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The xx, delicada belleza en acción

Fecha: jueves, 2 de mayo del 2013

Lugar: Poble Espanyol

 

El concierto de The xx el jueves pasado en el Poble Espanyol de Montjuïc estaba llamado a ser uno de los acontecimientos musicales del año, y así lo entendió la modernidad barcelonesa, que acudió en masa (bueno, entiéndase, que más o menos ya nos conocemos todos) a la cita ineludible en un marco incomparable que la gente del Primavera Sound nos había organizado, con todo lo que ello conlleva: no faltaba hipster (pudiente) que no fuese a lucir sus mejores galas trendie, ni medio musical (e incluso general) que no estuviese representado, ni periodista musical que no dejase patente en Twitter su superlativa admiración al trí londinense.

Semejante alabanza y adoración desmedidas, semejante algarabía y ambiente de masiva exclusividad para un grupo de tan corto recorrido alimenta las suspicacias en cualquiera que recele de tanta unanimidad en el mundillo, máxime cuando el artista que actúa habían dado muestras de inseguridad y de tensiones internas en anteriores visitas, como demostraron en el accidentado concierto en la sala Razzmatazz, o incluso de ingenua bisoñez, como fue su primera aparición en el Primavera Sound del 2010, con el debut homónimo aún calentito debajo del brazo. The xx era, pues, carne de hype: más que el nombre de un grupo, una marca de identidad de un colectivo que se arroga la cualidad de selecto.

Vamos, que si te crees indie y no vas a verlos, es que no eres nadie. Efectivamente, el ambiente en un Poble Espanyol que no acabó de llenarse, aun a pesar de las expectativas, era el que cabía esperar: mucho postureo, mucha charleta intrascendente, mucho extranjero (efecto colateral de la venta y despiece de la Ciutat Comtal en pos de la imagen de marca ultramoderna y ultracool que promociona el consistorio municipal, algo que da para artículo aparte) y bastante sustancia psicotrópica cristalizada en docenas de pupilas vidriosas. Así pues, mientras en la plaza mayor del recinto se representaba el vanidoso acto social, los amantes de la música, que también los había, quedaron maravillados ante la portentosa maquinaria de emociones contenidas que son The xx. Si en algo ha ganado el grupo desde aquel más bien soso debut en directo en nuestro país es en aplomo, en sabiduría y, sobre todo, en compenetración. Sólo así, con la seguridad en su capacidad artística y en la solidez de un repertorio a priori tan etéreo se puede firmar un espectáculo que queda perfectamente definido con dos adjetivos: soberbio e impecable.

Quédense con esto: Soberbio. Impecable. Todo lo que viene a continuación no deja de ser un desarrollo de esta idea básica. Y eso que, reconozcámoslo, la noche amenazó también con naufragar a partir del vigésimo minuto de demora, aun a pesar del buen sabor de boca que la actuación en vivo de John Talabot dejó a lo largo de una hora de electrónica sofisticada: el barcelonés transitó por unos terrenos quietos y calmos, al abrigo de la atmósfera que tenía que culminar The xx, y que demostró la versatilidad y la sensibilidad de un artista de talla internacional, aunque en algunos momentos la amabilidad del sonido lo acercase más al hilo musical de un Zara que a las complejas coordenadas espaciotemporales de la música del futuro.

Sin embargo, en apenas diez minutos y tres canciones, desde la tenue Try hasta alcanzar el primer gran hito, Crystalised, The xx se hicieron perdonar todo y dejaron bien patente que, esta vez, el éxito no se les iba a escurrir de entre las manos; que no son sólo poseedores de dos bellas obras de rock ambient minimalista que se dedican a transcribir sobre el escenario, sino que han ganado tablas como para poner el aplomo y la seguridad al servicio de un arte mucho mayor, de una dimensión y una profundidad que trascienden las coordenadas en que se los pretenda encorsetar. Ya podían haber esperado hasta la medianoche, e incluso haber firmado un concierto más corto aún que la hora larga que nos dispensaron.

Quedaron en ridículas anécdotas ante la sobria puesta en escena del imaginario íntimo y de lánguida grandeur de la banda. Sirva mencionar, como rasgo característico de esa grupo solvente en que han evolucionado, el dominio del tempo del concierto: un continuo y delicado crescendo, con apenas un par de picos de intensidad (el anteriormente mencionado Crystalised y la versión de Far Nearer de Jamie xx), que podría haber llegado a exasperar al público de haber sido ejecutado de forma dispersa o monótona. Pero no, no dejaron ninguna grieta por la que desconectarse del concierto: el sonido rotundo de las bases, excelentemente interpretadas por Jamie xx, eran la argamasa impermeable que sellaba los umbrales de un mundo fantástico en el que dejarse embelesar por las delicadas historias de desencuentros, deshojadas por Romy Madley Croft y Oliver Sim.

Por otra parte, la compenetración entre los tres miembros también jugó un papel fundamental en la compacidad del concierto. La bella tortuosidad de la música y la afectación de las letras, unidos al temido efecto hype y a ciertos episodios traumáticos(a.k.a.: peleas) en la historia de la banda parecerían indicios suficientes para dudar de su unidad; firmar una actuación como la del jueves es humanamente imposible si no existe la química de la comunicación no verbal entre ellos, y esa química brotaba como un manantial en todas las frecuencias, desde esas bases orgánicas hasta el flirteo entre guitarra prístina y bajo rotundo, entre la voz recia de Romy y la lánguida de Oliver. Pocas veces la belleza ha sonado tan electrónica, tan eléctrica y tan pura a la vez. Cabría señalar, de todas formas, que Coexist fue la columna vertebral de la primera parte del espectáculo, reflejo del carácter más pausado y homogéneo del segundo largo del grupo; los éxitos de XX, VCR, Islands y la magnífica Intro, sirvieron como elementos catalíticos para arrancar la cerrada ovación y la pleitesía de un público que, en parte, ya se movía sólo mediante estímulos lisérgicos.

El cierre del repertorio, ese Infinity con una X trazada con láser que enmarcaba grupo, escenario y noche mágica, dejó la imagen de la jornada. Y Angels cerró el círculo, la belleza como fin en sí mismo, pero esta vez con el público rendido. Lamento volver aquí a hacer referencia al público: en las últimas semanas se ha hablado mucho de las molestias que parte del respetable causan con los dispositivos móviles. Sin embargo, resulta mucho más incomprensible la asistencia a un acontecimiento que pasa de ser musical a (superfluamente) social, no por la hoguera de las vanidades en sí, sino por la falta de respeto para el público y para el artista: The xx se han currado un espectáculo para paladares exquisitos, que requiere atención para entenderlo y para disfrutarlo. La constante cháchara, mal endémico en el público de este país, unido a la sonrojante pasarela en que se convierten acontecimientos como el de jueves no son sólo enervantes en sí, sino que conviene señalarlos y corregirlos. Por mera educación y respeto.

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