Fecha: 4 de Noviembre de 2011
Lugar: Sala Ramdall (Madrid)
Brooklyn respira música, y no sólo eso, además, la exporta. Lo que nos convierte en partícipes de una escena bastante amplia en cuanto a recursos, llena de historias.
El viernes pasado la madrileña Sala Ramdall acogía a The Antlers. Nada más y nada menos, aunque parezca mentira. El trío americano se dejaba caer por la capital española para presentar su último trabajo, Burst Apart (2011).
Lo cierto es que Hospice (2009), tan transparente y frágil, tintaba maravilloso. Con ese sonido lúgubre, la sensación de entereza, el ruido oscuro, se convertía en un trabajo de lo más exigente. Difícil de superar. Pero nadie dijo que poner el listón alto significase (como pasa a menudo) no poder superarlo.
La sorpresa viene con título propio y portada difusa. Un estallido algo más delicado amén de los nuevos relatos marca Silberman que manchan historias comunes con carbón sincero.
Sin condiciones adversas, como las que envolvieron su anterior concierto en la Sala Caracol, actuaban en una de las primeras noches verdaderamente otoñales de la temporada, lluvia y frío en la entrada. Nada que ver con lo que dentro se ofrecía. Rozando la hora y media de repertorio, con la sala dispuesta, háganse una idea.
Indiscutiblemente, The Antlers no responden al formato de las mayorías, pero aquellos que disfrutan con la elegancia y el saber hacer de un post-rock mezclado bastante íntimo y sentimentalista, deberían aplaudir lo que hacen estos tres señores. Que por cierto, no destacan por los innecesarios aires de grandeza que tanto acostumbran peores bandas.
Con un sonido algo fallido al principio, corrían temas como Bear, I Don´t Want Love, Parenthesis o el impecable Hounds, seguido de Putting The Dog to Sleep.
Para los más entusiastas, sensación de encanto, piel de gallina, excitación y algo de melancolía de la buena. De la que despierta una conversación interesante después.
Si de algo pueden presumir los chicos de The Antlers es de estar en perfecta armonía con el tacto, la sensibilidad y el sonido opaco, lóbrego, que fluctúa entre lo incierto del dolor, y el sonido incurable de la electrónica-pop y el ruido áspero.
Una banda recomendable para un público que se extiende, esperemos. Jóvenes con un talento innato en directo, capaces de paralizar a cualquiera, que demostraban una vez más lo infravalorados que quedan algunos grupos tan especiales (esa es la palabra) como ellos.
Compendio de terciopelo que culminaba con Sylvia, como no podía ser de otra manera, y Two.
“In the middle of the night I was sleeping sitting up, when a doctor came to tell me “enough is enough”.
