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The Hangmen, un ciclón de punk-rock.

Fecha: 4 de octubre de 2013.
Lugar: Gruta 77, Madrid.

 

Veladas como ésta renuevan la fe en la música. En el rock and roll, particularmente. Existen pocas bandas en este género más cargadas de motivos para tirar la toalla y maldecir a la raza humana que The Hangmen. Mientras formaciones endebles y huecas que perpetran punk-pop inofensivo copan las listas de éxitos y revientan estadios, el grupo liderado por Bryan Small se mantiene en la penumbra tras más de dos décadas de ininterrumpida inspiración e integridad. Resulta desconcertante que una formación capaz de concebir un disco tan majestuoso de punk, rock y destellos country como Metallic IOU no se haya comido este mundo, o al menos le haya asestado una buena dentellada. A menudo se abusa de atribuir malditismo, ingratitud e infravaloración a ciertos artistas que, tal vez, no merezcan muchos más aplausos de los que reciben. Con esta formación estadounidense uno puede lamentarse hasta desfallecer; difícilmente exagerará. Afortunadamente, su pequeña legión de incondicionales, una vez más, estuvo al pie del cañón, y convirtió la madrileña sala Gruta ’77 en una olla a presión, fijando la temperatura y la expectación adecuadas para una ceremonia de estas características. Se palpaba el entusiasmo, ya que las referencias de sus más inmediatos shows eran inmejorables. Tras el aperitivo de Los Aulladores, que ejercieron de teloneros, Small y su banda irrumpieron con Cry Cry Cry, de su lejano debut, allá por finales de los 80’s. Y las sospechas se confirmaron: The Hangmen se crecen ante la adversidad. Pelear a la contra les proporciona adrenalina, les inyecta sangre en la mirada. Su concierto fue portentoso. A nivel escénico, están en una cumbre absoluta de su carrera.

Ataviado con un sombrero negro, y sin perder ese ligero aire hosco y severo que le distingue, Small pareció más distendido que de costumbre. Se le notó fluir, vibrar, gozar. De entre sus compañeros, cumplidores y eficaces todos, emergió poderosa la figura de Jimmy James, con una estampa maravillosamente añeja y pueblerina, pura América profunda, bigotes y patillas al viento. Su mezcla de finura y contundencia con la guitarra fue asombrosa. Una máquina de riffs y melodías que dotó de muchísimo cuerpo a la actuación. Y el set list hizo absoluta justicia a la brillantez de The Hangmen. Muchos deslucen sus méritos y virtudes perpetrando repertorios raquíticos, descompensados o caprichosos, recordemos. Éste no es el caso. Cada uno tiene sus debilidades y sus preferencias, como es natural, pero costó echar en falta algún clásico del grupo. Poco a poco, fueron implosionado todos: Homesick Blues, Bent, Broke Drunk & Stoned, Downtown… El largo centenar de asistentes disfrutaba con la engrasadísima actuación, se respiraba el júbilo generalizado, hasta que los termómetros, definitivamente, saltaron por los aires con una recta final apoteósica, una de las tracas finales más explosivas y memorables que se recuerdan en la historia de ese recinto: Rotten Sunday y su mortífero riff, la vertiginosa Coal Mine, el oscuro salvajismo de Walking In The Woods y, para cerrar, ese huracán llamado Blood Red. Por desgracia, el recital acabó ahí y no duró tres horas más. Y quién sabe cuándo volverá a repetirse. Por suerte, quien estuvo allí tardará en olvidarlo.

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