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Hellacopters, Rob Halford y L7 comparten esplendor en la última jornada del Download Festival

Pese a que el nivel general de conciertos deparado por esta segunda edición del Download Festival ha sido más que notable, cada jornada contó con su pico pronunciado de genialidad, su puñetazo en la mesa marcando diferencias. A Perfect Circle descollaron indiscutiblemente el jueves, pese a lo accidentado de su puesta en escena, y Maynard James Keenan ofreció el recital vocal más magnético de ese primer día. El viernes tuvo un protagonista indiscutible, casi abusador: Guns N’ Roses, que ya no sólo se lució en el Download, sino que cuajó directamente uno de los conciertos de rock más desbordantes que se han visto en este país en bastantes años. El sábado, jornada de cierre del festival madrileño, se presentaba con bastantes candidatos con potencial para completar este hipotético tridente de triunfadores. Pero, a diferencia de hasta entonces, hubo varios de relumbrón, ningunó eclipsó por completo a los demás. La brillantez y el dominio fueron, de una manera tan diversa como regocijante, corales y compartidos.

En el primer tramo de actuaciones, con el sempiterno sol azotando sin clemencia, Baroness deleitó a sus incondicionales con su envolvente metal progresivo, pero quienes destacaron fueron los Hellacopters, que ofrecieron un concierto espléndido, fabuloso. A nadie se le escapa que su evolución discográfica traza una línea de suavización y distensión sónica similar a Backyard Babies, pero un simple repaso a sus últimos discos en estudio y a sus actuales puestas en escena bastan para concluir que el paso del tiempo les ha sentado mucho mejor. Con un sonido tan enérgico como sutil, tan rico en decibelios como en matices y finura, Nicke Royale y su banda convenció plenamente a sus fans con un repaso muy equilibrado a toda la carrera de la banda, con interpretaciones puntualmente muy certeras (Toys And Flavors, Soulseeker, You Are Nothin’…) y en el que la única objeción posible, tirando de rigor, es el ligero ninguneo al que someten a ciertos trallazos de Payin’ The Dues, su disco más potente, y que en este estado de forma probablemente sonarían a gloria. La reciente desgracia del fallecimiento de su guitarrista, Robert Dahlqvist, es irreversible y dolorosa para los fans, pero qué mejor homenaje a su recuerdo que seguir rayando a este nivel.

Otro admirable protagonista y uno de los que más reforzados salen de este festival es un veterano icono del heavy metal, quizá el definitivo icono del heavy metal, que a comienzos de los 70’s, cuando muchos de los baluartes actuales de la escena aún no habían ni nacido, ya estaba contribuyendo a sentar las directrices musicales y estéticas del género junto a sus compañeros. Nos referimos naturalmente a Rob Halford, legendario vocalista de Judas Priest, y que dio una auténtica exhibición de carisma y poderío vocal a sus casi 67 años. Resultaría difícil encontrar un ser humano de esa edad, incluso de cualquier edad, con semejante puñal en la garganta a día de hoy. No es la formación original, el encanto de los miembros fundadores es difícilmente recuperable, pero los músicos de acompañamiento cumplen sobradamente, y la banda descerrajó sus himnos con una violencia y frescura verdaderamente admirables. Instante mágico, hacia el final, fue el de la irrupción del veterano guitarrista Glenn Tipton, alma absoluta de la banda junto al propio Halford, y que hace unos meses debió abandonar la gira por sus problemas con el parkinson. Quizá no esté para un concierto al completo, pero se le vio más que eficaz en el tramo final, y el plus de integridad y autenticidad que aporta es impagable. Allí llegaron algunos de los lances más vitoreados, emblemas absolutos del heavy más afilado e inspirado, como You’ve Got Another Thing Comin’, Painkiller o Breakin’ The Law, y que sonaron más vigentes y palpitantes que la inmensa mayoría de canciones de rock que se publican en la actualidad.

Acto seguido, otra leyenda de la música del diablo, de idéntico status legendario, se reivindicó ante los ojos de los miles de asistentes a la Caja Mágica, muchos de ellos probablemente estupefactos ante su vigor, que parecía haber declinado en giras recientes. Hablamos ahora de Ozzy Osbourne, primer cantante de los míticos y pioneros Black Sabbath, y que ofreció otra lección de jovialidad y resistencia. Con su estampa encorvada y panzuda, y pidiendo permanentemente palmas al respetable, resultaría comprensible que alguien criticara semejante actitud, la disonancia entre temas tan tétricos y gestos tan pueriles parece indiscutible, pero hay algo de malsano y perturbador en el efecto que crea, y lo cierto es que este genial y lunático cantante lo hace con notable gracia y encanto. Con una banda muy sólida cubriéndole las espaldas, mención especial para el imponente Zakk Wylde a la guitarra, el concierto alternó su carrera en solitario, con temas muy destacables como No More Tears, con los siempre apetecibles guiños a Black Sabbath, entre los que brillaron Fairies Wear Boots o War Pigs. Otro veterano incombustible que, visto lo visto, refuerza la leyenda de que el rock nunca morirá.

Ya en el tramo final, dos conciertos alcanzaron un vuelo y relevancia muy especiales. El primero fue el de Madball, grupo neoyorquino que desde finales de los 80’s practica una incendiaria mezcla de punk y hardcore, y que desplegó con bastante probabilidad la mayor fiereza escénica de todo el festival. Con su frontman Freddy Cricien, un auténtico ciclón, dando vueltas por el escenario como un tigre enjaulado y el público protagonizando deliciosos e intempestivos pogos en las primeras filas, la experiencia quizá no ofreciera un nivel estrictamente musical de primer nivel, pero sí una dosis de voltaje y de locura que, sinceramente, cuanto más desfasadas, por desgracia, parecen resultar, más apetece disfrutar. Afirmación igualmente aplicable a L7, una de las escasas bandas supervivientes de aquella inolvidable escena grunge de los 90’s, tan fuera de momento en la actualidad como imprescindible e insuperable cuando ofrece su mejor cara. La banda de Donita Sparks, Jennifer Finch y Suzi Gardner, en esta ocasión con la puntual ausencia de su batería Demetra Plakas, volvió a desafiar el paso del tiempo, igual que hace tres años en el Azkena Rock, y lució contundencia, engrasamiento y estupenda conservación. Es posible que, al igual que entonces, merezcan un sonido más nítido y poderoso, pero poco hay que reprochar a su manera de atacar canciones tan certeras y penetrantes como Fast And Frightening, Shove o Andres. Sería maravilloso poderles contemplar en sala, en la distancia corta. Y sería una extraordinaria noticia que este festival, en las próximas ediciones, presente un cartel de idéntico nivel al actual.

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