Citar a Emma Goldman, anarquista y escritora rusa, para empezar hablar de la segunda jornada del Primavera Club, me ha resultado propicio (e inevitable), si Moor Mother es parte de la programación de este día. La aventura claustrofóbica continua en la renovada sala [2] con el directo de Jorra I Gomorra en un recinto prácticamente vacío. Los sinsabores y dilemas de estar en el cartel pero abrir la jornada.
Casi al mismo tiempo, y pese a que su actuación estaba programada al principio de la segunda jornada del festival, los murcianos Poolshake tiñeron con melodías alegres y coloridas la sala grande del Apolo. Su pop psicodélico es ligero, con sonidos llenos de reverb que hacen que sus temas sean nítidos y fáciles de asimilar por el público. El cuarteto de Murcia supo aprovechar la ocasión para ganarse nuevos fans con los temas de Phantom, su primer EP. Todo ello con un toque
de humor y entusiasmo que siempre es de agradecer.
Sin tiempo que perder, volvemos a la [2] para toparnos con el arsenal de la gran madre de Filadelfia y su humanidad de ébano. Un sinte, un controlador de efectos, un micrófono y una energía que retumbaba en una sala medio llena, con espectadores incómodos e indecisos. Qué hacer ante la revolución estruendosa de Moor Mother cuando grita: “Trying to save my black life by fetishizing my dead life” (Tratando de salvar mi vida negra al convertirla en una fetiche de vida y muerte). A Camae Ayewa no le gustan los aplausos, se pregunta de qué sirven. En el espacio de 45 minutos, Moor Mother descifró los secretos de su último álbum Fetish Bones (Don Giovanni, 2016), haciendo un uso meticuloso de su potencia en escena. Ya casi al finalizar le grité desde el fondo que la queríamos, su ojos se levantaron intentando descubrir el rostro entre la oscuridad, para luego sonreír y preguntarnos: ¿Me queréis? Pero, ¿Qué es el amor?
En la sala principal, las escandinavas de Smerz hacían su debut en el Primavera Club presentando los temas de su álbum Oh My My (XL Recordings, 2017). Me atrevo a decir que tal como reza uno de los estribillos del sencillo homónimo, este dúo se encarga de musicalizar los “basic bitch problems”; es como música para millennials en formato cool made in Urban Outfitters. A pesar de lo predecible que puede resultar la fórmula de las chicas de Smerz, su presencia atrae curiosos y su música resulta perfecta para el que recién llega y quiere buen rollo mientras bebe su primera cerveza de la noche.
Sin embargo, lo mejor de un festival como el Primavera Club es su capacidad de sorprender, de regalar actuaciones memorables por parte de artistas que hasta ese mismo dío eran completos desconocidos para gran parte del público del festival. Y eso es precisamente lo que sucedió el sábado con Yellow Days y su nuevo soul. Los británicos firmaron la que probablemente haya sido la mejor actuación del festival. Y eso se debe en gran parte al jovencísimo George Van der Broek, que posee una de las voces más espectaculares de los últimos años. Yellow Days sacaron un sonido nítido que sirvió de base para que Van der Broek se luciese con su voz (y su habilidad con la guitarra) y mostrase esa vertiente sentimental y desgarradora que impregna sus temas.
La de Vulk fue una actuación visceral y arrolladora. Los bilbaínos pusieron toda su energía en los temas que componen su álbum Beat Kamerlanden. A primera vista podía parecer que sobre el escenario imperaba el caos, con cada miembro de la banda a lo suyo (cada uno con una forma de moverse sobre las tablas muy distinta). Error. Allí solo había coordinación y una ejecución muy precisa de cada uno de sus temas. Su post-punk puede sonar denso por momentos, pero no es difícil dejarse llevar por las melodías y los riffs que hacen que la propuesta de los bilbaínos sea muy atractiva.
Talento a la hora de componer. Talento sobre el escenario. Talento frente a los teclados. Gabriel Garzón-Montano lo tenía todo para triunfar. Y no defraudó. El neoyorkino (de padre colombiano y madre francesa) deslumbró con ese funk minimalista que tan bien encaja con el R&B. Solo sobre el escenario, Garzón-Montano puso todo su esfuerzo en no perder la conexión con el público, al que regaló uno de los mejores momentos del festival con una cumbia que cantó sobre los ritmos pregrabados que le acompañaban en su actuación.
Garzón-Montano y su cumbia colorida y kitsch, sirvieron de preámbulo para una avalancha sonora que sorprendería a propios y extraños. Después de su separación de Fuck Buttons, proyecto que llevaba junto a Andrew Hung (al que hemos entrevistado recientemente), Benjamin John Power y su nuevo yo, Blanck Mass, han llegado para comerse al mundo. Como un perro rabioso que enseña sus dientes, similar al de la portada de su más reciente disco, World Eater (Sacred Bones, 2017), Ben salió al escenario del Apolo a devorarnos con beats potentes, gritos atronadores y visuales psicodélicas. Lo de Blanck Mass fue una hora de disonancia brutal, cruda y plagada de energía convertida en euforia.
La noche continuaría al ritmo del disco cósmico de los franceses de The Pilotwigs y el garage enérgico y poderoso de los turcos de Jakuzi. El cierre de esta segunda jornada de un Primavera Club lleno de novedades jugosas y prometedoras (y que esperamos formen parte de la programación del Primavera Sound 2018), recayó en los hombros y en los beats del veterano Ozel AB. El productor londinense, Luke Palmer, convirtió la sala principal del Apolo en la estación espacial más fiestera de la vía láctea despidiendo así otro año más de descubrimientos cortesía del Primavera Sound.