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The Divine Comedy, an evening with Neil Hannon: una velada ciertamente inolvidable

The Divine Comedy, Casino de l'Aliança del Poblenou, 3 de noviembre del 2012

Foto: Álex Vidal

Fecha: Sábado, 3 de noviembre de 2012

Lugar: Casino de l’Aliança del Poblenou (Barcelona)

Que un artista vuelva dos años después sin presentar ninguna novedad, tras aquel primoroso Bang Goes the Knighthood (Divine Comedy Records Limited, 2010), con el mismo formato (a pecho y voz descubiertos, sentado al piano y, ocasionalmente, a la guitarra) y que llene el Casino de l’Aliança (salvo algún hueco aquí y allá, que achacamos sin lugar a dudas al 21% de IVA) es harto elocuente, tanto del talento de Neil Hannon como del cariño que se le profesa en este país.

Aunque el respeto, tanto encima como más allá del escenario, puede llegar a ser un incordio que empañe, aunque sea levemente, una velada inolvidable. La cosa se enderezó con cierta rapidez, desde el momento en que Hannon se levantó de la banqueta, empuñó la guitarra y desnudó una Lady of a Certain Age de todo lo que pudiese distraer del bello retrato de la soledad y la decadencia. Pero la solemnidad del espacio impuso un silencio respetuoso (¡quién lo iba a decir en una ciudad donde Healy, Van Etten y Hawley mandan callar a los charlatanes!) que llevó al bueno de Hannon a pedir aplausos y a quejarse de que el público estaba «demasiado silencioso» ya en la segunda canción (Going Downhill Fast). Una vez roto el hielo, se vio un Hannon cada vez más cómodo, y las bromas y la comunicación empezaron a fluir, y se olvidó el encarcarmiento que parecía atenazar al cantante en las primeras canciones: Assume the Perpendicular sonó demasiado a conservatorio clásico, y The Lost Art of Conversation parecía caer en un lago helado. Pero poco a poco Generation Sex, Songs of Love y ese The Complete Banker tan actual (Well maybe this recession is a blessing in disguise / We can build a much much bigger bubble the next time / And leave the rest to clean our mess up. ¿Quién dijo que el pop no era comprometido?) fueron anulando las barreras hasta certificar que la velada iba a ser, como se había anunciado, inolvidable.

La propuesta de Hannon no demuestra tan sólo su inabarcable talento (técnico, melódico y literario; y también de don de gentes), sino el valor de quién es, al fin y al cabo, The Divine Comedy; su respeto al público por no enmascarar su lírica con imposturas vacías, y una muestra de honradez. Hasta tal punto tiende puentes entre el patio de butacas y su narrativa que en no pocas ocasiones recurre a payasadas (muecas, notas desafinadas, roturas de ritmo) para que los momentos más crudos (cuya desnudez acentúa más aún que en formato banda) no lleguen a ser insoportables. Y, aun así, su cover del éxito de MGMT, Time to Pretend, del que eliminó el cinismo de la psicodelia, arrancó no pocos escalofríos por su desgarradora crueldad.

Pero estos detalles no son más que momentos al azar, quizá los más destacados por ser los más intensos, de un repertorio que, dentro del pop de cámara, ha escrito las páginas más bellas del género. No poco le deben bandas como Ra Ra Riot, Tindersticks o el mismísimo Rufus Wainwright a la exhuberancia artística de The Divine Comedy. Dotado de una gracia sin par para crear melodías delicadas al servicio de unas letras incisivas que beben de múltiples referentes literarios, sin por ello perder la inmediatez (piedra base para la comunicación), dejarse embargar por una experiencia musical que se podría decir completa debería ser de obligado cumplimiento para los amantes de la música cada vez que The Divine / Hannon recala en una sala a nuestro lado. Por mucho que este «hijo de un pastor protestante norirlandes. Lo opuesto a un cantante groovy» tire de modestia (quizá falsa, porque cuando quiere, su voz y su piano son capaces de anegar lagrimales, caso de Our Mutual FriendThe Summerhouse).

En hora y media desgranó buena parte de su carrera, desde 1994 hasta el Bang, sin por ello caer en el recurso fácil, tan fácil, de interpretar un grandes éxitos. Quedaron fuera algunas favoritas, sí, pero lo bueno era salir de la sala, encogerse de hombros y decir: «¿Y qué?» Sonrisas de satisfacción y algún pañuelo con lágrimas enjugadas se vieron en el vestíbulo, algún modernillo tarareando At the Indie Disco (sí, vale: el que suscribe estas líneas) y la sensación de que la música hurga pero también sana.
Cancionero desnudo. Muestra no tan sólo de talento, sino de valor y de respeto al público. Honradez.

Podéis disfrutar del repertorio del concierto en esta lista de Spotify.

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