargento de la guerra de Afganistán. America!, tercer corte del álbum, se presenta como la versión más ácida del anti-belicismo. Es la mirada del forajido, del que recorre en su coche carreteras comarcales para llegar a una ciudad de poca monta como Silver Spring, su ciudad natal. Cantando al loco país, a la tierra sin esperanza, Callahan se asemeja a un Woody Guthrie moderno, que acude, como ya lo hiciera el cantautor de los años 30 y 40, al sonido más crudo y mínimo, a la búsqueda de canciones esqueléticas que dejan al desnudo sus letras deslenguadas.

A ratos el norteamericano se deja seducir por los ecos del violín y los vientos para juguetear entre melodía pantanosas y ritmos que parecen conducir hacia el infinito. Baby’s Breath, Universal Applicant y Free’s hacen las veces de contraste al repertorio más sentido del compositor. Canciones que sirven para coger un poco de aire, para sentirse libre por un instante de la angustia que amenaza con inundar su voz.

Sin embargo, no es la desesperanza la que termina venciendo en esta batalla de Callahan contra sí mismo. Como en America!, el de Maryland nunca pierde ese punto canalla, burlón, y una vez puesto en escena su particular sainete, se deja llevar por la nostalgia de su propia música. Dos temas como Riding for the Feeling y One Fine Morning nos recuerdan al Callahan más melódico y soñador de Sometimes I Wish We Were An Eagle, su anterior trabajo de estudio, y For A Rainbow, el tema que donó a Crayon Angel: A Tribute To The Music of Judee Sill.

Hay que reconocerlo. Este Bill Callahan nunca saldrá en las portadas de las revistas, empeñado como está en convertirse en uno de esos compositores incansables del Estados Unidos más opaco, llenando de sentimiento, de sílabas que se repiten una y otra vez, la tradición musical de montañas y desiertos, ganándose el pan como uno de esos songwriters que vertebran la historia de carreteras secundarias del country. A pesar de todo, en este Apocalypse consigue cautivar nuestro corazón, insuflarle un poco de aliento antes de la estocada final.

Al menos, mientras queden tipos como Callahan, seguirá mereciendo la pena seguir sobreviviendo a este lado de la frontera, por muy tortuoso que sea el camino.

PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 9/10

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