Hacer del tópico y el cliché una especie de misticismo capaz de mover los pies a un ritmo indefinido es la gran especialidad de Pony Bravo. El grupo sevillano juega a romper los límites del provincianismo casposo, las definiciones de icono cultural y las etiquetas de cualquier tipo. Todo ello saliendo no solo bien parado sino como una auténtica eminencia de la actualización de la cultura regional de nuestro tiempo.
Colocarse en esa difícil franja en la que coinciden todos estos elementos es lo que ha colocado a Pony Bravo en el lugar de culto que ocupan hoy. Más aún, es en directo donde adquieren toda su veracidad. En la complicidad entre sus integrantes, el imparable ritmo de batería y bajo imbuido de una síncopa jazzística casual y la efervescencia del teclado de la mejor escuela del rock andaluz donde esa veracidad se vuelve religión. Y en las cuchilladas de la guitarra, los detalles de electrónica y la voz de Dani Alonso de sutil deje andaluz donde la religión se vuelve obsesión.
Tras el calentamiento de Rastrejo, el paso de Pony Bravo por la Sala Apolo sirvió de exorcismo colectivo a través de un recorrido por el imaginario que lleva construyendo el grupo durante tres discos y que pronto tendrá continuación. El anuncio de que los sevillanos lanzarán su cuarto disco en enero caló hondo e igual de bien sonaron las nuevas canciones que presentaron, con títulos tan sugerentes como Casi Nazi.
Algunos de estos temas nuevos ya los llevamos escuchando meses y pudimos confirmar que suenan todavía mejor en directo. Así, Espectro de Jung suena a una inmensidad psicodélica a base de una línea de bajo poderosa y una melodía hipnótica, mientras que Rey Boabdil presenta con una magia inaudita una “cálida” noche en la Feria de Abril sevillana.
Sin embargo, es en los ya clásicos del grupo donde el suelo de la Apolo se estremece. Con esa cuidada versión de El Lago (Triana) a través de una revisión personalísima se abría una puerta a un universo distinto, el del folclore único de Pony, que habría de terminar en la culminación mesiánica que supone La Rave de Dios. Esta última en una versión perfeccionada directo a directo que parece no poder alcanzar ya un grado mayor del éxtasis divino que promete su letra.
Entre ellas, el ritmo adictivo de El político neoliberal, el viaje lisérgico de Noche de Setas o el tirón de orejas al turismo de Turista en Sevilla se abrían paso con facilidad entre los asistentes. Mención aparte merecen la genialidad de versión de Niña de Fuego que siempre hacen suya de forma única, la siempre eterna y difícil de sustituir El Rayo y el broche final de Mi DNI.
En definitiva, la del sábado en Apolo fue una noche especial, que mostró a unos Pony Bravo en un estado de forma superior que no encaja con su poca predicación discográfica. Una triste despedida para Javier Rivera, que deja el grupo después de más de una década, y una bienvenida a Raúl Pérez (productor y dueño de La Mina), que viene a llenar ese hueco vacío. Con ello se abre una nueva etapa en la carrera del grupo que siguen siendo dueños de la última palabra en lo que se refiere a la actualización del canon sevillano y del ritmo único y obsesivo que predican sus canciones.