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Rancid, gira 20.º aniversario: De poses y actitudes

RancidFecha: Lunes 30 de julio de 2012

Lugar: Sala Razzmatazz (Barcelona)

Que el punk es actitud es indiscutible. Una actitud necesaria en estos tiempos que corren, una actitud que lleve a no ceder ni un milímetro en las reivindicaciones, que no permita ningún tipo de concesión (demasiadas, demasiadas se han tomado ya) para políticos ni poderosos, que no se amedrente ante las presiones ni vacile a la hora de señalar el engaño en que estamos inmersos. Que despierte conciencias, alce puños y acuse sin temblar el pulso.

 

Necesitamos ser punk, da igual con qué etiqueta lo vistamos: post-punk, hardcore, oi!, lo que sea, lo que venga. Necesitamos despertar.

 

Sin embargo, la actitud no disculpa la condescendencia con los portavoces del movimiento. Si bien es cierto que la simplicidad del punk nació como reacción al rock progresivo que amenazaba con matar al rock por puro aburrimiento, eso no quita que la música no tenga que poseer. Sex Pistols fue el arquetipo de lo mejor y lo peor del punk: la imagen de la penúltima revolución musical encarnada en los peores músicos en aquel momento (suerte que muchos otros retomaron la bandera con las ideas claras y el talento afilado).

 

Porque el peor problema es que, si se aprovecha la actitud para disculpar la forma, el mensaje pierde fuerza y la actitud deviene mera fachada. Es ir de cabeza a la derrota aunque cantemos estribillos a ritmo de dos por cuatro.

 

Actitudes y fachadas varias se vivieron el lunes 30 de julio en esta suerte de minifestival montado alrededor de la gira del vigésimo aniversario de Rancid, quince años después de su última visita a España como teloneros de Rage Against the Machine.

 

Actitud meritoria la de los jerezanos G.A.S. Drummers: dentro de la corriente más ortodoxa del punk rock, salieron de frente y defendieron con contundencia un repertorio que quizá no deje poso ni memoria, pero que merece respeto y reconocimiento.

 

Les tomaron el relevo los barceloneses Último Asalto, y a pesar de la cercanía con el público (aun escaso a las ocho de la tarde, y con bastantes amigos de la banda en primera fila), su hardcore punk no dejaba de ser bastante chabacano y monótono, empeorado, si cabe, por las pérdidas de ritmo del batería, que arruinó unas cuantas canciones. Las proclamas entre canción y canción eran loables, por supuesto, pero vaya usted a saber si por el léxico escaso, la falta de convicción o, además, tal como parecía, la asunción de un rol esperado y guionizado, aquello dejó el amargo regusto de una homilía carente de espontaneidad.

 

A las nueve de la noche llegó el turno de los ligurinos Klasse Kriminale, que saltaron al escenario con una inmensa pancarta que rezaba Fuck Racism.

 

Por si no quedó claro, repitamos el mensaje: Fuck Racism. Sigamos.

 

Los Kriminale bordaron una actuación, esta sí, repleta de espontaneidad, donde el ska y el oi! expandieron los límites hasta aquel momento muy acotados del punk y el hardcore más ortodoxos (por no decir menos originales) que habían sonado hasta el momento, a pesar de que el público estaba ya más pendiente de la actuación posterior que de disfrutar quizá del mejor momento de la noche. Divertidos, comunicativos, exuberantes y generosos, no se escondieron detrás de ninguna fachada y su actitud, curtida tras más de 25 años en la carretera distaba mucho de la pose que veríamos más tarde con los californianos Rancid. El cantante, Marco, desfilaba por el proscenio con un desparpajo propio de quien tiene el público en el bolsillo, a pesar de los obvios problemas de idioma. El momento culminante de la noche, musicalmente hablando y aun a pesar de los fans, llegó con la versión del himno de Sham 69 If the Kids Are United.

 

Y a las diez de la noche, con el público bien predispuesto, Tim Armstrong, Matt Freeman y Lars Frederiksen, respaldados por Branden Streinecker en la batería poco tuvieron que esforzarse para hacer de la sala grande del Razzmatazz una piscina de cerveza, sudor y efluvios en los que se rebozaron algo menos de 2.000 personas (no faltó mucho para el lleno, pero el hecho de trasladar el festival de la Sant Jordi Club a la sala del Poble Nou dice mucho del tirón de Rancid y de la situación de la música en vivo hoy en día.

 

Y si bien el arranque dejó al respetable exhausto al engarzar cuatro de las canciones más vigorosas del … And Out Come the Wolves, poco a poco el ímpetu inicial fue dando paso a un concierto monótono, conducido con el piloto automático puesto. El sonido arrollador aplastaba cualquier matiz, como el bajo de Freeman en Maxwell Murder o el sonido ska juguetón de la imperecedera Time Bomb. Muy poco se esforzaron en dar lo mejor de sí y se dedicaron a mostrar la imagen que de ellos se esperaba: Armstrong todo el rato subido a los monitores haciendo poses con la guitarra, Frederiksen inflamando al público, Freeman a lo suyo… Podría haber sido un concierto memorable, con músculo, garra y rabia, pero quedó en la fachada predecible de lo que un grupo punk de cuarentones, con un único disco memorable que administraron de la peor forma posible: al principio para inflamar al público y para la traca final. En definitiva, una actuación monolítica y descompensada que se alimenta de la nostalgia y de las expectativas más tópicas.

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