Fecha: 17 de noviembre del 2015
Lugar: sala Apolo (Barcelona)
Festival: Festival del Mil·leni
Promotora: Live Nation
Dado el carácter sosegado del disco, uno esperaría que la presentación de Hollow Meadows (Parlophone, 2015) se haga a media luz y casi a media voz. Nada más alejado de lo que hemos visto en la sala Apolo. Richard Hawley, comunicativo y bromista (las pullas a la —sempiterna— charlatanería y a la atención difusa del público barcelonés poco han tenido que ver con el mosqueo que se pilló en su anterior visita), y la banda se han arremangado nada más salir y han barrido con cualquier preconcepción que pudiese albergar el público. Juglar urbano especializado en los bajos fondos del corazón, trocó la balada crooner (cuánto ha de odiar esa etiqueta tan encorsetada) de medio tiempo por el tañido recio y con bouquet añejo del rock: una concepción que parece démodé a ojos posmordenos pero para la que la electricidad y la introspección no son mutuamente excluyentes ni tiene por qué vestirse con los ropajes del emperador desnudo. Al fin y al cabo, es cerca de las raíces (léase Roy Orbison, a quien directamente remite, pero también a Fats Domino, Burt Bacharach y Scott Walker) donde se encuentra esa verdad de la que nos nutrimos. Tomemos como muestra ese excelso Tonight the Streets Are Ours, una de las escasísimas visitas de su repertorio al decenio anterior, capaz de arrancar lágrimas de pura belleza sin necesidad de aspavientos ni concesiones: simple y llanamente con unos acordes menores y el lamento y la nostalgia rompiendo en su recia voz.
Pero volvamos al concierto: Hawley lo ha centrado en sus dos últimos trabajos, el ya mencionado Hollow Meadows y Standing at the Sky’s Edge (Mute, 2012), cuyo músculo eléctrico ha contagiado el resto del repertorio, dándole ese giro más rocanrolero que comentaba al principio. Tuesday PM, por ejemplo, que en el disco es una dulce balada al piano, ha quedado transmutada en sobrio lamento rock, afilado y delicado, como si al cantar a una rosa se fijase que, en su belleza, también cuenta las espinas del tallo. Con ser un concierto con pocas concesiones al público, el de Sheffield demuestra talento suficiente como para que el público no eche de menos canciones; así, piezas como Standing at the Sky’s Edge o Leave Your Body Behind You sonaban ya a clásicas, y como tal se acogían.
El sabio manejo de los tempos del concierto ayudó también a mantener el interés. A un inicio sobrio le siguió un momento de calma e introspección con la sobrecogedora Open Up Your Door, de Truelove’s Gutter (Mute, 2009), cuyo final in crescendo fue el punto de partida para una media parte dominada por los desarrollos eléctricos, a medio camino entre el rock y la psicodelia. Down in the Woods y Don’t Stare at the Sun conocieron rendiciones arrolladoras e hipnóticas.
El tercer acto y finale ya les correspondió al primer single de Hollow Meadows, Heart of Oak, y There’s a Storm a Comin’, que, tras la tormenta eléctrica sonaban a resolución, a paz y solaz y recogimiento; ha llevado el timón y arribamos por fin a puerto y podemos dejarnos caer en brazos largo tiempo añorados.
Los bises sí que tuvieron ese par de concesiones para el público, pero ¡qué caramba!, el público bien que se las había ganado. Cole’s Corner y el cierre, obvio, necesario, el Born to Run de Hawley, The Ocean, que flanquearon a la novedad más querida por el cantante, What Love Means, preciosa confesión de Hawley a su hija, recién independizada del hogar familiar.
En resumen, fue este otro de esos conciertos que conecta con el espíritu popular de la música; que, con un profundo conocimiento del pasado, con la aceptación de las raíces, el cariño del artesano y la introspección calma y sincera, se trenzan los mimbres de unas canciones que quedan atrapadas en la atemporalidad, sin fecha de caducidad. Pequeñas píldoras de calma (o de rabia) para noches inolvidables.