«Luces, cámara, acción» es una de las frases más manidas del cine. Este año, White Lies ha lanzado un disco de película que se podría ver bastante bien representado en esa frase: mantiene ese tono luminoso con los teclados y la voz de Harry McVeigh, y el resultado es un álbum redondo, que pasa rodado por tus oídos y que te mantiene en movimiento pista a pista. No es nada estático, más bien tiene vida propia.
Con esta presentación, voy a conocer a ese Friends en directo a la Sala Arena el pasado jueves, como una romántica clásica de las que opinan que el libro casi siempre es mejor, que no se creen las visitas virtuales a los museos y piensan que hacer turismo por Google Maps no es viajar. ¿Por qué? Porque las cosas buenas hay que vivirlas. Así que, por supuesto, el directo tenía que superar al disco de estudio, porque el directo está vivo.
Llegué más que puntual, así que puede escuchar por primera vez a The Ramona Flowers, con dos teclados resultones y un cantante de culo inquieto y manos de rapero (ilustran Macklemore, Eminem y un montón de GIFs de Drake en el iHeart Radio Festival), pero mucho más insistente en demostrar su potencia vocal sobre el escenario. La elección fue buena, y yo he vuelto a casa y me he puesto canciones como Run Like Lola o Skies Turn Gold, que funcionan muy bien te los pongas con altavoz o con auriculares, al final de la sala o con los bafles en la cara. Y creo que no he sido la única, pues el resto del público también parecía convencido.
Tengo un disco excelente y unos teloneros con un frontman híperactivo. Las luces de la sala se apagan y las del escenario se encienden. Juro que había una cámara de vídeo grabando el espectáculo desde una esquina. Me froto las manos. Es el momento. ¿Acción?
Pues no.
McVeigh subió al escenario con sus compañeros mientras la pequeña multitud aplaudía y gritaba. Son muchos años sin pasarse a saludar, aunque tampoco lo hicieron esa noche. Directos a los instrumentos, sin más. Comenzaron como en el trabajo que venían a presentar, con Take It Out On Me. Y yo tan in love with feeling. Pero espera. ¿Qué pasa? ¿Qué le pasa? ¿Por qué el cantante está paralizado y mirando hacia la nada?
Aparentemente, siempre lo hace. Les vi en el BBK Live hace dos años, pero no recordaba toda la parte de la abstracción sensorial de entonces. Empezó a tocar como si la cosa no fuera consigo, como si los brazos que se alzaban a sus pies, la gente que saltaba y la que cantaba los mismos versos estuvieran allí por otra causa. Esa desconexión con el mundo terrenal fue también una desconexión con el público, y la escena se convirtió en la propia de un DVD donde tú eres el espectador ajeno. En hora y media de concierto sólo nos miró y sonrió un par de veces –al menos hicimos pleno–. La cuestión es que los conciertos tienen que ir hacia algún sitio, deben tener una dirección, ya sea hacia la explosión instrumental o la atmósfera más intimista. La idea final es que interiorices lo que el artista quiere transmitirte, que lo sientas. Pero con White Lies esa separación entre cuerpo y alma en los miembros de la banda hace que tú también te aísles del momento. No es sólo que no llegues a la meta del concierto, es que la carrera es un trazado en círculo: no hay principio, no hay final, no hay crescendo, es completamente lineal.
Dentro de esa línea, el directo de la banda es una constante correctísima. Charles Cave toca el bajo de manera sosegada mientras se balancea alternadamente para cambiar el peso sobre sus pies como máxima expresión de movimiento. Los vocales de McVeigh suenan tan robustos como en el estudio, pero con unos agudos muy delicados. La batería de Lawrence-Brown se marca firme en cada tema como la aguja de un reloj, y los teclados de Tommy Bowen se hacen notar. Todo suma y los temas se construyen con consistencia, de manera ordenada, y me pregunto si se debe al cuidado y la quietud con los que actúan.
Las luces son uno de esos elementos que convierte los conciertos en espectáculos y transforma a los cuatro tipos tocando en una idea más global. El montaje era reducido en una sala tan pequeña como la Arena, pero funcionó para crear atmósfera con azules y rosas chillones y efectos con los que White Lies parecían tener otra cara oculta en los blancos y negros intermitentes. Esos mismos visuales, el ritmo de la batería y la melodía del teclado hace de canciones como Hold Back Your Love o Morning in LA rompepistas de discoteca indie. Friends es precisamente uno de los discos donde la parte electrónica tiene más protagonismo, y en directo además los teclados se potencian hasta competir con la guitarra por el sonido.
Tocaron lo más destacado del nuevo álbum, entre ellas la que McVeigh confesó con timidez como su favorita, Is My Love Enough. Pero sobre todo hubo tiempo para recordar otros temas de trabajos anteriores: There Goes Our Love Again, To Lose My Life, Farewell To The Fairground o Getting Even. Después hicieron la escapada de rigor para volver y tocar Big TV y Come On. Tras esta, el cantante dio un largo trago al bote del Monster que llevaba saboreando toda la noche y se despidió con Bigger Than Us. Y de repente, la bebida energética pareció hacer efecto instantáneo: se acercó al borde del escenario para tocar algún riff ante el público, parecía bailar mientras cantaba los estribillos y también darle a la guitarra con más fuerza. La canción es grandiosa para un cierre y no se merecía menos, es incontenible.
White Lies rompe el concepto que tienes de la música en vivo y lo convierte en música escultural, estática. Eso no quiere decir que no sea una banda que no se disfrute en directo. Sólo hay que saber qué esperar, entenderlo y observarlo desde esa perspectiva. Habrá segunda parte.