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BATTLES – GLOSS DROP

Se le puede achacar a la música de base electrónica, tanto la creada directamente con samplers como la “tradicional” pero con una fuerte posproducción electrónica, cierto carácter aséptico, sin que por ello se ponga en tela de juicio su calidad o su atractivo; dejando aparte, eso sí, la música “de consumo” o los experimentos vacíos de talento, meros caprichos tecnológicos que degeneran en productos terriblemente fríos y aburridos, aptos sólo para discotecas o coches tuneados.

Aun en el caso que nos atañe, cuando aparecen propuestas tan viscerales como las de LCD Soundsystem o Battles, que hacen de la secuenciación el nuevo dirty old rock’n’roll para el siglo XXI, uno se da cuenta de que, en música, los prejuicios no hacen más que daño, y toca preguntarse: ¿Qué es esto que suena en el reproductor? ¿Cómo lo catalogo? ¿Cómo algo tan electrónico, tan “aséptico” a priori, está apelando a las entrañas?

Aquí hay algo más que cálculo: una programación orgánica, si se permite el oxímoron, una película de David Lynch sónica. Sin embargo, taxonomizar los elementos que componen el reciente Gloss Drop se antoja complicado desde un paradigma más clásico/analógico. A falta de definición precisa, o de cultura electrónica, toca acercarse a la esencia de este trabajo por aproximación, como si de un problema de cálculo infinitesimal se tratase.

Gloss Drop es el segundo largo de estos neoyorquinos, que se presentaron en la escena musical el 2004 con un par de EPs al más puro estilo math rock: tiempos complejos, sonido arisco y melodías enmarañadas de tan intrincadas. En 2007 afinaron el tiro con el reconocido Mirrored, de texturas más amables e impacto mediático. En Gloss Drop, a diferencia de Mirrored, y aunque se mantienen fieles a las señas de identidad del género, tracks como Ice Cream o Wall Street parecen otra cosa: uno tiene que pararse a analizar el ritmo, como cuando estudiaba solfeo, para convencerse de que no nos encontramos ante ningún ritmo 2/4 o 4/4 infeccioso al estilo Ramones, sino ante un endiablado 7/8 o algún otro tiempo compuesto. ¿De dónde procede la confusión? Quizá esa electrovisceralidad, por llamarla de algún modo, trasciende la estructura programada de las canciones. Africastle, la apertura del disco, es un claro ejemplo: su división en movimientos no abandona una línea melódica clara, sostenida y no ahogada por una base rítmica contundente y un sonido eléctrico envolvente; de aquí procede también la tensión, guitarras y teclados de sonido más primitivo, rabioso y básico que el virtuosismo y preciosismo de, pongamos por ejemplo, Mogwai. Una actitud que trasciende el academicismo, una actitud rocker que va mucho más lejos del post rock. ¿Post punk? Pase.

También se notan las ganas de gustar y de gustarse. Tyondai Braxton dejó el grupo y ya no queda ni rastro de sus voces pitufadas (infecciosas, sí, pero ciertamente impostadas), y sin embargo las colaboraciones para los cuatro temas vocales del disco muestran con un atractivo descaro la vena más pop. Ciertamente un estribillo en Gloss Drop viene a ser como crear una imagen fractal: aplicando las iteraciones matemáticas de la teoría del caos brota, casi por ensalmo, la belleza más orgánica; la paradoja de la ciencia en el arte. Para el que escribe estas líneas, Ice Cream (con uno de los vídeos más originales y sexis del año, creado por la agencia barcelonesa Canadá) es la canción más indiebailonga de la temporada: el chileno Matías Aguayo le imprime, además, un caracter divertido, estival, festivalero, sucio y seductor como pocas veces se ha oído. Pero My Machines (con otro de los vídeos del año), cantada por Gary Numan, y Sweetie & Shag, con la voz en contratiempo (terriblemente insinuante) de la blonde redhead Kazu Makino, destacan por esa luminosidad math pop que comentaba del conjunto de esta sinfonía de 11 movimientos para estos tiempos tan 2.0.

Sin embargo, y a pesar de la versatilidad que demuestra el grupo en la composición y la amplia paleta melódica que despliegan, cabe achacarles un cierto bache farragoso hacia el último tercio del disco, donde las texturas empiezan a confundirse en un batiburrillo estridente y a medio gas, en comparación con las andanadas voltaicas de Futura, Inchworm y Wall Street.

Celebramos así uno de los discos que parece asomarse desde el futuro, señalando un camino no por hollado menos interesante. Un camino donde se demuestra que estas nuevas sinfonías rock denostadas por parte de la crítica tienen aún recorrido para emocionarnos, y no tan sólo a través de la delicadeza y del virtuosismo, sino con los elementos que han hecho del rock la música popular por antonomasia: la actitud, la rebeldía y la visceralidad.

 

 

PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 9/10

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