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Los God Is An Astronaut más desatados vuelven a lucirse en Madrid

Foto: Pedro Rubio
Madrid, 6 de mayo de 2015.
Sala Arena.

Las apariciones en la cartelera española de conciertos de God Is An Astronaut comienzan a adquirir la misma impronta de familiaridad y confianza que las de un Mark Lanegan, un Nacho Vegas o, ampliando la mira al cine, un Woody Allen. Referencias que, más allá de sus estados de forma, rara vez, incluso nunca, faltan a su cita anual. La vida es a menudo caótica, incontenible, dolorosamente imprevisible y absurda, pero conviene valorar estos puntos de apoyo, estas fuentes de sentido, criterio y buen gusto donde poder reencontrarse y reafirmarse. Hasta en sus demostraciones menos inspiradas, se filtra el talento y la autenticidad de los elegidos, de los que transmiten, de los que importan. Les echaremos mucho de menos cuando nos abandonen, no lo duden. A diferencia de los nombres citados, además, a la imprescindible formación de post rock que nos ocupa no se le pueden encontrar síntomas de declive en su obra, por mucho que algunas opiniones más críticas y severas se empeñen en desacreditar discos del calibre de Age Of The Fifth Sun o Origins, sus dos últimos maravillosos álbumes, y que rozan, si no igualan, la grandeza de su inmortal All Is Violent All Is Bright. Es probable, además, que nunca hayan sonado escénicamente con el cuajo y el frenesí de su inovidable gira de 2013, presentando Origins, donde los irlandeses demostraron que estaban a la altura, tanto en estudio como sobre las tablas, de cualquier banda de primerísimo nivel a la que la quisiéramos medir.

Con ese buen sabor de boca aún impreso en el paladar, apetecía volver a verles en la madrileña Sala Arena, zambullirse en sus himnos, en sus tormentas de decibelios y emociones, y descubrir nuevas composiciones, las que integrarán su inminente trabajo Helios / Erobus. Y si bien la experiencia no fue tan impecable y convincente como otras veces, la satisfacción y el disfrute que proporciona God Is An Astronaut continúa imperturbable. Si no es la banda más incapacitada para aburrir que existe actualmente en el género, debe de estar muy cerca, cerquísima. El Altar Del Holocausto, antes, ejercieron de teloneros. Pocas veces el nombre de un grupo ha revelado tantas pistas sobre sus autores. La provocación, el impacto y el ingrediente religioso componen su propuesta, verdaderamente llamativa. Ataviados con túnicas blancas y capuchas, a medio camino entre el look de penitente nazareno, de enajenado miembro del Ku Klux Klan y de fantasma de película de serie B, sus tres componentes ofrecieron una descarga de post rock, lindante en ocasiones con el metal y el doom, tan solvente como perturbadora. Arengando a la audiencia al grito de «¡hermanos!» y mostrando su gratitud por haberles acompañado en su particular cruzada espiritual, se despidieron y dieron paso a los protagonistas de la velada.

Fue entonces cuando llego el momento esperado; los hermanos Kinsella entraron en escena. Pero como viene siendo habitual, no para iniciar el show, sino para preparar sus instrumentos, para afinar sus guitarras. Estos ramalazos de humildad y amateurismo multiplican, si cabe, su mérito, su encanto, les convierte en mucho más entrañables y reivindicables, pero cabe preguntarse hasta qué punto sería conveniente que se tomaran un poco más en serio, que adoptaran un talante más ambicioso y sofisticado en su puesta en escena. Lo de las proyecciones, su escaso peso, su desmadejada confección, volvió a ser mejorable. Quizá, directamente, prescindible. Y su sonido, especialmente en los lances más íntimos, y como viene siendo habitual, volvió a no resultar tan embriagador como en estudio. Se percibió en la inicial, Reverse World, y fue evidente en su deslumbrante Forever Lost. Una banda con semejante colección de temas gloriosos, con una pericia compositiva tan incontestable, con un dominio del género tan inalcanzable para la mayoría, merece algo más de empaque sobre las tablas, especialmente para capturar los matices de esas apuestas más atmosféricas. Sospechamos que tal vez no cueste demasiado. Porque lo más importante, al fin y al cabo, lo tienen: la garra, la sangre en el ojo, la actitud. Y por encima de todo, naturalmente, el repertorio.

El set se basó en una combinación de viejos temas con adelantos del citado nuevo disco, a punto de publicarse. Estos últimos sonaron muy vigorosos y rotundos, oscuros, flirteando con el post metal. También, en unas más que en otras, se percibió gancho, se adivinó la proverbial efectividad de este grupo. Muchas, muchísimas ganas de que vea la luz, de que su precisión grabando álbumes no languidezca nunca. En cuanto al material anterior, Red Moon Lagoon, de Origins, volvió a sonar arrolladora y penetrante como un puñal ardiendo. Es muy reciente, pero ya tiene aroma de clásico absoluto de la banda. Otras que lucen merecidamente desde años esa etiqueta como From Dust To The Beyond, Worlds In Collision o The End Of The Beginning son aciertos asegurados. Más orgánicas y menos electrónicas que en disco, volvieron a incitar al movimiento y la celebración. Fireflies And Empty Skies, con su hipnótico ritmo, convenció y la soberbia Echoes desplegó su evocadora intensidad ante el entregado público.

Niels y Torsten, mientras iban arrojando desde las alturas semejante arsenal, adoptaban su habitual pose austera pero apasionadísima. Quien en cambio sorprendió fue la actitud de Jamie Dean, el teclista y guitarrista, cuyo protagonismo escénico ha aumentado considerablemente en esta gira. No sólo se limitó, además de su labor instrumental, a anunciar las canciones y a prestar ocasionales voces de acompañamiento, sino a adoptar chocantes poses de guitar hero y a exhibir su buena planta en las primeras filas, incluso saltando al público con su mástil al aire, imaginamos que para deleite de las féminas más imaginativas que por allí se reunían. La gente que por allí rondaba, suponemos, debió de oscilar entre el estupor, el goce y la respetuosa solidaridad hacia el brote narcisista de Dean, pero cuesta concebir una estampa así, infinitamente más próxima a un concierto de Jimi Hendrix o de Slash que de Mogwai. La irresistible y mágica Suicide By Star, extraordinariamente interpretada, sirvió para redondear y cerrar la velada. Aplausos en masa, brazos en alto, pálpitos optimistas de cara a Helios / Erobus. La vida sigue pero sabemos que God Is An Astronaut continúan acudiendo a nuestro rescate, brindándonos apoyo, mostrándonos el camino. Les volveremos a necesitar pronto, muy pronto.

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