Una perfumada niebla y una densa oscuridad anuncian lo que está por venir. Es el preludio perfecto de una noche de trip hop a la antigua, con la expectación que solo los músicos con una larga trayectoria son capaces de insuflar a las miradas centelleantes del público. Un concierto de Tricky son muchas cosas en una sola: una catarsis generacional, el aroma de un porro que se pierde en la noche y la esencia de algo que se fue para no volver.
La Joy Eslava de Madrid está repleta de ilusionados hijos de los 90 con ganas de ver a aquel gurú que se coló en nuestras vidas merced al sonido Bristol. El antiguo colaborador de Massive Attack no es un tipo que regale guiños al público. No los necesita. Sabe cuál es su personaje y sabe representarlo sin aspavientos. Que su primera canción sea una versión sampleada e instrumental de Sweet Dreams, que deja paso a You don’t wanna no es una elección al azar. Funciona para introducir al público en el territorio callejero de Tricky. A él le sirve para apurar un canuto que deja junto a la batería, pensando en futuras caladas que se harán esperar. El THC sobrevuela su música fundamentada en susurros, juegos de luces tenues y la presencia poderosa de la guitarra de Paul Noels.
Una vez se desata la actuación no hay marcha atrás. Con Luke Harris haciendo malabares con su batería, ahora sí, comienza la función. A Tricky se le ve poco implicado pero más activo que en su tímido encuentro con Madrid el año pasado con su desapercibido pero interesante Adrian Thaws. Es su manera de ser. Si esperabas calma, I’m not going te da la respuesta. Hay mucha electricidad en este nuevo trabajo. Tricky no para de jugar con su camiseta como si se tratase de un instrumento más, tiembla y se implica a su manera. Se mueve por el escenario como si llevase mancuernas en lugar de dos micros. Ese rollo de yonki perfumado que parece transmitir siempre le ha sentado muy bien. Le otorga una oscuridad y una naturalidad que no encontramos en otros artistas. Es parte de esa esencia decadente y sofisticada que refleja la música urbana de este icono de la música británica. Su pasotismo existencial resume muy bien los 90 y la filosofía de vida de aquellos tiempos.
La energía de este nuevo Skilled Mechanics se deja ver sobre las tablas. Luke Harris ya es un habitual de las giras de Tricky y junto a Paul Noels conforman un trío solvente que es capaz de sonar endiabladamente bien en directo. Y lo hacen con el mínimo esfuerzo, como si se tratase de un juego que no divierte. Ese minimalismo escénico y vital del trip hop se refleja sobre el escenario de la Joy y provoca que parte del público se quede frío con lo que ve delante. Las cabezas se mueven al unísono pero hay una especie de quietud esperando la tormenta que se prolonga y se incentiva durante los largos periodos que Tricky se pasa de espalda a la audiencia fumándose un canuto, siendo la envidia de la mayoría de los asistentes, que medio en broma le solicitan: ¡que rule!
Sus nuevas musas Ivy y Belmonte están presentes en el directo mediante voces pregrabadas. La aportación de ambas a este nuevo álbum es más que interesante. En directo, el LP suena a rock de la calle, sucio pero con encanto. La distorsión reina en la mayoría de los temas de manera puntual, como reservando siempre un rasgueo crucial para el mejor momento. Noels deja un buen sabor de boca a la guitarra mientras Tricky sigue a los suyo, susurrando y pasando de todo menos de su porro. A pesar de ello, el resultado de Hero en vivo nos deja satisfechos, mientras vuelve la voz enlatada en Overcome, algo que siempre es una decisión arriesgada. Tricky actúa a veces más como un productor que como un músico de directos y se deja entrever en estos momentos.
Es un músico que no se rige por reglas convencionales. Por ese motivo, se larga a los 40 minutos en medio del estupor del público. Pensamos que irá a dos paradas, como en la F1, pero aquí comienza la verdadera intrahistoria de este directo. El regreso de la banda se materializa con dos temazos de su Skilled Mechanics como Boy y Beijing to Berlin y un clásico como Vent, que cumple 20 años. Nada que objetar al repertorio elegido. Lo curioso es que repite un tema que había sonado apenas 30 minutos antes y que sirve para un momento de descarga emocional del británico: Here my dear.
De repente, se despide de nuevo, con apenas una hora de actuación sobre sus espaldas. Los convencionalismos nos indican que se acabó la actuación, con las luces encendidas y música de fondo. Muchos abandonan la sala con un mosqueo considerable. Nosotros nos ponemos la chupa mientras el resto se niega a irse e increpa sin cesar. El telón de la Joy se baja pero la rebelión ya es una realidad. La gente ha pagado su entrada y demanda más. Casi obligados por las circunstancias, los tres músicos regresan para tocar otra canción. Después, se van, dejando con muchas ganas de más a unos seguidores protagonistas de un final de concierto atípico e inolvidable.
A los que odian los bises por convencionales y rutinarios, este show ha servido para vivir unos bises totalmente caóticos y por una vez improvisados. Tricky siempre es diferente y sus directos son una ruleta rusa en la que nunca sabes que te vas a encontrar. Es lo que tienen los 90, pasotismo existencial que eleva el arte o la música a un estadio oscuro en el que siempre esperas hallar una luz que no termina de llegar.