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Mumford and Sons: la noche que pudo ser inolvidable

Después de – literalmente – pelearme (sin ningún apoyo) con una manada de cancerberos a las puertas del prometido cielo de Vistalegre (que no era más que la pista) conseguí, bajo algún insulto, atravesar la puerta que me correspondía para llegar a mí asiento. La gente estaba tan desatada, y fue tan maleducada que el tipo que había en la entrada, uno de los chicos de la organización, pensó que lo mejor que podía hacer era pedirme disculpas. Siguiendo el procedimiento. Él, que no había hecho más que ayudarme.

 

Desconozco el aforo del sold out del evento y tampoco conozco el completo del Palacio de Vistalegre, pero puedo asegurar que aquel LLENO TOTAL era un lleno relativo. Quizá los últimos sucesos acaecidos en Madrid, en eventos y superficies como la que acogía a los hijos y a Mumford hayan tenido algo que ver con que – y por primera vez en mi vida – haya visto una pista tan vacía. Los alrededores de la cantidad de gente que se agrupaba frente al escenario estaban desocupados de personas que se atropellaran entre sí o bailasen cogidas del brazo. Algo necesario. Desde que empezó hasta la canción tercera entraron algunos grupos de chicos más en la pista. Desde aquella puerta a la que no podía ya mirar peor. Casi por goteo. Algo incomprensible para el tapón que había formado fuera.

 

Los primeros cortes fueron: 1. Babel, 2. I Will Wait y 3. Whispers in the Dark. Es decir, durante los diez primeros minutos ya teníamos en nuestro haber uno de los momentos más emotivos de la noche (I Will Wait). Dato que dejaba entrever que el planteamiento del setlist no sería un acierto.

 

El comienzo coincidía, de manera desordenada, con el principio del propio último trabajo, Babel (Island Records, 2012). Segundo disco de estudio de los británicos. Segundo mediocre disco de estudio de los británicos, de hecho. Ya pueden odiarme por esto pero: Babel no está a la altura de Sigh No More (Island Records, 2009). Aquel disco nos alcanzó a todos como un soplo de aire fresco y vivo. Como si decir corazón, manos, amor, crecer, tiempo, esperar o caminar, fuese algo nuevo. Como si todas esas palabras fuesen inesperadas. Como si hablar de lo vacío que está el valle de tu corazón fuese algo natural. E imprescindible. Como intentando demostrar que en boca de Paulo Coelho todo es verdaderamente más evidente porque el gusto es la forma. Como si hubiera esperanza. Había una historia en cada canción. En cada uno de los trece cortes que componían Sigh No More había un pedacito de todo. De todos. A pesar de ser trece.

 

Claro que, hacer un disco que contenga – de nuevo – las palabras corazón y amor en casi la totalidad de las oraciones resta credibilidad al conjunto. Hecho que se transluce en directo. Y ha pasado con Babel. Lo que – por otro lado – justifica la cantidad de adolescentes desatadas que había en Vistalegre la noche del jueves. En pleno estallido hormonal, haciendo comentarios como ‘el más guapo es el del violín’, porque era – en efecto – un tipo gordo y malencarado. ‘A lo mejor no es el más guapo, pero el tipo toca el violín mejor de lo que tú podrías acariciar el pelo del chico más atractivo que hay sobre el escenario ahora mismo ¿Qué dices a eso?’ Le hubiera contestado, de haberme apetecido ponerme a su altura. Pero no. Agarré la chaqueta de nuevo y seguí escuchando.

 

4. White Blank Page, 5. Holland Road – sin duda una de las mejores composiciones incluidas en Babel – 6. Timshel – segunda pausa – por favor, gracias por Timshel. Gracias porque existen cuatro hombres capaces de colocarse en fila, al borde de un escenario, rodeados de miles de personas para decir a viva voz: no estás solo en esto. Aunque sea mentira. 7. Little Lion Man – FUROR – 8. Lover of the Light, 9. Thistle & Weeds, 10. Ghost that We Knew“this is a small song”– 11. Awake my Soul, 12. Roll Away Your Stone, 13. Dust Bowl Dance.

 

Hasta ahí. De Lover of the Light a Dust Bowl Dance podría abrirse un paréntesis de tiempo entretenido. Creo, como anticipaba antes, que el parón respecto al público y las caras de emoción tuvo bastante que ver con la desafortunada elección de las canciones dispuestas para el directo. Tras el BIS, pasada Dust Bowl Dance. Aparecen con dos chicas, para versionar una – a su vez- versión de The Band sobre el original de Marvin Gaye. Desde luego con la del compositor de Let´s Get it On no tuvo mucho que ver. Pero reinterpretar así una maravilla como la que lleva a cabo The Band bajo el apelativo de 14. Don´t Do It: Aplauso.

 

Con el dorsal 15. Winter Winds, una de las favoritas de la noche. Y un – casi – broche perfecto que, no olvidemos, pertenece a Sigh No More. Iba a arriesgarme, como hacen las animadoras americanas, e inventar una palabra para esta canción pero entiendo que alguien que la conoce sabe a lo que me refiero.

 

El cierre – de manera previsible – y no por ello menos importante, llevaba por título 16. The Cave. Esa canción que todos hemos utilizado alguna vez para despertarnos, cualquier día de la semana. La canción para cantar. Esa pieza en la que miramos a nuestro alrededor en busca de alguna mano amiga que sujetar para decirlo todo muy fuerte, muy alto. Auto-convencidos de que conocemos nuestro nombre mientras alguien grita de nuevo. El recital de Mumford and Sons no fue prescindible, como se ha hecho eco en otros medios, pero podrían haber convertido la noche del jueves en la inolvidable del mes. Y no ocurrió.

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