Fecha: 20 de Marzo de 2012
Lugar: Sala El Sol (Madrid)
Willie Nile es un rockero atípico. Uno de esos artistas encajados entre dos generaciones. En sus inicios formó parte de la fauna salvaje del mítico club CBGB, el mismo que vio nacer a Patti Smith y Television. Sin embargo, llegó tarde a la efervescencia punk del Greenwich Village neoyorquino. Con tres discos en dos décadas, no sería hasta la llegada del nuevo milenio cuando este norteamericano conseguiría el beneplácito del público. Ese mismo que llenó ayer la Sala Sol en su enésima visita a Madrid, ciudad convertida desde hace años en su segunda residencia.
Quizás por ello se vio obligado a romper alguna que otra promesa. Horas antes de empezar su extensa gira por nuestro país había asegurado que no iba a tocar ninguna de las canciones de su próximo disco (el tercero en cuatro años). Una vez subido al escenario le faltó tiempo para arrancarse con Holy War, canción inédita en la que suple la sencillez de la letra con su versión más enérgica. Es lo que tiene ir por libre, no tener que dar explicaciones a nadie. Ninguneado por la industria durante años, Nile decidió desde hace tiempo hacer la guerra por su parte. Pero, sobre todo, ser honesto con su público. “Mi español es malo, pero mi rock&roll es bueno”, dijo en un momento del concierto.
Seamos francos. El neoyorquino no inventa nada. Ni lo pretende. Su rock&roll bebe de las aguas eléctricas de los Ramones sin renunciar por ello a las virtudes de un estribillo pegadizo. You Gotta Be A Buddha sería una buen ejemplo de ello. También Run. O Cell Phones Ringing (In The Bottom Of The Death). Todas ellas sonaron en la Sala Sol. Todas ellas fueron coreadas por un público entregado, que parecía saberse las letras del poeta al dedillo. Su música es efectiva, adictiva y nos recuerda que, en un momento de la historia, el rock&roll fue un sonido liberador y festivo.
También que puede ser el vehículo de grandes palabras. Como en Innocent Ones o Vagabond Moon, su particular homenaje a los poetas neoyorquinos. No sería el último que Nile haría en la noche. Streets Of New York, con el músico al piano y la armónica, fue su tributo a la ciudad que le vio crecer. Love Is A Train, su guiño romántico. The House Of Thousand Guitars, su recuerdo a las leyendas de las seis cuerdas. Para los postres quedaron sus reverencias a Neil Young (con una estupenda versión del clásico Rockin In The Free World, que encaja perfectamente en el cancionero de Nile, todo sea dicho) y Joey Ramone.
Y es que el neoyorquino responde a ese raro ejemplar de artista, cada vez menos habitual, que se deja querer por sus compañeros de gremio. Sólo él es capaz de colaborar con una institución como Springsteen, para acto seguido lanzarse a la carretera con tres amigos, entre los que se encuentra el músico asturiano Jorge Otero, líder de los Stormy Mondays. Un espíritu generoso que el público agradece. Un entusiasmo sobre el escenario que se palpa en cada palabra, en casa verso de un músico que un día quiso ser poeta. Por suerte, descubrió a tiempo a Muddy Waters y a los Rolling Stones. También a Jimy Hendrix y a Bob Dylan. Fueron ellos los que le inculcaron el viejo virus del rock&roll que el músico entrega noche tras noche. 64 primaveras le asisten.