Él, desnudo en el centro de la pista, sus brazos elevados y en sus ojos (rojos de conejo), el brillo de haberlo conseguido. Él, rodeado de gente que le aplaude y jalea. Hay sudor en él, en ella, en ti, en mi. La gente se quita sus caretas y enseña su ropa interior. Ahí arriba en el escenario. Las caretas de toda la semana se pierden en el suelo de la pista de baile del club Ochoymedio, Madrid. Él es Joe Crepúsculo y ha sabido crear un universo propio en el que la piel de leopardo, la feria del pueblo, el terciopelo azul, el zapateado y los palmeros, los brillantes, la purpurina, el cóctel en directo, los sintetizadores sucios, los beats desatados y la voz rugosa, encajen a la perfección (y a la perdición). Todo se convierta en una fiesta. Todo es una fiesta. Incluso las baladas.
Joe Crepúsculo es una especie de cuadro que suelen vender en los «chinos» en los que unos preciosos neones se apagan y encienden encumbrado nuevos y viejos iconos religiosos, con reflejos en 3D y un soniquete de bits en lo-fi. Joe Crepúsculo podría ser eso. Como metáfora de belleza.
El caballero Iriarte presenta Disco duro, trabajo en el que el «bacalao» habitual se desala con canción melódica «de las de antes», de las de trajes largos y faralaes. Canciones enormes, inabarcables con los brazos abierto. Una oda a la Pantoja, colaboración que deberían estudiar ambos artistas próximamente. Sin límites propios y ajenos, en cuanto a mezclas folclóricas-latinas-catalanas-madrileñas-insulares-peninsulares-de uno u otro confín, el resultado sigue siendo contagioso. Tóxico-contagioso.
Con un set a bases de sintetizadores, caja de ritmos y efectos pregrabados, Joe Crepúsculo y Aaron Rux se dejan acompañar por lo mejor de cada casa: Novedades Carminha, Lorena Iglesias (Aaron Rux, Canódromo Abandonado), Tomasito o Alacrán (alias Nacho Vigalondo).
Todo pasa en noches así. Copas. Historias truculentas. Tristezas y alegrías. Y luego te dejas llevar y subes al escenario. Si tienes suerte te pierdes en la noche y acabas hablando de la educación de los niños en barrios de extrarradio, la guerra de Bosnia y el porqué del auge de las tiendas de uñas en la sociedad actual.
Antes sonó The Wilds. Al entrar por la puerta. Con demasiado volumen, a mi entender. Que es poco. Y The Wilds no son los salvajes. “Los Salvajes” el grupo, grupazo. Pero podrían ser una suerte de ellos, en un viaje al futuro. Al retro-futuro en el que estamos y la neopsicodelia sesentera ha vuelto a nuestros oídos. Con un poco de «garage», que me gusta a mí escribir con «g» y pronunciar con «sh» que puedes descubrir aquí.
«Y me clavaste tu mirada con ojos rojo de conejo» es la frase que repites hasta que llegas a casa, dónde todo vuelve poco a poco a la jodida realidad.