InicioConciertos - ArchivoWhile my guitar gently shrieks: crónica del concierto acústico de Lee Ranaldo

While my guitar gently shrieks: crónica del concierto acústico de Lee Ranaldo

Fotografía: Álex Vidal
Lugar: Sala Barts Club, Barcelona
Fecha: 8 de marzo del 2015
Promotora: TheProject

La principal cualidad de estos conciertos acústicos e íntimos es la de trastocar conceptos y preconcepciones. Más bien lo segundo.

Quien más, quien menos, tiene a Sonic Youth idealizado como el arquetipo de banda de vanguardia, transgresora y poseedora de un estatus estratosférico (de una estratosfera diferente a la de, pongamos, U2, claro está). Sin embargo, Lee Ranaldo, siempre un paso aparte del “liderazgo intelectual” de la banda, destila un talante cordial y cercano, tanto sobre el escenario como departiendo sonrisas y simpatía con los asistentes, que lo arrima más al público y difumina hasta borrarla la barrera que la arquitectura clásica de un concierto (patio / escenario) alza de forma más o menos inconsciente.

Otro de los tópicos que cayó fue el de la brecha generacional: si bien entre el público que se reunió en el íntimo espacio de la sala Barts Club (que tuvo la deferencia de poner un pequeño patio de sillas para facilitar la visión del respetable) abundaban las canas y las barriguitas, no pocos asistentes parecían tener la misma edad que Goo (DGC, 1990). Y de la mano de este tópico también cayó otro: el que dice que no se puede bailar en un concierto acústico; o, lo que es lo mismo, que un acústico es aburrido, meloso, falto de tensión. De electricidad.

Ranaldo demostró que nada de eso es cierto: dentro de la programación del Guitar Fest dio una clase magistral en la que aprendimos a asistir a cualquier concierto con la mente abierta y el alma atenta. Y todo de una forma sencillísima: entró en la sala con una mediana en la mano, la soltó en la mesita, se sentó, cogió una guitarra, sonrió, saludó y, simplemente, trasladó los dos discos publicados junto a The Dust a la acústica y los pedales; un gesto con el que también demostró que tampoco es necesario un grupo para montar tanto ruido (eso sí, hacen falta buenas dosis de talento y práctica).

A pesar de que Ranaldo no es particularmente expresivo con la voz, su destreza con las seis cuerdas alcanza honduras poco habituales, paisajes sónicos que expande sometiendo la estructura clásica del pop rock a la tensión arquitectónica y la armonía a la distorsión. En formato acústico y solitario, la distorsión quedó desnuda, a la vista (y oídos) de todos, para poder apreciar la policromía que, en ocasiones, mitiga la furia de los decibelios en grandes espacios. Tomorrow Never Knows, Angles y Last Night on Earth brillaron al inicio del recital como esas gemas pop que revelan a un compositor para el que la experimentación no está reñida con la melodía. The Rising Tide y Lecce, Leaving supusieron el contrapunto rabioso y catártico en el otro extremo del concierto, con solos explosivos en los que más de una mandíbula dio estrepitosamente con el suelo. Entre medio, Ranaldo fue tomando confianza y empezó a presentar las canciones salpimentándolas con anécdotas de la juventud, con semblanzas de amigos y recuerdos de gente que ya no está entre nosotros (conmovedor y urgente Ambulancer). Se mostró cercano tanto en la música como en el trato, reiterando su agradecimiento al público, a la ciudad, y animándose cada vez más a contar pequeñas historias e ideas que cruzan su mente. Especialmente cándidos fueron los momentos en los que presentó Xtina As I Knew Her (donde todos nos preguntamos qué será de la vida de esa Christina, tan importante en su adolescencia) y Home Chds, dedicada al movimiento Occupy Wall Street.

En el tramo final, Hammer Blows retomó el pulso rabioso donde el art-rock se bastardiza con el rock de aromas clásicos, y en los bises nos regaló la versión de Neil Young de Revolution Blues, áspera como la del canadiense, y la tierna psicodelia de Late Descent #2.

En resumen, el del domingo por la tarde fue uno de esos conciertos que cambian concepciones y perspectivas, que renuevan el contrato con la magia de la música y que, de buen seguro, habrá sembrado la semilla por el amor al arte, en mayúsculas, en más de uno, gracias a la sencilla pasión y convicción de un guitarrista.

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