Y al segundo día llegó el Jazz. Después de una jornada de apertura marcada por el soul de Sharon Jones y Alabama Shakes, San Sebastián comenzaba a respirar ambiente jazzero por los cuatro costados. Marc Ribot, Peter Evans, Jimmy Cobb y Melody Margot eras los platos fuertes de un viernes en el que también había hueco para propuestas menos ortodoxas.
Empezando por la de Zola Jesus, una de esas bellezas nórdicas de pelo rubio y figura imponente. La de Phoenix se presentó en la playa de Zurriola cuando el sol todavía no había arreciado, ataviada con una capucha y un vestido completamente blancos, subrayando su imagen de diva retraída. Poco le importó que el público se estuviera recuperando todavía de la tremenda jornada del día anterior, y en cuanto tuvo la ocasión se lanzó a la arena para marcarse unos bailes junto a la gente. Pero antes de que San Sebastián se convirtiera en una discoteca de verano, la cantante había tenido tiempo de desplegar sus encantos más oscuros y angelicales. Su voz, en clave operística, pero sin perder la senda del pop, nos hizo recordar a ratos a la Björk de Vespertine. A esa figura gélida y sensible que parece que se va a romper en mil pedazos al siguiente paso.
Sin embargo, poco a poco, el registro fue cambiando, dejando que los ritmos y los sintetizadores tomaran la delantera, mientras Zola Jesus se dedicaba al postureo y los gorgoritos de cara a la galería. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la norteamericana araña, pero no muerde. Ni siquiera sus intentos por llenar el escenario con su torrente vocal son suficientes. Quizás por ello decidió cerrar el set imponiendo músculo electrónico sobre las tablas. Resultado: la antaño sensibilidad fría y cruda de la cantante se transforma en puro hedonismo playero. Divertido para el público, aunque fácilmente olvidable. Sin duda el concierto de Zola Jesus se recordará más por su salto a la arena que por su música, que apenas recibió unos cuantos aplausos.
Algo más cálido fue el concierto de Destroyer, a pesar de que el reloj marcaba ya más de medianoche. El canadiense se presentaba en Donostia con Kaputt, el disco que le ha puesto en boca de todos tras cerca de veinte años de discreta carrera. Su pop con mayúsculas es un auténtico laberinto sonoro en el que se dan cita la electrónica atmosférica, los ritmos profundos, los vientos sexys y una instrumentación colorista. Vamos, un cajón desastre que, a pesar del espíritu anárquico, termina entrando con gusto. Ni siquiera cuando el artista juega al despiste y combina jazz con cotas más ruidistas desentona.
Parte de la culpa la tiene la excelente (y extensa) banda que le acompaña. Mientras Dan Bejar impone su fachada de caballero venido a menos, el resto de la formación se dedica a jugar con las melodías en un carrusel de metamorfosis en el que caben electrónica indie, soul ochentero, rock colorista y radiante y hasta canción francesa. Sin duda con Destroyer es mejor levar anclas y dejarse llevar. Sumergirse en canciones como Chinatown o Blue Eyes. Abandonar los prejuicios y disfrutar.
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