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Un ciclón llamado The Black Angels

A no pocos se nos escapa que el rock, en la actualidad, no atraviesa por una de sus etapas más fructíferas. Claro que los amantes de la psicodelia y el garage tal vez tengan algo que objetar al respecto. Y, como mínimo, habría que concederles que varias de las propuestas que más frescura, vigor e interés han ido generando en los últimos años corresponden a esa escena. Bandas como Night Beats o solistas como Ty Segall son un buen ejemplo. Black Mountain, aunque con una mayor orientación al rock clásico, son seguramente el mejor exponente de esta escena, algo imprecisa pero reconocible, con sello, con espíritu propio. Y Black Angels, desde ya, más en concreto desde su último disco y desde su explosiva actuación en la madrileña Joy Eslava, confirman lo que ya se venía intuyendo desde su prometedor debut, Passover, hace doce años: que no sólo son un grupo referencial de este sonido, sino que son una de las formaciones de rock más interesantes y atractivas del momento.

Ron Gallo, otro adalid de estas texturas, aunque algo más escorado al indie, se encargó de calentar motores y ejerció de telonero con un concierto tan desigual como desconcertante. Con un look a medio camino entre un cartoon y algún estrambótico secundario de Stranger Things, el estadounidense lideró una actuación llena de dispersiones, de cierta indolencia, de aparentes irreverencias difíciles de entender, pero a la vez con arreones muy atinados. Cuando tiraba de intensidad y guitarrazos, especialmente, se percibía vuelo y buenas maneras. Young Lady, You’re Scaring Me, con diferencia la mejor del lote, confirmó estas buenas sensaciones. El título del disco que la incluye, Heavy Meta, también le descubre como un tipo definitivamente imaginativo. Aunque,  para ser sincero, el poso que dejó sobre el escenario no tardó en evaporarse rápidamente ante el ciclón que acontecería escasos minutos después de despedirse.

La frivolidad y falta de empaque en las composiciones son algunos de los prejuicios que los incondicionales de estas sonoridades tienen que soportar, con mayor o menor estoicismo, con cierta frecuencia. Algo de eso hay, conviene admitir. Las bandas más olvidables de este vasto universo deudor tanto, entre muchos otros, de Velvet Underground como de Stooges, suelen incurrir en esas ligerezas. Pero sería absurdo dirigir esos reproches hacia Black Angels. Esta formación tejana apunta con el dedo en varias de sus letras a las miserias y contradicciones de la política occidental. Además, lo que es más importante, compone canciones con entidad. Y, según se pudo comprobar, ante una abarrotada sala, su ímpetu y capacidad de seducción se redobla sobre un escenario.

Con un set fundamentado en los que probablemente sean sus dos discos más inspirados, el debut y el que presentan en la actual gira, Passover y Death Song, el más velvetiano y el más musculado y deliberadamente rockero, la actuación fue una demostración de contundencia y magnetismo  difícilmente olvidable. Alex Maas, su cantante, tal vez no esté sobrado de carisma, pero ese aire ligeramente narcotizado que luce de alguna manera encaja bien con el tono de la banda y le otorga una personalidad muy singular. Aunque sería discutible, al menos en esta visita, atribuirle el papel de frontman. Si por ello entendemos al componente que lleva las riendas y atrae las miradas de una actuación, el honor esta vez reside en la impresionante baterista que integra este grupo, Stephane Bailey. Un absoluto festín de rotundidad, precisión y liderazgo sonoro el que brindó a golpe de baqueta.

Con proyecciones visuales muy certeras, que imprimían una atmósfera muy adecuadamente insana y psicotrónica, la colección de temas de relieve se fueron sucediendo. La soberbia Prodigal Sun, en los primeros compases, fue un martillo pilón, toda una declaración de intenciones, un inmejorable presagio. La sensación de maquinaria engrasada fue permanente hasta el final, donde las escasas fases ligeramente planas o desmayadas que sufrió la actuación eran rápidamente enmendadas con interpretaciones explosivas como las de Medicine, Currency o Comanche Moon. Más evocadora y sugerente desplegó sus alas Half Believing, tal vez lo más fascinante que hayan compuesto nunca. Las dos que cerraron el bis, Bloodhounds On My Trail y Young Men Dead, con el público ya casi levitando, tampoco tuvieron desperdicio. Black Angels en su mejor versión, en su máximo esplendor. Suya es una de las mejores evoluciones que ha registrado cualquier banda de este estilo en los últimos años. Y suyo, ganado a pulso, es uno de los conciertos más asombrosos del año.

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