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John Grant: Sobre el dolor de ser humano

JOHN GRANT - CONCIERTO MADRID

Hace unas semanas, en el previo / presentación del DCode, Javier Limón entrevistaba en Joy Eslava a algunos de los integrantes del cartel del festival. Entre ellos, L.A., Vampire Weekend o John Grant.

Durante la entrevista a John Grant, como venía haciendo, Limón le hizo saber que era consciente de su pasión por Chavela Vargas. Con la letra de El Último Trago impresa en un folio, Javier insta a Grant a que la cante. Éste, con su barba, su gorro de lana y su cara de abrazo, sujeta el papel y añade: «Sólo puedo cantarlo como Chavela Vargas«. La interpretación hizo que, entre risas y caras de asombro, se nos pusiera la piel de gallina indudablemente.

Me vais a perdonar, pero, la imagen que yo tenía de John Grant hasta ese momento era la de un tipo tristón y sincero. Algo cohibido por su homosexualidad y con un pasado complicado en el que, de alguna manera, seguía atrapado.

Y ahí estaba, ‘versionando’ a Chavela, sin ningún tipo de reparo ni vergüenza, es más, sonriendo. Con esa pinta de gigante bonachón que tiene y sus manos, y su voz.

El miércoles pasado la cita era distinta, pensé. De hecho, tenía una impresión funesta. Volviendo un poco sobre su historia, y después de haber leído varias entrevistas y ver la evolución de sus canciones. Aun con la tendencia electrónica del último trabajo Pale Green Ghosts (Bella Union, 2013), el ex Czars tiende al dramatismo en sus letras. Y las letras son lo primero que aíslo al escuchar un disco. El tipo se insulta, ¡se insulta en sus canciones! Y los relatos son oscuros, no nos engañemos.

Pero no fue así. Lo que pasa con Grant es que se ha despojado de buena parte de la mierda que arrastraba. Sin duda, ha ocurrido. Principalmente, porque no le importa hacer partícipes a otras personas de su dolor. Lo que significa que ha dado algún paso. Los matices expresivos, en directo, son como esa cantidad de cristales ínfimos en los que se desparrama un vaso sobre el suelo de cualquier cocina. Ahí está.

You Don´t Have To fue el primer corte de la noche. Con la tímida apertura se sucedieron historias como las que relata en Vietnam, Marz, Sigourney Weaver o GMF (en la que dice ser un hijo de puta, pero no uno corriente, «el mayor hijo de puta«). Con I Hate This Town y Where Dreams Go to Die, si he de ser sincera, tuve que mirar al techo fijamente para no empaparme la cara. Por desgracia, uno de los teclados falló. Nada que, precisamente, una sonrisa al ojiplático público no resuelva.

Y de repente, Grant se coloca de cara a la audiencia, como un orador al inicio de la conferencia de su vida, y exclama (en español): «Esta canción trata del dolor de ser ser humano». Y suena Glacier. Y el antiguo teatro Eslava en coordinada escucha se silencia dispuesto a escuchar la historia de lo estropeado.

«¿Este dolor es un glaciar moviéndose hacia ti? (TACO)» es la versión delicada de un disco de emo noventero. Sólo que, en lugar de hacer sonar un descontrol eléctrico, de fondo hay un teclado.

No hay tapujos. Las letras no son homosexuales, son honestas. Lo que suma infinidad de puntos a favor de su masculinidad y la cantidad de tacos que utiliza.

La sensibilidad con la que John Grant desgrana Queen of Denmark minutos antes de desaparecer del escenario para el bis le convierte en el hijo de puta más fino de 2013.

Después de salir, entraron Chicken Bones, TC & Honebear y CaramelEsta es la única canción estrictamente de amor«), líneas vocales de impresión.

Entre aplausos, Paint The Moon (rescate sobre el repertorio de The Czars) cerraba el set. «I had a dream last night / a nightmare to be exact», empieza. «Just don’t let me live my life this way without you», termina. Quizá no sea una coincidencia.

Lo que seguro no es una coincidencia es la naturalidad con la que John Grant se abre al público. Y la espontaneidad con la que se refiere al dolor. Y lo felices que nos hace escuchar historias con las que sentirnos un poco más cerca.

Un poco más.

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