Omega es maravilla. Omega es un tótem. 13 canciones tiene Omega, 13. Diez de Federico García Lorca y 3 de Leonard Cohen, adaptaciones todas. Y don Enrique Morente, elevado, sin tocar el suelo. Y Lagartija Nick, en estado de gracia. Un disco descomunal. Un objeto de culto y adoración, de flamenco y no flamenco. De distorsión y quejíos. Un objeto/ser vivo que se alimenta del tiempo. Algo muy grande, enorme, en términos musicales y emocionales, que al transformarlo en directo sin su máximo exponente, don Enrique Morente, resulta no solo difícil, sino casi un acto de fe.
Pero creeremos. Con los cerrados creemos y entramos en La Riviera, la sala, a la ribera del Manzaneras. Con frío y esperanza, entramos a disfrutar del recuerdo (o generar un nuevo).
El homenaje al disco o a don Enrique, brilla y emociona en muchos momentos. Contagia a la gente que se mueve descompasada, aplaudiendo y jaleando entre las primeras filas del recinto del río, lleno. “Olés” y regocijo. Recuerdos que se vuelven agua en los ojos, cuando suenan Pequeño vals vienes, La aurora de Nueva York, Manhattan o la canción homónima al disco.
Crea destellos que hacen revivir el espíritu de Omega, pero se queda ahí en homenaje. En revivir momentos a tres voces, tres grandes voces de Estrella, Soleá y José Enrique “Kiki” Morente (todos) con Lagartija Nick (un poco al fondo, pero que grande es Eric a la batería) y los grandes acompañamientos a voces y guitarras acústicas (que por desconocimiento no puedo nombrar como debiese).
Pero hay momentos en que el espectáculo se queda en show, en lluvia de estrellas, donde el máximo exponente del rupturismo que supuso Omega se queda aparcado. Escenificando algo así como “vamos a ver qué sale de aquí”, nos juntamos y cantamos esto, con mucha calidad eso sí. Improvisación que se dice. Sin liturgia, ni sanación.
No se se busca lo difícil, lo asonante. Lo que chirría a lo establecido y epata al empastarlo o convertirlo en algo distinto. Si no duele no es adiós. No hay un adiós bonito. Y Federico, Leonard y Enrique deberían haber bajado en algún momento.
La voz de Estrella es enorme, lo abarca todo y es la más solida de los tres. Pero no arriesga o lo hace tan fácil que apenas se nota. José Enrique “Kiki” mantiene la fuerza y grandeza del timbre Morente, pero no transmite tanto, tanto, tanto, como su padre. Y Soleá con su timbre disconforme, que a los críticos le resulta fuera en ocasiones fuera tono, es la que más expone a riesgo de salir de la norma pero logrando transmitir y buscando siempre nuevos vericuetos a su voz. Los tres se repartieron con honor, respeto y emoción su Omega, su homenaje.
Es tiempo de esperar un nuevo Omega, una nueva ruptura, un desgarro poético-musical que nos haga hervir la sangre y creer en lo imposible, enamorarnos de la vida o lloras los tragos amargos. Es hora de volver a casa.