Una noche de abril en Madrid, casi toda la atención del panorama musical se centra en el concierto de Thirty Seconds to Mars en el Wizink Centre. Paralelamente en la sala Wurlitzer Ballroom dos grupos se preparan para hacerle la competencia a los de Marte.
Nos centramos tanto en los conciertos multitudinarios y las grandes bandas que muchas veces se nos olvida que la música llega a todos los niveles, que la escena musical también llega al sótano. Y en muchas ocasiones, como es el caso, las bandas emergentes pueden sorprendernos con conciertos que nos saquen de las fórmulas sintéticas que componen los directos de los grupos más populares, que se copian y pegan de escenario en escenario.
Así pues unos pocos nos preparamos para una noche diferente que nos mezcla los sonidos de Manual Mode con los de Supalama.
Manual Mode son un cuarteto de indie rock con influencias de grupos como The Strokes con un sonido de garaje, aunque trabajado, que transmite un buenrollismo energizante que te adentra en su música haciendo que la sigas dejándote llevar.
Por su parte, Supalama son el trío de fuzz rock de llamas que hacen de su concierto una experiencia casi psicodélica a través de la historia de cómo la llama cayó del cielo y todos debemos alabarla.
Las llamas son las primeras en tocar, salen al escenario con las caretas de su animal fetiche puestas, cada miembro del grupo parece estar abstraído en un barrio diferente del universo común que constituye el escenario. Nos presentan sus canciones contando la leyenda de la llama poco a poco, y volviéndose cada vez más excéntricos y con más fuerza a cada canción van animando al público, incitando los pogos e incluso uniéndose a ellos, con bajo de por medio. Finalmente se despiden introduciendo efusivamente a los compañeros que vienen detrás.
Los chicos de Supalama se colocan ahora en primera fila entre el público para poder bailar al ritmo de Manual Mode, que está dando los primeros acordes. Y entramos en una experiencia diferente, algo más usual pero igualmente buena. Inicialmente más tranquila, aunque el ritmo va subiendo exponencialmente, los pogos vuelven a instaurarse y en un culmen de energía el vocalista cumple ese sueño que todos hemos tenido alguna vez de dejarnos caer sobre las manos de un público expectante. Ese aura energética se mantiene durante el resto del concierto hasta que el grupo se despide, agradeciendo sus aplausos y pidiendo más para el trío de llamas.
Y la noche pasa entre el ímpetu de los unos y la locura aparentemente no transitoria de los otros, el compañerismo entre ambos y el apoyo del público que se manifestaba a través de la fuerza de sus pogos y la altura de sus saltos. Una ida de olla constante totalmente recomendable para mentes inquietas.