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Primavera Club 2015 (Domingo): Domingos de desenfreno

Con la resaca de dos días más que intensos, llegamos al “Lazy Sunday”, pero los grupos del Primavera Club no descansaban ni dejaban descansar, y a las 18:30 ya estábamos plantados en la entrada esperando a Cala Vento, de quienes hablamos la semana pasada en nuestra sección de Nuevas Bandas.

El concierto arrancó con muy pocos espectadores (tanto que el grupo decidió presentarse una vez más luego de que la sala se llenase un poco) pero con una fuerza irresistible. A una llenísima guitarra con brillos de hardcore-punk a lo Million Dead se sumaba una impecable y muy ajustada sección de ritmo en contraposición con voces más domadas. En el intenso concierto en el que se coronaban como herederos de L’Hereu Escampa (valga la redundancia) no faltó ni el público fiel ni el público fidelizado, formado por todos los asistentes que los escuchaban por primera vez pero que no dudarían en hacerlo muchas veces más.

Corriendo llegamos al Teatro Latino para oír los últimos temas de Redthread, un conjunto que crea un interesante híbrido entre post-rock y los lados más domados del shoegaze sin perder una oscuridad casi tangible en todas sus canciones, herederos en ciertos momentos de Cocteau Twins y en muchos otros de los temas más impenetrables de Slowdive. Sin duda un grupo que apunta a maneras, más o menos de la misma manera que lo hicieran Mourn poco tiempo antes de dar el pequeño gran salto.

Poco tiempo después salta al escenario J Fernandez, un curioso joven con una serie de bedroom projects a sus espaldas que optó por submergir al público asistente en una especie de universo partícular en el que prosiguió a reinventar clásico tras clásico a través de nuevas estructuras de viejas ideas. En ciertos momentos con algún aire a Kevin Parker, pero con la seguridad que da el ser absolutamente diferente, se encargó de encaminar la noche acompañado de sintes, bajo y una batería que por momentos sonó a pelo y durante otros estuvo perfectamente amplificada.

Y así llegamos a Ultimate Painting, un conjunto de psych-rock entre The Byrds y The Velvet Underground pero que a la vez cuenta con un sonido completamente actualizado. En cierta manera hay a quien le puedan recordar a Foxygen, o sería así si no fuese porque la presencia en escenario de ambos grupos es diametralmente opuesta, de no ser por dos similitudes claves: la primera, un increíble magnetismo hacia el público, provocado en este caso por la coordinación absoluta de la sección de ritmo y las dos guitarras, que se entrelazaban a la perfección despuntando los armónicos sólo en los momentos necesarios. La segunda, un absoluto desprecio por la temporalidad arriba del escenario, que en el caso de Ultimate Painting floreció en un absurdamente delicioso solo que duró casi ocho minutos de los diez de la última canción del festival, en el que la coordinación total entre las dos guitarras se hizo más que evidente a través de un tira y afloja de distorsiones diferentes que se encontraban a medio camino para formar acordes en la parte más aguda del mástil. Definitivamente un concierto a tener en cuenta.

Y corriendo (y con la cena en las manos) llegamos a Apolo justo a tiempo para las primeras patadas de Raketkanon, un conjunto belga con un gusto a caballo entre el grunge más destructivo (Melvins, Harvey Milk, Mudhoney…) y una colección de sintes con evidentes deudas con la tradición industrial. Entre el volumen abrasador y el juego de luces que parecían traer de casa, los belgas se abrían paso entre el público como una apisonadora. La intensidad de la actuación venía reforzada por el esfuerzo de los músicos que era inmediatamente transmitido a los que allí nos encontrábamos. Aún así, no les faltó carisma en ningún momento e intentaron comunicarse con el público, primero en inglés, luego en un tosco castellano y al final únicamente por vía de su música que no necesitaba de palabras para transmitir esa urgencia primaria por la destrucción y la debacle. Habiendo acabado el setlist parecieron darse cuenta de que todavía tenían tiempo y decidieron anexionarse el suelo de la sala también, para ponerse a dar los últimos golpes en el público, guitarra y micro de coros incluídos.

Y así, físicamente exhaustos pero con la mente aún despierta llegábamos al esperado final: Algiers. Con renombre ya desde un poco antes de que diera comienzo el festival gracias a su combinación excelsa de gospel, R&B, indie rock, post-punk y todo lo que se le pueda echar encima para crear un sonido sorprendentemente uniforme a la vez que potente, la expectación era grande. Y no decepcionaron. Con la intensísima Black Eunuch como opener, todos los músicos descascarándose la voz a grito pelado dieron paso a una enérgica bala de poco más de tres minutos que ya tenía al público aplaudiendo como loco. Pero todo estaba por hacer, porque detrás de la potencia incontrolable del conjunto neoyorquino se encuentra una calculadísima exigencia creativa, con absoluto poder por encima de la música. El gusto por el feedback y otras técnicas sonoras desde arriba del escenario contrastaban bellamente con la voz de un cantante con un ciertamente nostálgico aire a James Brown y un enorme saber estar en el escenario. Y fue veni, vidi, vinci, el público estaba desaforado, cantando lo que se sabía, inventando lo que no y dando palmas cuando fuera necesario. Los de Algiers incluso consiguieron callarlos a todos para cantar casi a pelo Games, en uno de los momentos estelares del festival, que ya llegaba a su fin sin dejarnos antes con la certeza de que habíamos visto vibrar a más de una estrella en potencia.

Foto: Eric Pamies / Primavera Sound

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