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La liturgia de Low

Uno piensa que el paraíso tiene que ser lo más parecido a un concierto sin fin de Low; aunque si el paraíso es todo dicha, felicidad y coros angelicales, entonces deberíamos estar hablando más bien del purgatorio (a pesar de que la voz de Mimi Parker proceda, seguro, de los coros celestiales de los que hablábamos), tal es la solemnidad y el dramatismo del grupo de Sparhawk y Parker.

De ser así, el cielo bien puede esperar, que allí deben de ser más de U2.

Low inauguraron el lunes, 13 de mayo, la gira en nuestro país del estupendo The Invisible Way con la actuación, en el marco del ecléctico Festival de Mil·leni, en el Casino de l’Aliança del Poblenou. Uno tampoco se imagina qué mejor escenario puede acoger a los de Duluth en la Ciutat Comtal; el Liceu o el Palau de la Música, diréis, pero estos escenarios serían demasiado solemnes para ellos.

¿Demasiado solemnes para un grupo que exige silencio absoluto y reverencial, para quienes se expresan tanto o más con silencios que con música? Sí, porque dicha solemnidad no es la de los grandes espacios o los escenarios nobles, sino la que tiene que ver con la intimidad y la calidez de un teatro popular, fundado en 1869 y reconstruido en 1929.

(Nota al margen: no dejaré de reivindicar este espacio como, muy probablemente, el mejor escenario, tanto en acústica como en atmósfera, para artistas de tan hondo calado.)

Aunque no todo fue perfecto, claro está. Alan Sparhawk no es, precisamente, la alegría de la huerta, y cuando el cronómetro proyectado en el ciclorama llegó a cero, Low tomó posiciones y arrancó con un Plastic Cup que sorprendió a más de uno y más de veinte zascandileando aún por el hall, cuya irrupción en la platea no ayudaba a asentar el ambiente íntimo de la banda. Un inicio algo tibio (hermoso, sí, pero tibio) que viró enseguida a la intensidad de On My Own, con una coda infinita, rabiosa y preñada de dolor, un happy birthday amargo sin fin.

A continuación volvieron a la emoción contenida marca de la casa con la hermosa Holy Ghost, la primera de las canciones en las que Mimi Parker tomó el papel protagonista. Sin desmerecer la voz grave y torturada de Alan Sparhawk (a quien se le perdonó la salida de tono, en el sentido literal, durante la icónica Canada, en la parte final del concierto), Mimi consigue con asombrosa naturalidad llenar todo el espacio con una atmósfera mágica. Ella es piedra y puntal necesarios para el desarrollo de la narrativa de Sparhawk.

Aunque los primeros minutos ya daban una idea de los derroteros eléctricos por los que iba a transcurrir el concierto, Monkey, una de las piezas más celebradas del mítico The Great Destroyer (Sub Pop, 2005) elevó la apuesta y el volumen, dejando claro que no iban a reeditar el frágil sonido acústico del 2012, que la propuesta, aun manteniendo la temática introspectiva, era más expansiva y, según y como se mire, más optimista. También resaltó con nitidez, cuanto menos a los oídos atentos, la aportación crucial del tercero en discordia, Steve Garrington, cuyo versátil trabajo al bajo y a los teclados dotó al conjunto de una compacidad privilegiada. Sin él, sin la consistencia que dotaba a la emoción callada, intensa e íntima que brotaba del dúo Sparhawk y Parker, la intensidad habría quedado seriamente mermada, pues no sólo la belleza está en el ADN de la banda.

Por otra parte, el concierto tampoco arrancó los aplausos incondicionales que cabría esperar de quienes tanta intensidad ponen en la música. Problema de actitud o hieratismo consustancial con el sonido; se puede llegar a comprender cierta desafección para quien está (mal)acostumbrado a las arengas de los artistas alabando al público y a la ciudad de turno. Sparhawk se dirigió apenas un par de veces desde el, durante la hora y media que duró el concierto, altar en que se convirtió el escenario del Casino; y, aun así, hizo gala de un humor socarrón necesario, quizá, para rebajar el dramatismo de algunas de las composiciones.

Un concierto que, en su primera parte, se nutrió en gran parte de The Invisible Way, con una parada en C’Mon (Sub Pop, 2011) que concatenó Especially Me (otra vez la hermosa voz de Parker, pletórica en fuerza y sentimiento) y Witches, para desembocar en Mother y la hermosa, adictiva y gloriosa Just Make It Stop.

El último single dio paso a un cambio de rumbo, al dramatismo de Pissing y la tensa calma del ya lejano Words. Canada volvió a prender la mecha de la electricidad, para concluir el concierto con otra de las joyas del último disco (cómo no, cantada por Parker), So Blue, y con la rabiosa Murderer.

Tras los aplausos de rigor, Low volvió para recalar de nuevo en las aguas de The Great Destroyer con When I Go Deaf, en las de Trust (Sub Pop, 2002) con The Last Snowstorm Of The Year, para acabar con una de esas delicatessens que fue todo un regalo para el público, el I Hear… Goodnight que grabasen en el 2001 con el grupo de Warren Ellis, los australianos Dirty Three.

En definitiva, un concierto al que ir con los oídos bien abiertos, con actitud respetuosa, con el corazón en un puño, y algún pañuelo para enjugar las más que probables lágrimas, en caso de que el espectador sea de sensibilidad a flor de piel. Y una banda cuya trayectoria, alejada del éxito mainstream, no hace más que crecer en prestigio y respeto.

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