Madrid ha descubierto que nada se le parece más que la electrónica. La ciudad explora culturas, esculpe ritmos urbanos y baila al son de la vanguardia al igual que un buen dj busca y enlaza las piezas de un nuevo tema a partir de nuevos y viejos ruidos. El Madrid Live Festival es la confirmación de esta lógica aplastante. En un Barclaycard Center lleno a pesar del elevado precio de las entradas, la electrónica y la ciudad sellaron su romance con un beso de muchos decibelios y miles de bits desbocados.
La noche comenzó a media tarde y prometía emociones fuertes. El primero en abrir fuego es un viejo conocido de la poderosa escena londinense donde se curtió en el mítico Trash. Eron Alkan se puso al mando de la cabina casi entre susurros, a bajo volumen, con una luz tenue y una sesión propia con un sonido oscuro que coqueteaba con bajos contundentes que te hacían saltar de vez en cuando. Elegancia vestida de Techno que cautivó a los pocos asistentes que había en la platea en ese momento como ya lo ha hecho con las bandas que han pasado por sus remixes de lujo: Tame Impala, Franz Ferdinand o los propios Chemical. Una previa de lujo para otro de los platos fuertes de la noche.
Existen diversas formas de entender la electrónica. Lo que hizo Elkan es la manera más auténtica de entender este arte pero hay muchas más. En el fondo es crear, aislar o recuperar sonidos y unirlos de manera rítmica. De forma sutil o descarada como 2many djs. La pareja más divertida del género se subió al escenario sin aún terminar la sesión de su telonero. Se sentaron cerca para contemplar el arte de Eron. Algo que nos hace recordar que la electrónica nació por y para los clubs. Tomaron el mando sobre la marcha enlazando su sesión con la anterior, algo que musicalmente tiene mucho mérito pero que escénicamente le resta espectacularidad a la puesta en escena. No importa. Su pose imperturbable y sus trajes sin corbata ya nos advierten que ellos van a su rollo. Su look ejecutivo esconde mucha irreverencia. En dos temas ya tenían al público en el bolsillo como lo tuvieron hace un mes en el DCODE. No obstante, sigo pensando que son más salvajes en recintos pequeños como comprobamos en aquellas sesiones antológicas de la Razz barcelonesa o en el ochoymedio. La diversión invadía a un público creciente que comenzaba a poblar la pista del antiguo Palacio de los deportes.
Lo suyo es fardar y lo hacen mejor que nadie. Te acarician los oídos y obligan a tus neuronas a ponerse las pilas mandando órdenes de baile a tus extremidades. Cada tema suena mejor y no escatiman en guiños a los asistentes como ese sublime medley donde elevan a Chimo Bayo a los altares y una versión flamenca que nos hizo entrar en calor. Technotronic o Tame Impala se dejan caer por sus platos poniendo sobre la mesa el talento de pinchar a cuatro manos como si fuesen un solo alma. Su compenetración y sus tablas dejaron el camino allanado para el subidón final.
Una inyección de adrenalina acompañaba al público bajo los acordes desafinados del Tomorrow never knows de los Beatles. Un tema muy apropiado para un escenario solitario donde todo estaba por suceder. Al fin aparecieron los hermanos químicos, sin estridencias. Se situaron en su nave espacial sonora y comenzó el juego de luces y los mejores visuales que puedes contemplar a día de hoy. Este desfase de teclados, sintetizadores y aparatos de toda índole les convierten seguramente en los clientes del año de Roland. Todo conjuntado, sin espacio a despistes o improvisación. Un juego de composición audiovisual celestial que se iniciaba con un clásico inmortal: Hey boy, hey girl. Así arrancaban cerca de dos horas de arte visual donde en el gigantesco led a sus espaldas aparecían robots, patinadores, gentleman británicos, payasos asesinos tan en boga, animales, historias sangrientas de samurais y mucho colorido. Mientras, la gente se colocaba con dosis sublimes de la mejor electrónica.
Sometimes I feel so deserted nos advertía de que no hay pausa en un directo de los Chemical. Sin descanso entre cortes todo se desenfrena mediante ese recorrido por lo mejor de este género de estadio que nada tiene que envidiar a los shows clásicos de las grandes bandas. Chemical Beats nos hizo rejuvenecer desde la valla de la primera línea donde se mezclaban generaciones al son de la química musical. Do it again retumbaba en nuestros oídos aún más delicada y refinada que cuando la pinchas en casa o en un bar. Después llegaría la locura con Go, Swoom o Star Guitar. Entre medias, diversión por doquier con globos de colores y una pista de baile gigantesca donde se quería morir bailando. En esos momentos todo era un subidón constante, un cando hedonista noventero que nos arrastraba por Got Glint mientras un juego de espejos anticipaba la visita de unos robots gigantes que paseaban por el cielo de Madrid.
Elektrobank dejó su sitio a Galvanize para terminar una primera parte de total conexión entre público y artista. En ese momento ya quedaban pocas opciones de escuchar mi ansiada Shake Break Bounce, pero es lo que tienen las bandas como los Chemical, sus tremendas caras B no caben en un repertorio tan amplio como brillante. Muy a pesar nuestro existieron unos bises donde dejaron un sabor de boca inigualable con Hold Tigh London y The Private Pschedelic Reel, con esos acordes del Sympathy for the devil, que suponen un mensaje del cambio de la guitarra a la mesa de mezclas de los nuevos reyes de los directos de estadio. Un pitido en el oído y las pupilas dilatadas por las visiones del mañana que habíamos contemplado nos recordaban en la quietud de nuestra casa que nosotros también habíamos caído en las redes de ese género sintético que ha embrujado a Madrid.