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London Calling: El collage soul de Matthew E. White

He aquí un cuadro que puede resultar chocante para muchos. Una sección de vientos sacada de un álbum de Tito Puente, un guitarrista de fachada árida lanzando notas desde su pedal steel, un teclista balanceándose entre Stevie Wonder y Galaxie 500, un bajista que bien podría haber acompañado a Bob Marley en su última gira mundial. Completan el fresco un batería y un percusionista haciendo la fiesta por su cuenta, como si la cosa no fuera con ellos. Y en el centro, un tipo alto, con barba espesa y aspecto de predicador. Matthew -así se llama este cantante de voz dulce y susurrante-, el último de los músicos por el que apostaríamos para convertirse en la nueva sensación del momento. Claro que esa nunca fue su intención.

Criado musicalmente en los ambientes universitarios de Richmond (Virginia), Matthew siempre soñó con tener su propio sello discográfico. Una idea casi suicida en estos tiempos en los que grabar un álbum parece algo pasado de moda. Nostálgico de aquellas casas de discos de los sesenta, la aventura, claro está, nunca tuvo una razón económica. Sin embargo, a la larga se ha terminado convirtiendo en modelo para aquellos que tengan esperanzas de sobrevivir en la jungla musical de hoy en día. La fórmula, a pesar de todo, no es nueva: juntar un grupo de músicos, convertirlos en banda de la casa y emplearlos como conjunto de estudio para todo aquel que quiera editar su propia referencia discográfica. Si a eso le unimos la capacidad para grabar, mezclar y publicar, el resultado es Spacebomb, discográfica de Richmond cuyo capo mayor responde al nombre de Matthew E. White. Un soplo de aire fresco en plena era de la independencia y la autoedición.

También una manera de nadar a contracorriente. Mientras el presente convierte a escenas, géneros, oyentes y bandas en un oasis en el que refugiarse frente al salvaje oeste en el que se ha convertido hoy en día la promoción musical, Matthew y sus secuaces prefieren unir fuerzas. Aglutinar talento. Crear una pequeña comunidad de músicos dispuestos a compartir experiencias y habilidades allí donde se necesite. Luchar contra aquella independencia, convertida hoy en individualismo -el artista que compone, graba, produce y edita-, con las mejores armas posibles: la falta de prejuicios.

Así, hasta la fecha, el sello de White ha editado un puñado de referencias que van desde el folk más convencional (The Great White Jenkins) hasta el espectro más experimental del universo musical americano (Old New Things). No obstante, el plástico que más éxito ha tenido hasta la fecha tiene como autor al propio White. Consciente de que para dar a conocer sus “servicios” necesitaba una bonita carta de presentación, el músico grabó en 2012 su primer disco. Un álbum que sirve para paladear todas las virtudes que atesora Spacebomb. También para descubrir a un talentoso compositor que tan pronto cabalga a lomos del crooner de aroma sureño Randy Newman como se desmelena a ritmo de funk-soul.

Lo pudimos comprobar hace unos días en el Empire londinense en su segunda visita a la capital inglesa en lo que llevamos de año. Allí Matthew y su banda presumieron de paleta sonora. Comenzando con esa versión del Are You Ready For The Country? de Neil Young que marida el espíritu blues original con la cara más soul. ¿Quién dijo que el country no tenía alma negra? Con la pista caliente, el grupo recogió el guante con Steady Peace y una Big Love que, entre la salsa más sugerente y la psicodelia más desmelenada, provocó los primeros sofocos entre el público. Entre medias se descolgaron con una canción de reciente composición en la que el grupo convierte un ritmo de bossa nova en una rave digna de un club del Soho.

Con los esquemas rotos, las fronteras pisoteadas, los nudos deshechos, Matthew pudo dar rienda suelta a su mayor afición. Y es que a pesar de que este músico de Virginia acostumbra a permanecer en la sombra, ejerciendo de jefe de su colectivo discográfico, nadie duda de su talento individual. De esa voz aterciopelada de grano fino que en cuanto puede toma rumbo sur, allí donde las historias se convierten en leyenda. “Baby, will you love me?” pregunta en una de esas canciones de tempo reposado que poco a poco van ganando altura para, segundos después, volver a desaparecer en la bruma. Resuenan acordes del ya nombrado Randy Newman, también del Bon Iver de For Emma. Completando un collage en el que el el blue-eyed soul y el espíritu austero del country caminan de la mano. Un puzzle, sin embargo, que permanece incompleto.

En unos días Matthew E. White añadirá una nueva pieza al rompecabezas. Un EP en el que se aleja conscientemente de los postulados de su debut. Donde antes había soul aterciopelado, ahora aparecen terremotos dub; donde las cadencias a lo Marvin Gaye marcaban el ritmo, son los beats duros los que empapan la mezcla. El giro, lejos de sonar a traición, remata la idea con la que Matthew y sus compañeros iniciaron esta aventura. “Nosotros sólo somos embajadores de nuestro sello” aseguraba hace tiempo en una entrevista. Músicos al servicio de algo tan pasado de moda en pleno siglo XXI como una discográfica. Vendedores ambulantes de una idea antigua y sencilla: juntarse para hacer música.

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