Unas gafas de sol oscuras y un pañuelo ocultando el pelo, del mismo tono lúgubre. La elegancia natural de la compositora de jazz vocal Melody Gardot hizo acto de presencia el pasado sábado en el escenario del Festival Madgarden, ante un patio de butacas abarrotado. El entorno del Jardín Botánico inspiró a la artista, budista declarada, a contar una pequeña teoría de física cuántica; una que afirma que, si se emite un sonido hacia el cielo y no hay ningún objeto que obstruya su paso, ese sonido resonará por todo el espacio eternamente. «Así que levantad vuestras bocas hacia el cielo y haced cualquier tipo de sonido, el que os apetezca«, ordenó Gardot, antes de que una oleada de gritos, silbidos y diversos sonidos imposibles de identificar penetraran la atmósfera.
Así podría definirse la música que hace la señorita Melody Gardot: eterna, elegante, penetrante, atraviesa-almas (perdonen la intensidad); un lujo para los sentidos, en especial para el oído. El concierto que ofreció el día 25 llenó de músicos de jazz excepcionales el escenario, así como del talento de una artista a quien este género se le queda corto (esa guitarra bluesera de Bad News da buena fe de ello). Y si hay quien lo dude, no tiene más que escuchar Currency Of Man, su último trabajo, publicado este mismo año, en el que ninguno de los temas baja del notable alto. La joya de jazz vocal del año, sin duda; y eso vino a demostrarnos el pasado sábado.
Don’t Misunderstand acercó a la artista al micrófono entre los aplausos de un público que llevaba ya tiempo esperando fervientemente su aparición. Su lastimero canto introdujo este tema que abre el disco, antes de pasar a los ritmos más soul de Same To You, momento en que Gardot se colgó la guitarra eléctrica para demostrar que detrás de ese vozarrón (al que comparan con Ella Fitzgerald, no sin motivos), hay un alma con talento desbordante. Los vientos toman protagonismo en este tema, en el que trompeta y saxofón suponen unos matices valiosos que guían la acción (con el permiso de la voz de la cantante).
Digno de destacar es también el ambiente, más allá del entorno «natural» del Jardín. Me refiero a la voluntad de Gardot de crear una atmósfera íntima, por lo que cerró el foso de fotógrafos y, junto a las sillas colocadas en la pista, el foco estaba aún más puesto en su persona.
No solo pudimos escuchar temas de su último trabajo, sino que My One And Only Thrill, su segundo álbum, también tuvo cabida en el setlist, por medio de la intensa Our Love Is Easy («dedicada a todos los enamorados y no enamorados de aquí«), así como de Baby I’m A Fool o Who Will Comfort Me, para no olvidar los orígenes de una artista soberbia.
Entre la Motown y Nueva Orleans se mueve la de Philadelphia; dos corrientes no precisamente excluyentes, o eso demostró ella, con su amplia cultura musical, dedicada al jazz en gran parte, como es lógico. Su March for Mingus es un homenaje de altura a ese gran y mítico músico que fue Charles Mingus. Mientras que en la versión de estudio este tema dura poco más de un minuto, en directo se prolongó algo más, como introducción a Morning Sun, o la melancolía hecha canción.
Y, sorpresa para quienes crean que todo el recital iba a tratarse de inmovilidad por parte del público; están equivocados. Tras reaparecer sobre las tablas para cumplir ese bis pendiente tras la asombrosa Preacherman y sus coros gospel, la compositora instó a todo aquel allí presente a levantarse de los asientos y bailar con ella. Es más, de hecho, ella misma exhibió sus dotes como bailarina y enseñó tres movimientos clave a realizar con la cadera, a cada cual más sensual. El caso es que el eco de It Gonna Come resonará en los recuerdos de todos los privilegiados que pudimos disfrutar de esa noche en la que una voz sonaría para siempre en el universo.