No pocas veces a lo largo de su trayectoria Will Hoge ha sido escudriñado por prensa (minoritaria) y seguidores de una manera excesivamente rigurosa, por decirlo con diplomacia. A partir de su cuarto álbum, el referencial Draw The Curtains, ha sido relativamente habitual toparse con análisis tibios y suspicaces del rumbo de su carrera. Casi todos ellos, más allá de la irregularidad, alegan una progresiva docilidad y suavización en su sonido. Argumentos respetables, e incluso fácilmente defendibles ante ciertas propuestas compositivas de sus publicaciones más recientes, seguramente algo más directas, ligeras y luminosas de lo que acostumbraba en la primera mitad de su carrera. Pero se antoja descabellado dudar de este hombre cuando abre la boca.
Si algunos nostálgicos incomprendidos veneran algunas escenas musicales del pasado y añoran su alma y épica, la voz de Will Hoge no deja de ser un consuelo impagable, una respuesta a sus plegarias. En una historia tan dilatada y en un universo tan amplio como los del rock americano, no han abundado voces tan deliberadamente hermosas, emocionantes y evocadoras como la suya. En un presente como el actual, mejor ni hablemos. Cantar con semejante pasión hoy por hoy es uno de los actos menos sospechosos de domesticación que pueden existir. En una actualidad tan aséptica y desnatada, cantar como Will Hoge, más allá de gustos y percepciones, es de hecho un formidable ejercicio de resistencia.
La cancelación de su concierto del Huercasa Festival del año pasado y el consabido aliciente de verle con banda, a diferencia de alguna visita que nos rindió con anterioridad, redoblaban el interés de esta gira y alimentaban la ilusión de los fans españoles. Y a tenor de lo vivido en la madrileña sala Secret Social Club, la experiencia ha sido satisfactoria; las expectativas, sobradamente cumplidas. The Dirty Browns y su rock crudo y aguerrido, ejerciendo de teloneros, fueron los encargados de calentar el ambiente hasta la llegada del gran protagonista de la función. Ataviado con ropa vaquera y tocado con un sombrero, Hoge tomó el escenario flanqueado por sus compañeros y, con su pose y actitud, no tardó en transmitir lo que transmite su presente discográfico, especialmente Anchors, obra que presenta: calma y serenidad, madurez y distensión.
De hecho, tal vez se pasó de sosegado con un arranque formado por The Reckoning y The Last Thing I Needed, tan bien tocadas como escasamente contagiosas y dotadas para subir el termómetro. El tono cambio drásticamente con Better Off Now (That You’re Gone), espléndido tema de aquel lejano y maravilloso disco llamado Blackbird On A Lonely Wire, y del que desgraciadamente no rescató ninguna más. Su flamante álbum, en cambio, junto con el anterior (Small Town Dreams, otra cúspide de su carrera) dominarían el setlist. Y si en temas con gancho, ritmo y chispa como (This Ain’t) An Original Sin o la exquisita Growing Up Around Here elevó los decibelios y el entusiasmo colectivo, fue en los temas más introspectivos donde explotó más y mejor su hipnótica garganta. Cold Night In Santa Fe y Little Bitty Dreams, particularmente, fueron lances mágicos, sentidísimos y con más vuelo si cabe que en los ofrecidos en sus respectivas versiones de estudio.
Muy bien respaldado por sus compañeros de formación, tan discretos en su puesta en escena como efectivos e impecablemente compenetrados, Hoge fue desgranando su repertorio, con las inevitables y dolorosas omisiones que toda discografía extensa y de calidad implica. Middle Of America, Even If It Breaks Your Heart y Til I Do It Again, con ese regocijante regustillo a Social Distortion, fueron algunos de los momentos más inspirados y disfrutables. Pero sobre todo exhibió su voz, una voz prodigiosa de principio a fin pero que pareció si cabe aumentar sus prestaciones y capacidad de seducción cuanto más avanzaba la actuación.
Así, ya en el bis, y tras una deliciosa Young As We Will Ever Be, uno de los mejores temas de Anchors, la interpretación a corazón abierto de 17, con un Hoge alejado del micrófono y repartiendo sus entrañas a capella fue un broche inolvidable, un colofón inmejorable. El público agolpado frente al escenario, conmovido, lo agradeció con una ovación. No así algún sector más retirado, cuyo inexplicable murmullo no cesó en toda la velada. Confiemos en que Hoge, quien tiene en alta estima a la audiencia de nuestro país, y que pareció apercibirse de esta incómoda circunstancia, se quede con esa respuesta extasiada de las primeras filas, y no tarde en volver. El rock, la emoción y la resistencia le necesitan más que nunca.