Los tiempos y los afectos se reducen a veces a un marco espacial concreto. La música no podía ser menos. Ella también es dependiente de sus raíces. Y The Charlatans lo demuestran 25 años después de su apogeo. No hubiera sido posible el sonido británico de los 90 sin la explosión a finales de los 80 del rollo Madchester, propiedad de la banda de Birmingham o de Stone Roses o Happy Mondays. El halo de la industriosa ciudad inglesa sigue incrustado en el sonido de aquellas bandas que huelen a recuerdos y nostalgia pop. Ese marco espacial fue trasladado de manera inmaculada hasta La Riviera el pasado viernes y nosotros damos fe del desembarco de Madchester en Madrid.
La sala madrileña no parecía dejarse seducir por los Charlatans, ese estandarte de la música noventera y britpopera que llevaba algún tiempo sin visitar a sus fieles capitalinos. El puente hizo mella en la capital y el directo registró un medio aforo bullicioso con ganas de recorrer los viejos recovecos de la ciudad de Manchester. Un público multinacional habla con canas y muchas ganas de antiguos y gloriosos tiempos, de Stone Roses o de los propios Charlatans, mientras la impuntualidad del directo se hace latente. Nos preguntamos si 25 años no es nada o si es un mundo en el que incluso los artistas más rutilantes se difuminan.
La incógnita se despeja enseguida y el viejo aroma a Madchester nos dice hola como si nunca hubiese pronunciado adiós. El pelo oxigenado, las Ray – Ban y el jersey ellesse de Tim Burgess exclaman sin dudarlo que el tiempo se ha detenido en su nuevo álbum Modern Nature. El sonido de la banda nos envuelve en ese momento en un lugar a medio camino entre los 90 y el siglo XXI, de nuevo entre Madrid y la ciudad británica. Su pop fresco pero agresivo, guitarrero pero sutil, sigue en forma. No hay rastros de acartonamiento en una banda rendida al conjuro de la eterna juventud.
A Tim le gusta el público y lucirse. Conecta rápido con él a pesar de una inicial frialdad que deja paso a un sinfín de complicidades en forma de fotos panorámicas desde el escenario, selfies con la platea, o abrazos y mimos con las primeras hileras de espectadores. Su voz se abre paso a través de Talking in tones y desde la primera canción de su último LP demuestra el buen estado de forma de una formación con ganas de exprimir su trabajo más reciente.
Los que vivimos los 90 entendemos y agradecemos las gestualidades y las formas de Burgess sobre un escenario con ganas de corear temas como Weirdo o la mítica North Country Boy. El directo no tiene tregua y So oh! nos sigue ofreciendo pinceladas de lo que supone su nuevo Modern Nature. Aparece en escena el piano de Just When You´re Thinking Things Over y el aforo de la sala termina por vencer las extrañas resistencias que les hacían permanecer sujetos al piso de La Riviera. Haciendo un guiño muy conceptual se despiden de su púbico con Come home baby. La escasa hora y diez del espectáculo hicieron necesarios unos bises traídos de más allá del Canal de La Mancha. Dos canciones más no sirven para llegar a los 90 minutos exigibles a cualquier directo pero dejan tras de sí lo más importante de cualquier velada: ganas de más. Se vuelven a marchar, esta vez definitivamente, con This is the end, un plato fuerte a los postres. Quedamente, se despide la banda, primero Tim y después el resto.
Regresan a ese marco espacial en el que se han alojado desde hace 25 años y del que únicamente salen para introducir en él a los adictos de su sonido atemporal con sello distintivo de Manchester y su gloriosa Movida. En La Riviera pudimos ver en primera fila cómo los poses y los sonidos de los 90 todavía subsisten en las voces y los instrumentos del pop de salón de los charlatanes más estilosos del Reino Unido.