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Odio París y Café Berlín

Fecha: Sábado 16 de marzo

Lugar: Café Berlín, Madrid

Se puede decir que el sábado cobró especial relevancia porque vi mi primer cadáver. ‘Oh, ¿y qué relación tiene eso con Odio París?’, se preguntarán. Pues bien, la tiene. Lo que ocurrió es que dejé a un amigo en su casa con el tiempo justo para llegar al Café Berlín. Que, por suerte, no es la típica sala donde entre semana les urge mínimamente empezar los conciertos a tiempo, sin tener en cuenta los horarios de trabajo de la audiencia, y los fines de semana les urge terminar cuanto antes para hacer caja. No lo es.

El concierto iba a su tiempo – al tiempo que merece – y yo acababa de despedirme y me dirigía a buscar aparcamiento cuando (menos te lo esperas) me crucé con un montón de ambulancias. Más policía. En estos casos, el mundo vuelve a dividirse en dos tipos de personas: los que se quedan mirando como búhos en busca de carnaza y los que – como yo – prefieren pasar de largo y dejar que los sanitarios hagan su trabajo sin colapso. Sin querer girar la cabeza más que para cerciorarme de tener paso y continuar, me topé (visualmente) con aquel cuerpo sin vida tendido sobre el asfalto. En una de las salidas de bomberos más importantes de Madrid. Como posado sobre esas marcas de pintura amarilla dibujando celdas en el suelo, por encima de las cuales está prohibido efectuar cualquier parada, aún leve en minutos.

Con esa imagen, clavada como una astilla en el dedo después de acariciar una barandilla de madera vieja, atravesé la ciudad en busca de aparcamiento. Y lo encontré. Para cuando quise entrar en la sala, a tropel, Grushenka ya habían terminado. Desgracia. Drama. Después de saludar en la entrada, al tiempo que corría subiendo las escaleras, escuché a los chicos de la puerta acercarme la voz. Llegaba a tiempo para Odio París. Ellos llevaban tan solo unos minutos colocando su ‘atrezzo’. Me acerqué a un par de amigos que se refirieron a mi cara como ‘el gesto de la desgana’. Qué esperaban. Después de aquella cena… Y me coloqué. ¿Saben cuando uno comienza a respirar tranquilo después de un rato largo de tensión y deporte extremo dentro del sistema de transporte público y calles de la ciudad? Pues ahí empezó el concierto.

No dije nada. De hecho, no he dicho nada hasta ahora. Y tampoco pensaba incluirlo en la crónica. Porque estas cosas que casi nunca parecen determinantes terminan siéndolo, decidí que hay momentos en los que contextualizar es casi tan importante como contar algo. Así Odio París, abrían su noche.

Siempre he pensado que el disco de Odio París estaba ‘bien’. Les he visto varias veces en directo. Y estuvieron ‘bien’. Pero la otra noche no estuvieron ‘bien’. Estaría mal decir que estuvieron sólo ‘bien’. Los chicos de Odio París no han conseguido construir himnos a pequeña escala exclusivamente, es que, además, se están quitando de encima ese temor, esa rabia que despertaron en su día en determinada vertiente de público objetivo, en general dentro del público independiente. Esa aversión por parte de algunas personas al término ‘shoegaze’, en mi opinión sobre-utilizado. Odio París lo hacen fenomenal Cuando Nadie Pone un disco, desde San Antonio, desde el Infierno, desde que Ya No Existes. Y es una delicia verles disfrutar, cada vez más, sobre el escenario. Desde las dos voces protagonistas, pasando por ese ruido del nordwave, la batería. Todo está mejor. Todo. Y yo, clásica, siempre he creído en el directo de las bandas. Especialmente de las nacionales, ya que tienen – quizá – en un primer momento, menos presupuesto para plasmar todo su trabajo en la grabación de un disco. Y no es que el disco suene mal. Es que si hablamos de lo que ocurría sobre el escenario del Café Berlín el sábado y comparamos, el disco directamente: no suena.

El verdadero testeo, la prueba de fuego, el calor y la fuerza de una banda se mide casi siempre ahí. Delante de todas las personas que acuden a comprobar que no están equivocadas. Y la sensación del sábado fue un desahogo.

Un verdadero desahogo.

Seguirán preguntándose ¿qué tiene que ver ese cuerpo sobre el asfalto? Odio París no sólo hicieron que me olvidase de lo que había visto, por momentos, para recordar anécdotas propias, personales, desastrosas y mundanas. Si no que, y por encima de todo, lograron establecer un núcleo entre las cosas que suceden, las que nos suceden y las que me suceden. Y en el momento más intenso de la noche, en el más interesante: terminó el concierto. Habiendo hecho gala de un nuevo corte que – por ahora – lleva por título Canción de Amor para Enterradores. ¿No es bonito? Enterrar y amar en la misma frase. ¿Qué más se puede pedir?

El directo de Odio París es una delicia. A todos los que estuvimos nos consta, como suma, que sienten especial simpatía por Madrid. Aún viniendo de la capital rival.

Odio y París en la misma frase no puede significar nada malo. Lean bien.

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