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Portishead en Madrid: Only you, Beth

La noche cae en Madrid bajo su manto de estrellas escondidas y sus luces tenues. En un momento tan oscuro hay una voz en tu interior que susurra esas cosas que nadie quiere oír: derrota, decadencia y dolor, expresadas mediante una delicadeza que se pone de largo en la capital por primera vez. Sólo tú, Beth, sabes que el dolor no pasajero produce bonitas cicatrices que se desangran de noche.

Beth, eres la emperatriz de los desamparados y por eso el Palacio de los Deportes de la comunidad te rinde pleitesía como tal. La discreción con la que apareces en el escenario, con pantalones y camisa de algodón de color negro, es algo que encaja a la perfección con las penas que nos vas a contar. A tu lado se despliegan tus talentosos consortes con sus herramientas de trabajo. Barrow y esa mesa juguetona repleta de scratches mágicos, el magnetismo de Adrian Utley y tu voz son la carta de presentación, simple y eficiente, de algo imperecedero como Portishead. Siempre grabados a fuego en nuestra existencia.

No estamos en Roseland pero se parece. Sólo falta la filarmónica. El directo comienza con Silence y realmente cala en el ambiente expectante del Palacio, convertido ya en un pedazo del Bristol noventero. La quietud del público crea la imagen curiosa de un mar de cabezas siendo seducidas por oscuros cantos de sirena que paralizan mente y alma. Las visualizaciones en un poderoso y estético blanco y negro dibujan de manera irreal los desempeños de la banda sobre el escenario a través de las múltiples cámaras que toman imágenes inquietas, incluso desde el interior del bombo de la batería. La distorsión del tema deja entrever las ganas de reventar el palacio que tiene una banda sinónimo de grandeza.

En medio de toda aquella inmensidad, una mujer menuda trata de hacerse notar con éxito. Su cabellera rubia le tapa la cara aunque no logra disimular la rabia con la que hace su trabajo. Sin expresividad aparente, se apoya en el micro, como si de Jim Morrison se tratase. Su pose no esconde su timidez, que la lleva a deambular por el escenario envuelta en mil cosas menos en el brillo arquetípico de las estrellas musicales al uso.

No importa, Beth da la espalda a público y a estrellato para extraer de sí misma lo mejor que tiene. Ella es feliz en medio de la nada, al borde del precipicio, sin esperar a que nadie la socorra, quizás porque sabe que nadie va a ir en su rescate. Nylon Smile y Mysterons calientan la entrada en escena de The Rip, uno de sus himnos de nuevo cuño. Las visualizaciones se vuelven locas y repasan la decrepitud humana desde el arsenal armamentístico hasta el conflicto sirio para acabar con un enorme hongo nuclear que se transforma en un sol radiante. Esa metafórica esperanza concuerda con la estruendosa canción, que Beth convierte en sublime. Las imágenes y la potencia musical de Portishead dejan cautivos a la concurrencia, que parece anestesiada y alienada.

Beth puede ser tierna pero no desaprovecha la ocasión de seguir con una escalada de canciones que solo pueden terminar con apoteosis. Sour Times en directo es igual de desgarradora que en soledad. Ella dice cosas al micro que no concuerdan con el amor presente en la sala hacia la vocalista del dolor. Wandering Star se convierte en el momento de la noche. Instante de intimidad, de un par de sillas en el escenario donde se confiesan dos amigos ante miles. En fin, minutos de desnudez con poca luz.

Hubo otros temas entre medias pero Wandering Star estaba aún en el aire del Palacio de Beth cuando unos acordes, un nuevo juego de luces de topos rosas inundando el techo y su actitud cambian el decorado. Lo que comenzaba era Glory Box y un gran suspiro pobló la platea. Lo habían conseguido, estaban delante del mito. La canción en versión live es como te la puedes imaginar: especial, melodiosa, juguetona y sofisticada. Las parejas presentes se miran cómplices recordando besos furtivos, los solitarios miran a Beth y encuentran consuelo en sus palabras y al resto se nos cae la baba ante el prodigio musical al que nos enfrentamos.

Tras esta explosión emotiva, encaramos la fase final de un directo breve que se despide con Cowboys y Threads, tras superar por poco una hora de duración. Los bises sirven para darnos el gustazo de tener pesadillas con Roads, la otra gran delicia que Portishead nos tenía reservados. La acompañan esas visualizaciones que nos tienen hipnóticos dudando entre mirar a la pantalla o al rostro de Beth, marcado por la tensión de los músculos de su boca cuando se pregunta cómo puede sentirse esa mañana.

La banda británica cierra su debut en Madrid a través de We carry on, que sirve para despedirse de su público. Lo hace de una manera inesperada, saludando uno por uno a la primera hilera de espectadores que rodea al foso frente al escenario y convirtiendo en una falacia eso de Nobody loves me. Se van, breves pero intensos, humanos pero eternos y nos dejan con un sensación de que la objetividad no será uno de los puntos fuertes de nuestra crónica. Imposible si ella está de por medio. 20 años han tenido que pasar para poder decirte: Only you, Beth.

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