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José Ignacio Lapido, alma en plenitud

Comentaba recientemente el protagonista de nuestra crónica que el paso del tiempo había tratado bien a su obra. Definitivamente, es una forma demasiado sensata y humilde de verlo. Más allá de producciones muy coyunturales de aquellos años, una atenta escucha a aquellos gloriosos discos de 091 de los 80’s y 90’s revela una evidencia: sus melodías suenan igual de irresistibles y efectivas que entonces. Y sus letras ya no sólo han resistido la erosión del transcurso de las décadas, sino que suenan con más vigencia y necesidad que nunca. Esas deliciosas historias de amores oblicuos y al filo, de peleas a la contra o ejercicios de resistencia ante el diabólico sistema, de evasiones en forma de sueños, de repliegues y alienaciones… todo aquello difícilmente podría resultar más oportuno en estos tiempos tan dudosos, cuando no siniestros. Sin el citado lastre de ese tratamiento sonoro a alguno de sus discos, y con una banda reactivada y en deslumbrante estado de forma tras un lapso de veinte años, 091 demostró en directo durante 2016, en una de las giras más conmovedoras de la historia reciente de este país, la exultante vitalidad de su obra. Dolió asumir que esa experiencia no se prolongara y José Ignacio Lápido, guitarrista, letrista y líder de la formación granadina, volviera a deslindar sus caminos de sus antiguos compañeros. Ahora bien, si somos justos y concedemos otra atenta escucha a su carrera en solitario debemos conceder idénticos elogios a los citados: sus temas ofrecidos desde 1999, desde aquel notable debut con Ladridos Del Perro Mágico, envejecen divinamente.

Sería difícil, por otra parte, encontrar un sentido del inmovilismo mejor entendido que el de este sobresaliente compositor de canciones. Pese a ciertos matices distintivos que pueden diferenciar y conceder personalidad a cada uno de sus álbumes, lo cierto que es que Lapido jamás ha deseado guiñar ojos al vanguardismo o a la experimentación: su rock atemporal, con saludables y gratificantes resonancias blues y de raíces americanas, ha marcado, y lo sigue haciendo, de cabo a rabo su trayectoria. En su faceta escénica, la fiabilidad es idéntica: cualquiera que haya asistido a varios de sus conciertos sabe que su banda es sólida e impecable, que la apuesta es segura y el desliz, impensable. Sí es cierto, no obstante, que sus últimas obras, aun manteniendo un nivel bastante alto de calidad, parecían mostrarnos a un Lapido más suavizado, con el colmillo algo más limado que en sus primeros años de andadura en solitario. Apetecía, pues, en su gira actual, la correspondiente a su flamante y altamente recomendable El Alma Dormida, poder proclamar que el creador de En Otro Tiempo En Otro Lugar mantiene la maravillosa inercia de sus conciertos con 091, su voltaje e incandescencia. Su fantástico concierto en la madrileña Joy Eslava así lo atestiguó.

Al filo de las 20:30, sin teloneros y en una de las horas más tempraneras que se recuerdan en esa sala, arrancó la actuación. El detalle, unido a la dilatada trayectoria de Lapido, auguraba un concierto largo y expansivo, para deleite de los fans allí congregados, y así sucedió. Cuando más, curiosamente, predomina la parquedad e irritante concisión a este respecto, y en muchos casos con músicos barbilampiños, es muy elogiable que un artista veterano como Lapido no escatime esfuerzos ante su parroquia. Otro admirable ejercicio de resistencia, dicho sea de paso. El concierto, por lo demás, fue uno de esos de engrasamiento progresivo de manual, de paulatina elevación. Pájaros abrió la velada y, en esos primeros compases, el primer puñetazo en la mesa llegó con Luz De Ciudades En Llamas, afilada y magnífica. Como era de prever, El Alma Dormida condicionaría mucho el repertorio, y así fue; hasta diez temas aparecieron. En este primer tramo, dos irrumpieron con mucho brío, quien sabe si para quedarse en futuras giras: Cuidado! y Dinosaurios.

A todo esto, y aunque no es noticia, nunca está de más subrayarlo: la banda de acompañamiento, en plenitud de facultades, volvió a rayar a la misma altura que Lapido y sus temas. Sobrio y ajustadísimo Popi González con las baquetas, sutil y elegante Raúl Bernal a los teclados, dotando de profundidades y atmósferas verdaderamente cautivadoras a las canciones, por momentos incluso deslizando un regusto muy setentero, muy The Who, que les sentaban como un guante. Víctor Sánchez, crucial en la interpretación de los temas, desplegando su habitual pasión a golpe de guitarrazos y espasmos, volvió a dar un recital. Su complicidad con el líder es absoluta, como se pudo percibir a lo largo del concierto. Lo de Jacinto Ríos al bajo, también miembro de 091 y novedad en esta gira, por último, fue tan satisfactorio como ligeramente agridulce: siendo sinceros, apeteció verle dando un paso al frente y dominando la primera línea del escenario con su carisma e ímpetu, a imagen y semejanza de aquellos conciertos de hace dos años. Aunque esto no deja de ser otro entorno, otras circunstancias, y tal vez ese freno y discreción resulten más oportunas. En cualquier caso, un placer de nuevo volver a verle en acción.

Mientras transcurría el concierto, por cierto, y pese a momentos extremadamente disfrutables como los citados, resultaba fácil llegar a la siguiente conclusión; el nivel ofrecido desde las tablas era más que notable y, a la vez, los puntos más altos de la discografía de Lapido brillaban por su ausencia. Y aunque varios de los mismos se quedarían definitivamente en el tintero (Ladridos Del Perro Mágico, El Carrusel Abandonado, Nadie Besa Al Perdedor, Por Sus Heridas, Largo De Contar y Antes De Morir De Pena, por ejemplo), la dinámica empezaría a cambiar con un doblete demoledor: No Digas Que No Te Avisé y Noticias Del Infierno, emblemas de su carrera, que sonaron exultantes. Lo Que Llega Y Se Nos Va, tema nuevo, pareció contagiarse y mostró un empuje y rotundidad si cabe mayor al ofrecido en el disco. Algo Me Aleja De Ti y su evidente emotividad, que Raúl Bernal parece acusar especialmente, según comentó el propio Lapido, en uno de los instantes más simpáticos y entrañables de sus intervenciones al micrófono, representó una tregua, mágica y hermosa, antes de la intensa y soberbia recta final previa a los bises. Aquí compareció, irreprochable, la que es muy probablemente la cumbre, a todos los niveles, tanto lírico como musical, de El Alma Dormida. Nos referimos a La Versión Oficial, una canción que desde el momento de su publicación posee indiscutible aroma de clásico, de pieza ineludible no sólo del legado de Lapido, sino de la historia reciente del rock español.

También La Antesala Del Dolor, aspirante indiscutible a mejor canción que ha escrito Lapido fuera de 091, espléndida condensación de todas sus virtudes como artista, y que provocó una de las reacciones más entusiastas del público. Lógico. La más que aparente mordacidad de nuestro protagonista al presentarla como «un éxito» pareció contradecir a los que piensan que Lapidoes muy serio y carece de sentido del humor. El Dios De La Luz Eléctrica, acto seguido, fue otra bendición, otra demostración de frenesí, de sangre en el ojo. Dos bises, elevando la duración total a las más de dos horas, redondearon el show. Allí sobresalió la exquisita En El Ángulo Muerto, tal vez la radiografía de la pulsión asocial y del aislamiento más terriblemente lúcida que jamás haya escrito nadie en este país. La Hora De Los Lamentos y En La Escalera De Incendios, tan delicadas como contagiosas, dejaron muy buen sabor de boca. Y la última, la magnífica Cuando El Ángel Decida Volver, volvió a dejar uno de los brindis líricos más emocionantes que ha propuesto Lapido: «Tomaremos el fracaso como punto de partida y el amor como dogma de fe». Si quieren encontrar argumentos en favor del Lapido esperanzado, del que pese a sus cicatrices y desencantos no deja de perseverar, de luchar, de buscar luz en la penumbra, aquí tienen uno. Y si quieren encontrar asideros musicales tras la vuelta al ostracismo de 091, no se vayan muy lejos; hagan sonar En Otro Tiempo En Otro Lugar, recuperen Cartografía, desempolven Ladridos Del Perro Mágico… y déjense llevar.

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