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Glasvegas: Épica, músculo y monotonía

GLASVEGASFecha: 3 de diciembre del 2013
Lugar: sala Bikini (Barcelona)

Tormentosos, acústica y emocionalmente, la sensación tras el vendaval Glasvegas fue la de las ocasiones desperdiciadas. Por el público potencial, básicamente. La sala Bikini apenas alcanzó la mitad del aforo para acoger a los del East End de Glasgow, currantes del rock épico de tintes melodramáticos que, en 2008, saborearon las mieles del éxito para verse abocados en una rueda mercantilista de errático recorrido que dio con sus huesos fuera de Sony/Columbia.

Los chicos comandados por James Allan, tras firmar por otra grande, llegaban con ganas de demostrar que el reciente Later… When The TV Turns To Static (BMG, 2013) vuelve a demostrar (pulla a Jools Holland aparte) el carácter y el fuste recio del debut, y que se han puesto como objetivo reconquistar el lugar perdido entre las bandas emergentes. Desde el primer momento se aplicaron a fondo: la atmósfera de angustia vital épica brotó a toda castaña, empapada por la textura densa y multirretroalimentada de las guitarras de los primos James y Rab Allen; un huracán eléctrico que apenas se aplaca en los contados momentos íntimos del repertorio: I Feel Wrong, Dream Dream Dreaming y, en general, cuando acudían al rescate del descalabrado Euphoria /// Heartbreak \\\. Amén de los bises. Por otro lado, la base rítmica hunde las raíces en el mejor power rock: contundente, arrollador, ahí es donde se fragua el poderoso cimiento del sonido Glasvegas. Atención al trabajo de Jonna Löfgren en la batería: todo un espectáculo que merece la pena seguir al detalle; posiblemente la pieza fundamental del cuarteto, compositor aparte.

Comedidos con el público, no se sabe muy bien si por entrar rápidamente en faena o por la desolación de la escasa entrada, acometieron la faena con la potencia necesaria como para arrasar un pabellón de deportes, para terror de tímpanos y solaz de corazones torturados. Empezaron con dos balazos del último disco, el homónimo Later… y Youngblood, antes de abordar el primer hit que intentase caldear algo —algo— el pobre ambiente: It’s My Own Cheating Heart That Makes Me Cry. La convicción e intensidad de James al micrófono no dieron la impresión de decaer, a pesar de que su voz recalara en el vacío. Y aun cuando habría sido fácil levantar el pie del pedal y acabar un mero trámite, Glasvegas se adentró en los terrenos de Euphoria y Later… sin amilanarse, quién sabe si por convicción o por prurito. Euphoria, Take My Hand sonó estupenda, soberbia, e If señaló un punto de inflexión, la constatación de que han trabajado el músculo y han vuelto en forma, antes de entrar en una fase monótona con Secert Truth y The World Is Ours.

Geraldine, Ice Cream Van, y Go Square Go como guinda, espabilaron el momento de sopor y consiguieron arrancar el fervor (todo el que se podía arrancar, quiero decir) de un público falto de arropamiento. James parecía desconcertado: parco en palabras y con dificultades (no nos referimos tan sólo a su acento glasgowiano) para comunicar su “alegría” y su agradecimiento al público, por otra parte se mostró generoso en detalles como saludar a los fans o repartir con ellos botellas de cerveza; no está mal para un cantante que se deja los pulmones en rimas tortuosas que tenga gestos tan tiernos con unos seguidores que recordarán esos gestos durante mucho tiempo.

Flowers & Football Tops (una canción “triste y melancólica, no como el resto de nuestras canciones”, declaró James con sorna) inauguró los bises buscando la complicidad del personal: una rendición del himno de debut de Glasvegas (Sony, 2008), con el único acompañamiento de Jonna al teclado, en la que James se esfuerzó por arrancar los tonos más sutiles de su vozarrón de taberna. No demostró versatilidad, pero sí derrochó tesón y convicción.

I’d Rather Be Dead (Than Be With You) se recreó en los momentos mechero en mano (los que hayáis vivido conciertos de la época premóviles lo entenderési) antes de echar mano a dos apuestas seguras: Daddy’s Gone y un Lots Sometimes que ejecutaron con todo el efectismo que se le supone a una banda que corre con la vista puesta en el podio. Un crescendo de niveles hiperlumínicos para acabar con el estandarte bien alzado.

Contra Glasvegas juega la monotonía de su apuesta: dueños de un sonido característico, pero grandilocuente y estrecho, es lógico deducir que el público no se sienta atraído por un grupo que se perdió y que vuelve a la casilla de partida, y que decide transitar una estrecha vereda. En la continua carrera del hype y la maraña de nuevos grupos que van y vienen, Glasvegas se ha encontrado con el paso cambiado y a la deriva, y será difícil que destaquen sin cambios en el sonido. Sin embargo, cabe reivindicar sus mimbres, mucho más consistentes que el grupo shoegaze medio, y desear que, como los trabajadores del rock que son, el esfuerzo consiga la recompensa merecida, porque calidad, fuerza y tesón les sobra cuando están en el escenario.

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