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nudozurdo: genios infravalorados

Fecha: sábado, 8 de julio del 2012
Sala: La[2] de Apolo (Barcelona)

¿Por qué, un sábado por la noche, en una de las salas más prestigiosas, en la ciudad que se tiene por la plaza más importante del país y una de las principales europeas, se congregaron tan sólo 250 personas para ver uno de los mejores directos nacionales? Cualquiera que sea la respuesta (o respuestas) correctas, ninguna de ellas justifica el semiabandono sufrido por nudozurdo en La[2] de Apolo, por mucho que la crisis y el austericidio económico al que nos somete la tropa Rajoy & Co. esté vaciando (y cerrando) las salas a marchas forzadas. Quién sabe, quizá el hecho de que la última referencia discográfica de los madrileños sea un acústico con canciones de su catálogo haya enfriado los ánimos y haya desconcertado a un público que creyese que, sin sonido eléctrico, la narrativa de nudozurdo iba a perder mordiente. Nada más lejos de la realidad… incluso aunque el set hubiese sido acústico, cosa que no era lo anunciado.

Porque hay que señalar la dialéctica de nudozurdo es cosa seria, muy seria; tan consistente como para que en Acústico (Everlasting, 2013) se mantenga igual de abrasiva a pesar de la aparente (repito: aparente) amabilidad del sonido acústico y la orquestación de cuerda. La consistencia, contundencia y profundidad de sus letras, que escarba sin miramientos los recovecos más oscuros de las entrañas, es difícil, por no decir imposible, de encontrar en el panorama musical actual. Por otra parte, es cierto que las composiciones más recientes de Leopoldo Mateos provienen de las sesiones de Tara Motor Hembra (Everlasting, 2011), que se encarnaron en el EP Ultrapresión (Everlasting, 2012), y que el factor de la novedad no contaba para atraer más público. Hechas para la distancia corta, ideales para un club como La[2], las letras sobre la destrucción del yo quedan peligrosamente amoladas con la guitarra eléctrica; pero el sábado no encontraron mucha carne propensa para el trinchado emocional y resonaron en una sala medio vacía con un desagradable estruendo a fracaso.

Sean cuales fueren las razones, de forma inevitable Golden gotelé y No me toquéis sonaron huérfanas en un inicio algo frío, con media hora de retraso y con un público estático y en cierta manera distraído. No había ese silencio reverente, el de la atención exigida (y en otras ocasiones inducida por la propia música), sino esa otra cosa sorda, insidiosa y molesta que tan a menudo se siente.

El público empezó a despabilar en el tercer corte, Chicopromo, cuando la voz de Leopoldo supo aprovechar las grietas horadadas por el filo de la guitarra e hincó fuerte el diente desgranando  el sinsentido de la vida. Posiblemente también influyese esta conexión con el público que se esfumase (literalmente) el humo que había enmascarado al grupo en el arranque del concierto: Mateos, Meta y Josechu Gómez se bastan y se sobran para ahogar y oprimir sin necesidad de parafernalia teatral.

Decíamos que nudozurdo es cosa seria. Tras la rabia de Chicopromo, en la calma Contigo sin ti,  contrapuesta a la sacudida de Chicopromo, se pudo apreciar en todo su esplendor una de las características más brillantes del grupo: la consistencia grupal, donde ninguno de los tres instrumentos se sitúa por encima de los demás y donde, sin embargo, cada uno de ellos cumple con la función marcada: base rítmica y melodía destacada. El engranaje melódico entre guitarra y bajo es impecable, tan deudora, como tantas veces se recuerda, a Joy Division como a la instrumentación de grupos post punk y post rock como Can o Mogwai.

Ha sido divertido arrancó los primeros cabeceos y vítores de un público que hasta el momento parecía aletargado. Como no podría ser de otra forma, pues el latigazo eléctrico de la amargura y el desencanto que destila es capaz de desasosegar a los muertos. Mateos forzó la voz en alguna repetición, en un gesto que podría haber pasado por histriónico si no se hubiese trocado en alto voltaje.

Ni la desazón pausada de Mil espejos y el moroso canto de autodestrucción de Dosis modernas parecía hacerle sombra a ese Prometo hacerte daño, a tenor del reconocimiento del público, o cuanto menos de ese sector más preocupado de estar al día de playlists y mixtapes que de sentarse a desgranar y disfrutar una discografía. Una interpretación vigorosa de una canción que supura sensación de peligro por todos los poros.

Dentro de él dejó una de las imágenes más simbólicas sobre la preponderancia de la música por encima de personalismos. Durante la furibunda sección instrumental de la canción, Mateos se perdió entre las bambalinas y desapareció de la vista del respetable, mientras Meta se situaba al lado, y un poco por detrás, de la batería. El espacio central quedó vacío, dejando que la canción ocupase el primer plano. El paroxismo eléctrico por sí mismo, sin rostros que se apoderen de la imagen, sin figuras que ejerzan de sacerdotes. La soledad del desencanto y la sinrazón, lanzada sin piedad sobre el respetable. La no imagen como imagen simbólica, la aniquilación del yo. Catártico no, lo siguiente.

Y con El hijo de Dios se cerró un concierto que se antojó corto, apenas hora y diez minutos, pero tan intenso como una maratón de infarto. Una nueva incursión al mundo de Sintética (Everlasting, 2008) en el que, no contentos con la rotundidad mostrada hasta el momento, se emplearon a fondo compactar más aún el sónido: orgánico, musculoso, brutal, tal como el protagonista maníaco-mesiánico-suicida, la banda decidió volcar el resto y lanzarse por encima de las perversas mamparas de metacrilato de la contención.

No deja de producir perplejidad la generosidad en el escenario del grupo con la sensación de que nos habían escatimado canciones, de que, de alguna forma, lo mejor aún se lo habían guardado para ellos. Cuestiones contractuales, recepción tibia, un mal día, quién sabe. La noche fue fría, eso es cierto, pero nudozurdo se merecen más que eso. Ni el precio, aun con el IVAzo, es excusa, pues Mateos y compañía, aun con un repertorio recortado, supera con creces todo el dinero invertido.

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