El electropop es el asalto final de la electrónica al concepto clásico de concierto. Eso es algo obvio pero no es lo suficientemente evidente hasta que ves en directo a Javiera Mena. La artista chilena ha logrado conjuntar en su show, ballet, baile, una escenografía espectacular, luces, recuerdos y una estética de discoteca. Mucho más que un directo e infinitamente más que cualquier fiestón de electrónica. Hace unos días nos dejamos caer por el Ocho y medio para ser testigos de Otra era.
Una nueva era definitoria de este siglo XXI se abre paso ante nosotros. Los directos del futuro no serán algo íntimo u oscuro, se convertirán en eventos muy visuales, brillantes y globales, gracias a su retransmisión por redes sociales. Javiera lo ha entendido a la perfección y su concierto-fiesta se expande por cada lugar que pisa. Todos con las gafas promocionales de su disco nos ponemos en pie para esperar lo inesperado.
Antes de la reina de la noche, conocimos a su princesa. BFlecha inspiró un previo estimulante, con juegos de luces y visualizaciones espectaculares. Su electropop sereno puso en pie a una Ocho y medio con ganas de fiesta.
Después de su actuación, llegó el turno al huracán chileno. Su vanguardista puesta en escena nos resitúa en este siglo XXI. Leds, visualizaciones, muchas luces jugando con el público y cuatro bailarinas españolas muestran el camino. Los conciertos abarcan ya todas las disciplinas artísticas.
Javiera y sus cuatro chicas aparecen vestidas de sacerdotisas del pop, con un look retro-futurista que deja boquiabiertos al público. No podía comenzar con otro tema que no fuese Otra era. El tema que da nombre a su nuevo álbum es un aviso de un cambio de ciclo musical.
Teclados, sintetizadores y mucho dispositivo electrónico comienzan a hacerse dueños de la escena. La gente brinca y se fusiona concierto y discoteca. Lo pasamos bien en la platea. Sobre el escenario, la fuerza de Javiera contagia hasta la más inerte de los seres que la escuchan. Pero más que escuchar los directos de la Mena se sienten. Es una experiencia única que la convierten en la nueva reina de la noche.
Debajo de su capucha se esconde un traje espacial que la convierten en un ser venido de las estrellas para reinar en las pistas terrícolas. A su alrededor todo brilla. El coro de bailarinas ofrecen un colorido y un espectáculo loable. Son parte del show y lo aprovechan para invitar a la fiesta al ballet, la capoeira o la danza. Sus pasos de baile futuristas son una fuente de inspiración para nuestras futuras farras.
Javiera mima los detalles, ofrece a los asistentes un compendio de sensaciones adaptadas a cada sentido. Sus hits son tratados como diamantes pulidos a través de la creatividad artística de una dj transformada en musa. La carretera nos lleva de viaje por esas pequeñas cosas escondidas en los ritmos endiablados de Javiera. En sus temas siempre hay un poso de existencia vital en medio de una fiesta sonora. Algo sublime, que ya es parte del ADN de su música.
Con Espada tenemos la sensación de vivir en otro espacio temporal. La reina de la noche comienza su hit con un show de ballet y capoeira acompañado de mucha luz inquieta y una visualización sofisticada. Un sumun de elegancia para un tema de por sí refinado. A las bailarinas de Javiera les va la marcha y tras un combate de espadas láser, comienza el juego de su coreografía, donde siguen al pie eso de hasta el centro de mi. Las espadas se convierten en armas del amor en lugar del dolor en el show de la reina Javiera.
Otra faceta que va desgranando Javiera a lo largo de su directo es la de MC. Cuando desciende del altillo desde donde gobierna el directo, se convierte en una fuerza de la naturaleza imparable a través de sus juegos vocales, su intensidad y el poder de sus letras, capaces de conectar con todo el mundo. El directo se acerca a la hora y media y nos gustaría rebobinar para sentir de nuevo ciertos momentos de un show inolvidable.
El concierto de Javiera es tan fuera de lo común que consigue que temas como el Ritmo de la noche de Mystic sean fundamentales. El público así lo demuestra mediante un entusiasmo que no he visto en años. El final del show nos transporta directamente a nuestros viejos 90. El ocho y medio entero regresa a 1997. Se nota. Se sienten liberados y actúan como si tuvieran la edad que teníamos entonces.
Llegan los bises. Las bailarinas se despiden de Madrid con sus camisetas con leds que parecen sacadas de la mítica tienda Cyberdog de Camden al tiempo que Javiera termina de enamorar a su público. Ella se siente honrada del amor que la noche de Madrid le profesa a su reina y les obsequia con un guiño a su madre y al amado por ella, Umberto Tozzi.
A esas alturas no sabes ya si te encuentras en Madrid o en una rave salvaje pero poco importa. Nuestra nueva reina de la noche se despide sin darnos el mando a distancia necesario para revivir todo lo que hemos experimentado en una noche loca. Ella vive en un futuro reciente y el futuro nos la devolverá algún día. Conscientes de la intensidad de los vivido, ya sin nadie sobre el escenario, la fiesta de los afortunados acólitos de Javiera Mena siguió su curso con temas pinchados por la organización, como Bailando de Lorna o 212 de Azealia. Nadie quería regresar de ese mundo de fiesta y amor en el que nos introdujo una reina chilena capaz de hacernos soñar con el ayer y con el mañana en un única sesión.