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Pixies: El peso de la expectativa

Fecha: 8 de noviembre de 2013.
Lugar: Sala La Riviera (Madrid).

Hay días señalados en el calendario de tu vida a sangre. Momentos en los que te enfrentas a las telarañas de tu armario de los recuerdos para encontrar esa chupa de cuero tan utilizada en tus tiempos mozos y que perece presa de los polillas y tus tallas de más. Nuestros ancestros tuvieron la oportunidad de danzar entre peligrosos Ángeles del Infierno mientras contemplaban a unos Stones bendecidos por las musas o de observar pasmosos como las llamas devoraban la preciosa Stratocaster del magoHendrix. Otros afortunados pudieron ver a los Credence en Woodstock o a Ginger Baker en la Isla de Man. Nuestra generación se ha acostumbrado a pasar por caja olvidando que el Rock ha muerto, al igual que la música. Boston 1986, eso es lo que hoy todos tenemos en mente recuperar. Esta noche nos pertenece, es nuestra oportunidad de contemplar un mito. O quizás no. Es probable que el directo que me voy a tragar sea como ver a las hermosas Pirámides en la actualidad en lugar de contemplarlas en su esplendor hace más de 4000 años. Una belleza decadente que no oculta sus arrugas pero que carece de la energía juvenil que impulsó la construcción de un mito. Ansioso me encuentro por descubrirlo.

Salgo a la calle mientras unas tenebrosas campanas repican al son de la basura apocalíptica acumulada en una ciudad abandonada a su suerte. Disfruto del momento. Cuando se toca fondo es cuando estás más cerca de descifrar la solución a tus problemas. Me vienen a la mente estas palabras del gran Palanhiuk y también elWhere’s my mind? que decora el final de la exquisita adaptación de su obra magna El club de la lucha.

Problemas burocráticos habituales en mi experiencia como cronista de conciertos me llevan directo al final de una interminable cola que nos recuerda que hoy es una de esos acontecimientos generacionales que nadie quiere perderse. Sin duda, la espera merece la pena. La cola también es parte del concierto. Las edades de los asistentes se mezclan en una amalgama de canas e ilusión. Proliferan los cuarentones y los lateros. Con el gaznate refrescado mis ojos se salen de sus órbitas al conocer a un cowboy intergaláctico. Este personaje recorre los alrededores de La Riviera con su futurista atuendo mitad Western, mitad Blade Runner, su bicicleta de neón y sus palabras de paz y amor. La espera es menor de lo esperado. Las puertas de la sala se abren ante mí en el instante exacto en el que salen al escenario unos auténticos guerrilleros del Pop. El vestigio de otra era se hace notorio y al público se le ilumina la cara ante un hecho tan singular.

Ruge la discoteca madrileña en plena efervescencia,  los espasmos entre las féminas entradas en años se suceden al ritmo de los primeros acordes de la noche mientras yo me abandono al trance que producen en mi interior los últimos profetas del Pop. La iluminación nos trastoca el ánimo. Unas blanquecinas luces coquetean con unas penumbras que adivinan unos arcaicos televisores de plasma con aquel color gris metalizado tan característico de los noventa. El blanco se intercala con otra iluminación más controvertida, de azul y granate. La intensidad de las luces concuerda con las imágenes de descontrol de un público liberado que disfruta ajeno a lo que sucede en nuestras vidas. Imágenes del pasado pueblan nuestras mentes al ritmo de la mitologíaPixies. Cierro los ojos y veo a Kim Deal, baja sensible en la formación habitual. El carisma de Kim se evapora pero la solvencia de Kim Shattluck mitiga la ausencia solo en parte. Ayuda a paliar esta nostalgia el talento incombustible de David Lovering a la batería y la presencia omnipresente del frontman del grupo.

Los tipos liderados por Frank Black suenan a añejo envejecido en barrica. Sus cicatrices son del color marrón de los buenos rones cuando entonan Ed Is Dead, Broken Face, o Monkey Gone To Heaven. Su estridencia evidencia la falta de contundencia de la música actual. Ese halo de banda legendario envuelve varios socavones dentro del concierto coincidentes con las intrascendente nuevas canciones del EP1. Parada obligatoria para degustar una cerveza corriente con precio exótico a la sombra de una palmera iluminada. Nuestras chupas de cuero demandan himnos y surge Debaser, el ganador de la noche en cuanto a estruendo popular. Las caras reflejan el sueño cumplido de vivir un tema en directo escuchado en la mente durante décadas. Ensoñación e ilusión. Suena igual que en sueños porque en los míos la escuchaba en un antro infame de baja calaña. La mejorable acústica de La Rivieraataca de nuevo.

Unas canciones más tarde mana del escenario el momento que me llevaré conmigo a la tumba. Where’s my mind? puebla la sala de cantos unicordes de devoción. A pesar de su poderoso simbolismo podemos constatar su derrota en la batalla de los himnos frente a Debaser. No obstante, la canción insufla un nuevo aire al directo. La banda de Boston despierta de su letargo y nos obsequia con un cierre trepidante haciendo botar a toda la sala en un ritual chamánico digno de los indios de Sonora. Tame y Rock Musichacen inevitables los habitualmente odiosos bises. Nadie se mueve y los Pixiesresponden con descargas eléctricas directas al hipotálamo. Espasmos y taquicardias por doquier. La cosa se pone seria. Waves of mutilation arranca como un misil tierra-aire. Deja paso a la canción más divertida de la noche. Isla de Encanta recupera la esencia del Punk sin dejarte tocar el suelo de la pista de baile a base de saltos y pogos. Se despiden con Vamos en una versión XL, único guiño a la improvisación en toda la noche. Concluye un concierto al que se le echa en falta una mayor duración. Apenas hora y tres cuartos sabe a poco. Las caras de satisfacción se arremolinan en los accesos y los móviles arden comentando la jornada y enviando fotos totémicas.

De vuelta a la sucia realidad de las calles de Madrid reflexiono acerca de la expectativa y su vinculación con las conclusiones que sacamos. Los mitos son grandes cuando se forjan, en ese momento son inamovibles de su cetro de poder. El tiempo les golpea y genera la expectativa de lo que era y de lo que debe ser. A Pixies le pesa el mito pero su talento les ayuda a contrarrestar la pérdida de frescura y de identidad con grandes dosis de buena música y estilo marca de la casa. Unos Pixies diferentes pisaron Madrid el pasado viernes. Ni mejores que en el 86 ni peores. Distintos. LosPixies de entonces son leyenda, los que vi ayer lo serán dentro de unos años. Yo vi a los Pixies en directo.

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